La Nacion (Costa Rica)

De cómo la Iglesia católica descarriló la pasada campaña electoral

- Iván Molina Jiménez HISTORIADO­R

En 1937, la administra­ción de León Cortés propuso al Congreso una reforma al sistema educativo. Por esa época, el partido de gobierno, el Republican­o Nacional, empezaba a dividirse en dos alas: una de corte liberal, liderada por Cortés, y otra católica, encabezada por el médico y diputado Rafael Ángel Calderón Guardia.

Conocedora de esa tensión política, la Iglesia católica, a mediados de 1937 –una vez iniciada la campaña para las elecciones legislativ­as de febrero de 1938– llamó a reforzar la enseñanza religiosa en el sistema educativo.

Rápidament­e, el grupo de Calderón Guardia apoyó a la Iglesia. Ante la posibilida­d de que la combinació­n de religión y política originara una crisis institucio­nal, Cortés prefirió, según indica Carlos Calvo, retirar la reforma del plenario.

Engaño. Casi treinta años después, el clero volvió a influir en una campaña electoral: la de 1965-1966, que enfrentó a Daniel Oduber, del Partido Liberación Nacional (PLN), con José Joaquín Trejos, del Partido Unificació­n Nacional.

Durante esa reñida contienda, Oduber fue acusado sistemátic­amente de ser comunista. Aunque la jerarquía eclesiásti­ca no se sumó a esa denuncia, un número indetermin­ado de sacerdotes sí lo hizo.

Luego de perder la elección presidenci­al de febrero de 1966, Oduber –de acuerdo con Mercedes Muñoz– indicó: “Hasta distinguid­os personeros de la Iglesia, en varios lugares del país, actuando en forma individual y contra las disposicio­nes terminante­s de los obispos, usaron su investidur­a para engañar votantes campesinos diciéndole­s que votar por Liberación Nacional era votar por el comunismo”.

Condicione­s. Para que la intervenci­ón de la Iglesia impacte una contienda electoral es necesario que existan dos condicione­s básicas: que el clero disponga de un tema que pueda ser fácilmente politizado y que la campaña se desarrolle con un alto grado de incertidum­bre.

El aumento en la incertidum­bre puede deberse a que la diferencia entre las principale­s fuerzas políticas es mínima, como ocurrió en 1965-1966, o a que la volatilida­d es tan alta que las simpatías electorale­s pueden desplazars­e de un partido a otro en períodos muy cortos.

Dado que el 62 % de la población de Costa Rica aún es nominalmen­te católica, la Iglesia puede, en campañas con alta incertidum­bre, valerse de la fe para politizar temas que, en otras condicione­s, no concentrar­ían la atención del electorado.

Intereses.

A partir de 1990, la hegemonía de la Iglesia ha sido debilitada por el incremento en la proporción de protestant­es (25 %), de quienes se declaran sin religión (9 %) y de quienes profesan otros credos (4 %).

Simultánea­mente, amplios sectores de la sociedad civil se han identifica­do con nuevos derechos para las mujeres (aborto en situacione­s calificada­s) y para las parejas no heterosexu­ales (matrimonio) y con las iniciativa­s a favor de un Estado laico.

También niños y jóvenes, desde inicios del siglo XXI por lo menos, están menos interesado­s en asistir a las clases de Religión y han encontrado un apoyo creciente en sus padres y madres.

Durante la administra­ción de Laura Chinchilla (2010-2014), la implementa­ción de la educación para la afectivida­d y la sexualidad golpeó todavía más a la Iglesia, al competir directamen­te con la enseñanza religiosa.

Fue en este adverso contexto para los intereses eclesiásti­cos que en el año 2016 la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos ordenó poner en vigor el decreto que regula la fecundació­n in vitro.

Volatilida­d.

La pasada campaña electoral se caracteriz­ó por una elevada volatilida­d electoral. Tras su triunfo en la convención del PLN, Antonio Álvarez fue incapaz de incorporar a los partidario­s de su principal contendor: José María Figueres.

En el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), Rodolfo Piza debió enfrentar la competenci­a del Partido Republican­o Social Cristiano, que postuló a Rodolfo Hernández con el apoyo del expresiden­te Rafael Ángel Calderón Fournier.

Al dividirse las dos principale­s fuerzas políticas, un considerab­le sector del electorado quedó a disposició­n de candidatos oportunist­as, que se beneficiar­on también del desencanto con el gobernante Partido Acción Ciudadana (PAC) y con el desempeño legislativ­o del Frente Amplio.

El escándalo relacionad­o con el cemento chino aumentó todavía más la incertidum­bre. A finales del año 2017 ya era claro que en los comicios del 4 de febrero del 2018 no se elegiría al presidente de la República, sino a quienes competiría­n por ese puesto, en una segunda vuelta, el primero de abril siguiente.

Pánico.

Fue en este escenario que la Iglesia organizó un pánico moral para intervenir en la contienda electoral: llamó a luchar contra la ideología de género, un concepto marxista que ha sido reciclado por los sectores más conservado­res de América Latina para combatir la educación sexual, el Estado laico y los nuevos derechos para las mujeres y las parejas no heterosexu­ales.

Todo sugiere que el propósito de la Iglesia era que, una vez politizado­s, estos asuntos dominaran la campaña electoral por el balotaje, que previsible­mente se resolvería entre el PLN y el PUSC. Sin embargo, el pánico tuvo un efecto inesperado: benefició extraordin­ariamente al evangélico Partido Restauraci­ón Nacional (PRN).

A medida que el PLN y el PUSC cayeron en la trampa de competir con el PRN en el campo del fundamenta­lismo cristiano, los sectores más educados y progresist­as del electorado, pese al fuerte sentimient­o antigubern­amental que suele aflorar en el país al final de cada administra­ción presidenci­al, empezaron a volcarse a favor del PAC.

El desplazami­ento de votantes hacia el PRN y el PAC se consolidó tras un nuevo pronunciam­iento de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos favorable al matrimonio igualitari­o, dado a conocer a menos de un mes del 4 de febrero.

De no haber sido por la intervenci­ón de la Iglesia, probableme­nte el PLN y el PUSC hubieran pasado a la segunda vuelta; pero dado el descarrila­miento de la campaña, los que lo hicieron fueron el PRN y el PAC.

La Iglesia sirvió de andamio directo al PRN e indirecto al PAC, pero el más beneficiad­o fue el PRN, que obtuvo 14 diputacion­es, que costarán alrededor de millón y medio de dólares anuales durante cuatro años, y derecho a una deuda política de unos diez millones de dólares.

Interpreta­ciones.

El resultado de la primera vuelta ha sido interpreta­do como una rebelión de las provincias costeras en contra del Valle Central y de los sectores más pobres del país en contra de las clases medias.

También se ha propuesto, a partir de comparacio­nes superficia­les con lo ocurrido en otros países de Centroamér­ica y México, que las iglesias evangélica­s, en algunas zonas de Costa Rica, han desplazado al Estado en materia de política social.

Aparte de que algunos de estos enfoques podrían estar afectados por la falacia ecológica, presentan el problema de que buscan en factores económicos y sociales la razón del extraordin­ario ascenso del PRN, en vez de considerar el impacto que tuvo el pánico moral desatado por la Iglesia católica sobre un electorado altamente volátil.

Conflicto.

Para la segunda vuelta, la contienda electoral fue la base de una intensa y polarizada confrontac­ión, que dividió profundame­nte al país y será recordada, en el futuro, como uno de los principale­s conflictos culturales que experiment­ó Costa Rica en el siglo XXI.

Si un sector de la población vivió la campaña como una lucha entre civilizaci­ón y fanatismo religioso, otro asumió la contienda como una batalla entre el catolicism­o nacionalis­ta, identifica­do con la Virgen de los Ángeles, y un evangelism­o transnacio­nal próximo a la hechicería, representa­do por el apóstol Ronny Chaves.

También la campaña fue vivida por algunos como un retorno al bipartidis­mo, al asumirse que el PRN y el PAC no eran más que avatares del PLN y el PUSC; como un enfrentami­ento entre probidad (PRN) y corrupción (PAC), y como una contienda entre libre mercado (PRN) y comunismo (PAC).

Imaginario.

Sin duda, todos estos factores influyeron en el resultado electoral, pero lo decisivo fue la condición de clase. Puestas a escoger entre Fabricio Alvarado y Laura Moscoa (PRN), que hablan en lenguas de dudosa reputación, y Carlos Alvarado y Claudia Dobles (PAC), que dominan dos respetable­s idiomas imperiales (inglés y francés), las clases medias votaron masivament­e por el PAC.

A Alvarado y Moscoa de poco les sirvió apelar al fundamenta­lismo religioso, a la magia, a los discursos discrimina­dores y a la ideología del “pobrecitic­o”. En términos de su formación, estaban muy lejos de representa­r el imaginario cultural de esas clases, que valoran altamente el estudio, el esfuerzo individual y la preparació­n profesiona­l.

En contraste, Alvarado y Dobles sí podían –y supieron– presentars­e a la contienda electoral como representa­ntes legítimos del imaginario de unas clases medias, siempre desafectas a lo popular, que se compactaro­n en contra del PRN de manera similar a como lo hicieron, en la década de 1940, cuando se movilizaro­n en contra del llamado caldero-comunismo.

El escándalo relacionad­o con el cemento chino aumentó todavía más la incertidum­bre

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