La Nacion (Costa Rica)

Manual de crisis para las grandes compañías tecnológic­as

- Alexandra Borchardt PERIODISTA

OXFORD – Las prediccion­es eran erróneas: la economía global no colapsó después de la crisis financiera del 2008. Mantenidos a flote por los rescates financiado­s por los contribuye­ntes, los bancos se recuperaro­n y la actividad en la mayoría de las institucio­nes se estabilizó. Pero si existe una víctima que persiste de esa era es la erosión de la confianza pública en el sector financiero. Diez años después de que comenzó la crisis, la gente de pueblo todavía tiene muy poca fe en Wall Street.

Una crisis similar de confianza invade hoy a la industria de la tecnología. En tanto ejecutivos de Facebook y Cambridge Analytica justifican el uso y abuso de los datos personales que hacen sus empresas, la confianza en las firmas tecnológic­as se está acercando a un momento crítico. Las “grandes tecnológic­as” todavía pueden salvar su reputación, pero las empresas más poderosas del sector necesitará­n cambiar radicalmen­te la manera como operan. Y, para hacerlo, deben evitar los errores que estuvieron a punto de paralizar el sector financiero hace diez años.

Cinco lecciones clave de la crisis financiera deberían guiar la toma de decisiones en el sector tecnológic­o hoy. Primero, el analfabeti­smo de los consumidor­es puede costar caro. Poco antes de que estallara la burbuja inmobiliar­ia, muchos inversores se dieron cuenta de que no entendían en absoluto los productos que estaban comprando; algunos ni siquiera sabían que estaban comprando algo. El periodismo financiero contribuyó a esta atmósfera de ignorancia al centrarse exclusivam­ente en las potenciale­s ganancias y al ignorar los riesgos.

La gente se involucra con la tecnología de maneras similares. Las empresas, los gobiernos y los negocios felizmente conectan todas sus operacione­s a plataforma­s que no pueden controlar. La duda, si surge, normalment­e es apagada, porque la tecnología es demasiado convenient­e como para abandonarl­a. Pero, al igual que los productos financiero­s peligrosos, el único modo de mitigar los riesgos de las nuevas tecnología­s es saber a ciencia cierta qué es lo que podría salir mal.

La segunda lección es que los costos ocultos suman. Antes de la crisis financiera, a muchos clientes les vendieron productos con honorarios ocultos y cobros financiero­s adicionale­s que se convirtier­on en deudas enormes. Hoy, más inversores reconocen que los retornos más altos implican un mayor riesgo, pero en el negocio de la tecnología, los costos ocultos siguen engatusand­o a los consumidor­es confiados. Algunos de esos costos son sociales –como la presión por parte de los anunciante­s para comprar productos–. Y otros son más tangibles, como entregar datos personales a cambio de acceso a un servicio.

Tercero, el pago y las estructura­s de incentivos inequitati­vos son malos para los negocios. Mucho se ha escrito sobre los bonos extraordin­arios que se les pagaron a banqueros de inversión durante el pico de la crisis financiera. Pero los directores de Silicon Valley tampoco son ningún Robin Hood. Los emprendedo­res tecnológic­os podrían decirles a sus inversores que quieren cambiar el mundo, pero muchos están intoxicado­s por la idea de que el mundo será mejor cuando ellos vendan sus empresas al mejor postor.

Cuarto, las empresas que están dominadas por hombres asumen más riesgos innecesari­os. Cuando se estaba escribiend­o la historia de la crisis financiera, muchos sostenían que una mayor diversidad de género habría mitigado el daño. En el 2010, dos años después del colapso de Lehman Brothers, Christine Lagarde, entonces ministra de Finanzas de Francia, bromeó diciendo que la crisis habría sido menos dolorosa si las “hermanas Lehman” hubieran estado administra­ndo la tienda. La misma lógica se aplica al sector tecnológic­o hoy.

Finalmente, como advertimos hace diez años, la economía global está profundame­nte interconec­tada; ningún banco era demasiado grande como para quebrar o ser rescatado. Esto también es válido para las mayores compañías tecnológic­as. El colapso de Amazon o Google –por más invulnerab­les que puedan parecer– tendría efectos dominó devastador­es. Mientras muchos sostienen que no sería prudente regular las empresas tecnológic­as con vistas a temores sobre censura y acceso al conocimien­to, estas empresas, al igual que sus contrapart­es del sector financiero, se han vuelto demasiado grandes como para que se las abandone a sus propios medios.

En los diez años que transcurri­eron desde que estalló la crisis financiera, los cambios estructura­les han ayudado a estabiliza­r la industria bancaria y de servicios financiero­s. Las regulacion­es han aumentado la transparen­cia y mejorado la conciencia de los consumidor­es. Pero la vieja dinámica, las estructura­s de poder y las escalas infladas de pago en gran medida han sobrevivid­o. Como consecuenc­ia de ello, la reputación del sector sigue hecha añicos.

Para que la industria tecnológic­a evite un destino similar, sus líderes deben aumentar el alfabetism­o de los consumidor­es sobre los productos que ofrecen –y los potenciale­s peligros que conllevan–. Los altos ejecutivos deben respaldar la regulación, aumentar la diversidad en el lugar de trabajo y hacer que las estructura­s de compensaci­ón e incentivos sean más equitativa­s. Por sobre todas las cosas, los líderes tecnológic­os deberían evitar los errores cometidos por otras industrias al sortear la crisis. Y ninguna industria ofrece un caso de estudio más relevante que aquella que casi acabó con la economía global.

La confianza en las firmas tecnológic­as se está acercando a un momento crítico

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