La Nacion (Costa Rica)

Respuesta a Juan Carlos Corrales

- Jorge Guardia

El gerente del Banco Nacional, Juan Carlos Corrales, y yo sustentamo­s tesis contrapues­tas sobre los problemas de la banca pública y las finanzas del Estado; también, tenemos intereses divergente­s. Él defiende una banca pública de la cual deriva, junto con sus empleados, jugosos sueldos y beneficios (tal vez gana más que su tocayo español, el rey Juan Carlos); yo velo por los contribuye­ntes y deudores, castigados con dureza por un oligopolio con tasas de interés cuatro veces más altas que la inflación.

Sería muy fácil para mí refregarle los desmanes de la banca pública en los casos del cemento chino, Coopelesca, Yanber y otros, concedidos bajo presunta influencia política de los más altos niveles; la investigac­ión abierta contra los directivos del Banco Nacional, en febrero del 2017, por intentar acaparar las juntas directivas de las subsidiari­as o cuando prescindie­ron del director Víctor Ramírez por enarbolar la bandera de la decencia bancaria. Pero no. Prefiero que la Fiscalía (mujer maravilla) y los tribunales de justicia completen su labor y concentrar­me en los problemas de fondo y las falencias de la banca pública señaladas en los informes del FMI, BCCR y el Estado de la Nación para que la discusión sea edificante.

La banca pública es muy ineficient­e. No lo digo yo, lo dice el XXII Informe Estado de la Nación, que resume muy bien El Financiero del 20 de noviembre del 2016: “Los bancos del Estado siguen siendo menos eficientes que los privados. Los gastos operativos –principalm­ente generados por el personal– y la falta de productivi­dad de la fuerza laboral explican esa brecha en la eficiencia operativa entre ambas aceras bancarias”.

Luego, agrega que controlan el 70 % del mercado en colones, lo que les permite imponer sus tasas al mercado y –paradójica­mente– los bancos privados se aprovechan de ello para obtener pingües ganancias.

“La banca privada se ampara en la menor eficiencia operativa de la banca pública para mantener márgenes de intermedia­ción superiores a los que existirían en un escenario de competenci­a más abierta y agresiva”.

Hay que agregar que los bancos públicos disfrutan gratuitame­nte el seguro de depósitos del Estado, el monopolio de las cuentas del sector público y sus cuentas corrientes no contribuye­n a la banca de desarrollo. Si se privatizar­an y entraran a competir grandes jugadores más eficientes, el país se beneficiar­ía con mejores servicios y tasas más bajas y mayores impuestos sobre la renta. El margen en Costa Rica duplica el de los mercados internacio­nales.

Estudios. El BCCR, en estudios sobre el margen de intermedia­ción financiera y poder de mercado de los bancos públicos (Alonso Alfaro y Evelyn Muñoz; Alejandro Castro y Allechar Serrano), también concluye que los bancos tienen una gran concentrac­ión del mercado, no hay suficiente competenci­a (oligopolio) y el margen de intermedia­ción es muy alto. Eso significa tasas de interés más elevadas.

Dicen: “Los resultados empíricos confirman las premisas en torno al comportami­ento bancario que lo ubica como una estructura no competitiv­a tipo oligopólic­a. El hecho de que la banca costarrice­nse opere en un mercado no competitiv­o implica que el precio no es igual a su costo marginal y, por lo tanto, la producción no sea óptima; es decir, se ofrecen menores servicios financiero­s a los que existirían en un equilibrio competitiv­o”. ¿Cómo generar más competenci­a? Ahí entrarían a jugar grandes bancos internacio­nales, mucho más eficientes y baratos.

El FMI, en su Revisión de la Estabilida­d del Sector Financiero (2018), dice: “Costa Rica still has the largest presence of state owned financial institutio­ns in Latin America” (o sea, nos estamos quedando rezagados). “The dominant and distortive role of the state-owned institutio­ns in the financial sector has worsened the macrofinan­cial environmen­t, fragmented market and exacerbate­d competitiv­e disadvanta­ges” (pág. 13).

Ineficienc­ia. Con toda razón, el BCCR se queja de la lenta transmisió­n de sus tasas de interés al resto del sistema para controlar la inflación o estimular la reactivaci­ón, según las circunstan­cias. En ese contexto, el Informe Estado de la Nación concluye: “La ineficienc­ia operativa de la banca estatal y su poder oligopólic­o en la intermedia­ción en colones constituye­n una barrera para superar la rigidez de los ajustes a la baja en las tasas de interés del B. C.”.

Recuerdo muy bien cuando, en el 2014-2015, el BCCR trató de bajar su tasa de política monetaria para estimular la producción, pero Juan Carlos se opuso rotundamen­te (lo dijo en una conferenci­a de prensa en la que estuve presente). La inflación iba a la baja, pero no quería trasladarl­a a los deudores, como sería lo justo.

Finalmente, se ufana de la millonada que el Nacional traspasa a Conape, CNE, CCSS e Infocoop (¢55.250 millones anuales), pero eso no es más que un eufemismo para confundir a los lectores.

Esas sumas no salen de la generosida­d del Banco Nacional, sino de las altas tasas de interés que nos cobran a los deudores (los patos de la fiesta). Por eso mantengo mi tesis original: los bancos del Estado han estado mal manejados y politizado­s, afectan indebidame­nte la política monetaria del BCCR en detrimento de la estabilida­d y crecimient­o, conforman un oligopolio en sus operacione­s en colones, son menos eficientes comparados con estándares internacio­nales (más burocrátic­os), cobran tasas muy caras y distribuye­n a sus empleados rebosantes tajadas de sus utilidades (¡Dichosos!).

Si se vendieran en bolsa se podría lograr un precio mayor que el valor nominal del patrimonio en libros; alternativ­amente, se puede solicitar asesoría al Banco Mundial para privatizar­los con toda probidad y transparen­cia, reducir significat­ivamente la deuda pública, disminuir el monto de nuevas cargas impositiva­s, disminuir tasas de interés y estabiliza­r la economía, aspectos que ignora mi contendor. Defender el statu quo en las circunstan­cias actuales va a contrapelo del desarrollo económico e interés general.

Ufanarse de la millonada que traspasa a Conape y otras institucio­nes no es más que un eufemismo

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