No solo tenemos el déficit fiscal
El déficit fiscal es un tema recurrente en el discurso político. Varios dirigentes condicionan el futuro a resolver la brecha entre los ingresos y los egresos del Estado. Sería insensato no tener conciencia de la existencia del déficit, el cual, obviamente, no se resuelve solo con la creación de más impuestos, sino con un mejoramiento sustancial de la calidad del gasto público, entre otras medidas.
No obstante, hay otros déficits por atender, si queremos un país desarrollado. Estos tienen relación con el alma, con la construcción interior, social, económica, política, intelectual y cultural del país. Es esencial también contemplarlos para que haya motivación, inspiración y esperanza de construir un país desde y con los habitantes.
Llevamos tiempo viviendo al menos con otros cuatro grandes déficits. Me refiero al de ideas, de principios, de liderazgo inspirador y de congruencia política.
La carencia de ideas innovadoras en materia social y política es manifiesta. La política costarricense se ha quedado sin orientación, sin formulaciones propias, sin objetivos precisos y metas colectivas a mediano y largo plazo que respondan a los intereses nacionales y no a los corporativos.
Partidos como Liberación Nacional, por ejemplo, entre otros, fueron castrados o se castraron a sí mismos, y dejaron de producir ideas nuevas y atractivas para el país. No hay un proyecto trascendental que atrinchere una ilusión. Todas las fuerzas se parecen a todas. Se acabaron los pensadores políticos y el país quedó en manos de fotocopiadores. El plan fiscal es el ejemplo perfecto. Más de lo mismo.
Orientación. La falta de principios orientadores en la gestión, la conducción y la toma de decisiones políticas nos ha dejado en un mar embravecido y huracanado, sin timón y sin brújula, y el país en el campo ético también pareciera naufragar o ir a la deriva. Hay un pobre pragmatismo, desprovisto de ética y de sensibilidad social, lo cual ha dado pie a una nueva conducta del poder que está lastimando seriamente la legitimidad de los gobernantes y, peor aún, del sistema político.
Se ha desatado un relativismo insoportable, que avanza como un cáncer social y político, injertado no solo en las dirigencias, sino también en amplios sectores nacionales y mandos medios, que está transfiriendo un costo abultadísimo a la sociedad como un todo, inhibiendo las energías del país para afrontar sus problemas y destruyendo la fe en las instituciones.
No son pocos los políticos que cambian de criterio en un segundo sin rubor. El déficit fiscal no era problema, meses después sí lo es.
Liderazgo inspirador y
con carácter. Las decisiones no bien estudiadas y relativizadas por criterios poco sustentables tiene como consecuencia la falta de consistencia y firmeza en las políticas públicas, las cuales los gobernantes cambian fácilmente ante la menor presión de algún grupo para lograr sus objetivos gremiales o corporativos.
Está faltando en el país liderazgos con carácter, no con prepotencia, sino con consistencia y capacidad de riesgo en las decisiones políticas. Se gobierna para las encuestas y para cuidar la imagen personal, en vez de trabajar convincentemente sin ingredientes artificiales.
Evidentemente, hay un déficit de congruencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se promete, propone y decide. La palabra parece haber perdido su valor. No es bueno crear falsas expectativas ni mesianismos. Los dirigentes políticos deben ser naturales, serios y congruentes, para recuperar la confianza tan debilitada.
La tarea no es tan solo atender el déficit fiscal, lo cual ayudaría obviamente a resolver otros déficits como en infraestructura, educación, salud pública, medioambiente y demás. El desafío es más de fondo y es, mayormente, trascendente. Se trata de recuperar la fe, el rumbo, la esperanza, el orgullo y la autoestima nacionales.
El país se quedó sin ideas, principios, liderazgo inspirador y congruencia política
Este no es un tema cuantitativo como el déficit fiscal. Es profundamente cualitativo. Esta relacionado con el tuétano del alma nacional, con la fe y las luces largas. Esas condiciones sicológicas y emocionales son imprescindibles para volver a creer en nosotros y en quienes transitoriamente nos gobiernan. Volver a creer es crear. No se trata solo de aritmética. Es preciso restaurar también el equilibrio del alma del país. Se hace imprescindible una visión holística de la política nacional. ¿Romanticismo? A la larga, juzgue usted.
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