La Nacion (Costa Rica)

¡Abajo el zar Putin!

-

SAN FRANCISCO – Las protestas que se propagaron en toda Rusia antes de la cuarta toma de posesión de Vladimir Putin como presidente se desarrolla­ron según un guion ya conocido. La Policía declaró que dichas aglomeraci­ones eran ilegales, y los medios de comunicaci­ón minimizaro­n el tamaño de las manifestac­iones. Alexey Navalny, el principal organizado­r y líder de facto de la oposición en Rusia, fue arrestado de manera dramática, yaque la Policía lo sacó a rastras de una manifestac­ión en Moscú. El día 15 de mayo, Navalny fue sentenciad­o a 30 días de prisión. Más de 1.600 manifestan­tes en todo el país fueron golpeados y detenidos.

Sin embargo, un elemento incluido en las recientes protestas provino de un espectácul­o mucho más antiguo. El grito aglutinado­r de “¡Abajo el zar!” fue sacado de las sombras y llevado a la luz de las calles de Moscú casi 100 años después de que el último zar de Rusia, Nicolás II, fuera acribillad­o por balas bolcheviqu­es en un sótano de Ekaterimbu­rgo.

Un siglo antes del mencionado asesinato, el poeta Alexander Pushkin en un intento por levantar los ánimos de su amigo Pyotr Chaadayev, un filósofo que fue declarado loco debido a sus críticas del zar Nicolás I, predijo el advenimien­to de tiempos mejores, cuando “Rusia despierte de su aletargami­ento”. Pushkin escribió: “¡Se inscribirá­n nuestros nombres sobre las ruinas de la autocracia!”.

Casi 200 años después, y tras tres revolucion­es, desde el pedestal instalado en el centro de la plaza que lleva su nombre, la efigie de bronce de Pushkin contempló a multitudes de sus compatriot­as modernos ciñendo en sus cabezas burlescas coronas de papelyluch­ando por despertar aRusia de su “letargo ancestral” –y, a sus detractore­s, quienes vestidos en uniformes cosacos blandían látigos–. Se puede haber inscrito el nombre dePushkin en muchos monumentos, pero su profecía aún no se ha cumplido.

A pesar de que Putin es producto de la Unión Soviética, bajo cuyo gobierno la palabra “zar” era, realmente, una palabra peyorativa, él muestra gran cariño por los autócratas de antaño. Con el ardiente apoyo de la Iglesia ortodoxa rusa, ha promovido implacable­mente el concepto de que el poder estatal es sagrado, y la resistenci­a es un sacrilegio. Putin ascendió al trono de los emperadore­s bizantinos en el santo monte Athos en Grecia, y describió su presidenci­a perpetuaco­mouna carga que debe llevar para prestar servicios a su país y su gente.

Mientras los líderes bolcheviqu­es fueron quienes derribaron monumentos a los zares, Putin es quien ha construido enormes monumentos a Vladimir el Grande en Moscú ya Alejandro III en Crimea. Cuatro años antes de su famoso rechazo a la celebració­n del centenario de la Revolución rusa en el año 2017, Putin patrocinó lujo- sas celebracio­nes del 400 aniversari­o de la Casa de los Romanov.

Con el reciente grito aglutinado­r en las protestas, Navalny –el inflexible opositor de Putin que continúa exigiendo la verdad del gobierno de Putin, incluso mientras agentes gubernamen­tales lo arrastran hacia otra cárcel más– colocó la atenciónpú­blica en la fanfarrone­ría imperial de Putin. Las demostraci­ones, por lo tanto, sirvieron como un reconocimi­ento y un desafío a las ambiciones autocrátic­as de Putin.

Las probabilid­ades están a favor de Putin. Navalny tiene un canal de YouTube; Putin controla todo el aparato estatal, un mecanismo de supresión más vasto que cualquiera que estuvo a disposició­n de alguno de los zares rusos, que es un mecanismo que con las décadas de totalitari­smo se ha hecho virtualmen­te a prueba de balas. Además de las fuerzas armadas y los poderosos servicios de seguridad, ahora Putin cuenta con la Guardia Nacional de la Federación de Rusia, la llamada Rosgvardiy­a: un contingent­e de unos 340.000 efectivos que él estableció en el año 2016 y que está directamen­te bajo su autoridad.

Putin también maneja una máquina de propaganda altamente eficiente, que agita un popurrí posmoderni­sta de antiguas consignas soviéticas, rituales religiosos prerrevolu­cio- narios y estratagem­as de mercadeo de vanguardia inspiradas por el Occidente “consumista”. “Nada es verdad y todo es posible”, dice la narración.

Aparenteme­nte, el sistema de Putin está funcionand­o. Las encuestas oficiales insisten en que el 86 % de los rusos –y habitualme­nte se utiliza la cifra de 86 %– lo apoyan en todo, desde la anexión de Crimea hasta su último mandato como presidente. No obstante, las ambiciones de Putin como autócrata posmoderno pueden ser su talón de Aquiles. Al fin y al cabo, los autócratas a menudo confunden las proclamaci­ones de amor y admiración de su gente con lo real. Sigue siendo imposible saber la verdad sobre lo que la gente realmente siente.

Consideran­do que la economía rusa está estancada, debido en gran medida a las sanciones internacio­nales y las contrasanc­iones del Kremlin, el descontent­o continuará cocinándos­e a fuego lento. Cualquier conmoción –incluso una aparenteme­nte menor– puede hacer que este descontent­o alcance el punto de ebullición. En esa situación, concentrar­se en atacar a rivales y disidentes puede que no sea suficiente; en cambio, Putin tendría que recurrir a la represión masiva al estilo de Stalin.

Cuán viable es tal dictadura en la época de Internet, sigue siendo una pregunta sin respuesta. Considere el fracaso del intento del Kremlin de bloquear a Telegram, el principal servicio de mensajería instantáne­a de Rusia: dicho esfuerzo, lejos de sofocar la disidencia, impulsó el apoyo a las recientes protestas.

Las lealtades de los rusos son notoriamen­te difíciles de precisar. Las mismas personas que estuvieron de pie durante horas en el frío para ver a Nicolás II a bordo del barco real se rebelaron contra él una década más tarde. La gente puede estar en silencio por un tiempo, como devastador­amente estuvieron al final de otra obra maestra de Pushkin, el drama teatral Boris Godunov, cuando un nuevo zar falso ascendió al trono. Sin embargo, el silencio no siempre significa consentimi­ento.

Las recientes protestas pueden parecer insignific­antes en comparació­n con la escala de los recursos represivos de Putin y el espectácul­o de su toma de posesión. Pero, es difícil ignorar la historia a la que los manifestan­tes apelan. Deseoso de obtener una corona, Putin olvida que la monarquía rusa, a pesar de su esplendor, siempre fue un campo minado, debido a que el desprecio que un autócrata tiene por las leyes lo deja vulnerable frente a la justicia que ejerce la muchedumbr­e.

Mientras Putin extiende sus brazos para alcanzar el gorro de Monómaco, la reliquia tachonada de rubíes de los zares de Rusia, él corre el riesgo de allanar el camino para otra ronda de violencia.

Ya sea que esa agitación finalmente cumpla o no con la profecía de Pushkin, la misma desgarrarí­a a Rusia y, lo más probable, es que conduzca al actual aspirante a futuro zar al basurero de la historia.

Con el apoyo de la Iglesia ortodoxa rusa, Putin ha promovido que el poder estatal es sagrado

 ?? SHUTTERSTO­CK ?? ANASTASIA EDELes autora de ‘Russia: Putin’s Playground: Empire, Revolution, and the New Tsar’.
© Project Syndicate 1995–2018
SHUTTERSTO­CK ANASTASIA EDELes autora de ‘Russia: Putin’s Playground: Empire, Revolution, and the New Tsar’. © Project Syndicate 1995–2018
 ?? Anastasia Edel ?? ESCRITORA
Anastasia Edel ESCRITORA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica