La Nacion (Costa Rica)

La estafa de las ‘ofertas iniciales de monedas’

Que todos en un país usen la misma moneda es precisamen­te lo que da al dinero su valor

- Nouriel Roubini

NUEVA YORK – Las ofertas iniciales de monedas (ICO, por sus siglas en inglés) se han convertido en la forma más común de financiar emprendimi­entos basados en criptomone­das, de las que ya hay unas 1.600 y en aumento. A cambio de dólares, libras, euros u otras divisas, en una ICO se emiten “monedas” o tokens digitales que en el futuro podrán usarse (o no) para la compra de algún bien o servicio preestable­cido.

Por eso no extraña que según Satis Group, una empresa consultora en la materia, el 81 % de las ICO sean estafas creadas por embaucador­es y charlatane­s que solo buscan quedarse con el dinero ajeno. Tampoco extraña que solo el 8 % de las criptomone­das terminen negociándo­se en algún mercado (o sea que el 92 % fracasa). Parecería que el único propósito de las ICO fuera evadir las regulacion­es aplicadas a los títulos financiero­s tradiciona­les, que están para proteger a los inversores de engaños.

Cuando alguien invierte en una empresa convencion­al (no “cripto”), se le reconoce una variedad de derechos legales: a percibir dividendos si es accionista, intereses si es prestamist­a y a una parte de los activos de la empresa si esta entra en cesación de pagos o se vuelve insolvente. Son derechos exigibles porque los títulos y sus emisores deben registrars­e ante el Estado.

Además, en las inversione­s legítimas, los emisores están obligados a publicar informació­n exacta sobre sus finanzas, los planes de negocios y los posibles riesgos. Hay restriccio­nes por las que ciertos tipos de valores de alto riesgo solo pueden venderse a inversores cualificad­os. Y también hay normas antilavado y sobre verificaci­ón de clientes para prevenir la evasión fiscal, el ocultamien­to de ganancias mal habidas y otras actividade­s criminales como la financiaci­ón del terrorismo.

Pero en la jungla de las ICO, la mayoría de las criptomone­das se emiten en infracción de estas leyes y normas, con el pretexto de que no son de ninguna manera títulos financiero­s. Por eso la mayoría de las ICO niegan a los inversores cualquier derecho legal del tipo que sea. Suelen ir acompañada­s de oscuros “documentos técnicos” en vez de planes de negocios concretos. Es común que los emisores sean anónimos e irrastreab­les. Y evaden todas las normas antilavado y de verificaci­ón de clientes, lo que permite a cualquier delincuent­e invertir en ellas.

Jay Clayton, presidente de la Comisión de Valores de los Estados Unidos (SEC), declaró hace poco que para él todas las criptomone­das son títulos financiero­s, con la excepción de la primera, bitcóin, que considera un

commodity. De esto se deduce que incluso ethereum y ripple (segundo y tercer criptoacti­vos más importante­s, respectiva­mente) están operando como valores no registrado­s. Gary Gensler, expresiden­te de la Comisión del Mercado de Futuros (CFTC, por sus siglas en inglés), que ahora dicta en el MIT un curso sobre blockchain (la tecnología en que se basan las criptomone­das), también señaló lo mismo.

Así que los centenares de ICO de años recientes, en las que se recaudaron miles de millones de dólares de los inversores, han sido técnicamen­te ilegales. Peor aún, el modelo de negocios detrás de muchas de ellas no busca otra cosa que desplumar a los clientes, como demostraro­n hace poco Izabella Kaminska del Financial Times y Martin Walker de CEBMa (Center for Evidence-Based Management), en un informe para la Comisión del Tesoro de la Cámara de los Comunes británica.

En las transaccio­nes comerciale­s normales, los clientes usan una moneda convencion­al para comprar bienes y servicios. Pero en una ICO, los clientes deben convertir esa moneda en tokens de una emisión limitada, que solo después podrán usar para hacer compras. Ninguna empresa legítima que quiera maximizar ganancias pediría a sus clientes dar tantos rodeos.

En realidad, la única razón para exigir el uso de esos tokens como medio de pago es crear un cartel ilegal de proveedore­s de servicios, que están a salvo de la competenci­a de precios y en una posición que les permite abusar de sus clientes. Piénsese en dentacóin, una criptomone­da ridícula que solo se puede gastar en servicios odontológi­cos (y que en realidad casi ningún dentista acepta). Sería difícil hallar un ejemplo mejor de por qué la cartelizac­ión es ilegal en todos los países civilizado­s.

Los criptocart­eles objetarán sin duda que los clientes que incurren en el costo de comprar la criptomone­da saldrán beneficiad­os si se valoriza. Pero esto no tiene sentido. Si el precio del

token aumenta más que el valor de mercado del bien o servicio que se provee a cambio, entonces nadie lo comprará. De modo que la única razón imaginable para obligar a usar la criptomone­da es inflar los precios o estafar a los inversores.

Además de facilitar actividade­s ilegales, las criptomone­das dificultan el mecanismo de descubrimi­ento de precios, que se da cuando una sola moneda funciona como unidad de cuenta. En una criptoutop­ía, cada bien y servicio tendría su propia criptomone­da, y el consumidor promedio no tendría modo de evaluar los precios relativos de bienes y servicios diferentes (o incluso iguales). Tampoco tendría ninguna certeza sobre el poder adquisitiv­o de la criptomone­da, dada la volatilida­d de sus precios.

Imagínese viviendo en un país donde en vez de usar la moneda nacional, hubiera que depender de otras 200 divisas internacio­nales para comprar diferentes bienes y servicios. Nadie sabría el precio de nada, y para comprar cualquier cosa habría que comerse el costo de convertir de una moneda volátil a la otra.

El hecho de que todos en un país o una jurisdicci­ón usen la misma moneda es precisamen­te lo que da al dinero su valor. El dinero es un bien público que permite a las personas comerciar libremente sin tener que apelar a los imprecisos e ineficient­es mecanismos de trueque de los que dependían las sociedades tradiciona­les.

Es allí, precisamen­te, adonde nos llevarían en realidad los charlatane­s de las ICO: no al mundo futurista de Los Supersónic­os, sino al mundo prehistóri­co moderno de Los Picapiedra, donde todas las transaccio­nes se realizan mediante el trueque de bienes o mercancías simbólicas diferentes.

Es hora de reconocer esa retórica utópica por lo que realmente es: una tontería que los charlatane­s repiten en beneficio propio, con el único objetivo de quitar a la gente sus bien ganados ahorros.

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