Abuela de niño que se extravió: ‘Alguien dejó el portón abierto’
Cuenta angustia que vivió por dos horas y llama a tener cuidado
Sentada en la sala de su casa en Tibás, Mayela Araya Zamora, de 66 años, cuenta la desesperación que vivió cuando se dio cuenta de la desaparición de Gabriel, su nieto de tres años y medio, este miércoles cuando estaba bajo su cuidado.
“El portón de la cochera siempre lo mantenemos con candado. Ese fue el problema, no sé cómo alguien dejó el portón abierto y el chiquito lo forcejeó”, contó Araya. En la casa estaban ella, su esposo y una niñera a cargo de Gabriel y su hermanita de un año.
A las 5:45 p. m., la madre de los niños –hija de Araya– estaba por pasar a recogerlos cuando Gabriel abrió el portón y salió, según captó una cámara de seguridad de la vivienda.
Al notar su ausencia, doña Mayela y su esposo, Carlos Humberto Figueroa, salieron a buscarlo hacia el oeste, sin sospechar que el niño se fue por el lado contrario, hacia un parquecito que termina en una pendiente, en medio de charrales.
“Salimos como locos”, contó Figueroa, a quien se fue uniendo el resto de la familia.
Comenzó a llover fuerte en la zona y la luz se fue atenuando al tiempo que crecía la angustia.
En ese momento ya se habían sumado a la búsqueda socorristas y la mayoría de vecinos de la ciudadela Jesús Jiménez, entre ellos los hermanos Ángel y Vianney Muñoz Alvarado.
El primero halló a Gabriel a 20 metros del precipicio que colinda con el río Virilla, poco antes de que la Cruz Roja desistiera debido a la falta de luz, la lluvia y lo peligroso de la ladera.
“Lo encontraron sin un rasguño. Ese chiquito es alérgico a las picaduras y la gente y mis hijos, que se metieron a buscarlo, salieron rayados y picados, pero el chiquito no tiene nada”, manifestó la abuela.
Rescate. Este jueves, el menor no fue a clases (de maternal) pues se quedó en casa con sus padres, en barrio Los Ángeles de Santo Domingo, Heredia. Allí recibió la visita de su abuela y del joven de 17 años que lo encontró, Ángel Muñoz Alvarado.
El muchacho relató a La Nación que él iba saliendo de la casa de su hermano cuando oyó a un grupo de gente decir: “El niño está ahí abajo” y de inmediato se sumó a la búsqueda.
Decidió bajar por el pastizal con su hermano y cada uno tomó un lado distinto.
“Yo me caí varias veces pero me decía: ‘Dios, ayúdame, porque no me voy de aquí hasta encontrarlo’. Esa era la zona donde la abuela lo había escuchado llorar”, señaló Muñoz.
En medio del aguacero, se le acabó la batería del celular y se apagó la linterna, por lo que siguió a oscuras. Al rato, vio una luz. Era el foco de su hermano y así los dos continuaron hasta dar con un reflejo, que resultaron ser los ojitos de Gabriel.
“Mi hermano se quitó la capa que andaba y yo me quité el suéter para abrigarlo. Él casi no respondía porque tenía mucho frío y entonces lo revisamos a ver si tenía heridas. Eran como las 7:30 p. m. y empezamos a pedir ayuda a gritos”, dijo Muñoz.
El teléfono de su hermano sonó en ese momento y era otra hermana, a quien le dieron la noticia y así los socorristas se dirigieron al punto donde estaban con el pequeño.
El joven aseguró que no se explica cómo un niño tan chiquito llegó hasta esa zona, que es muy quebrada.
Los funcionarios de Cruz Roja tardaron unos 15 minutos desde el punto donde estaba Gabriel hasta la ambulancia que lo llevó al hospital de Niños para revisión. Doña Mayela dice que ella solo se arrodilló y dio gracias a Dios de verlo sano.
■