La Nacion (Costa Rica)

Loable pero insuficien­te esfuerzo fiscal

- Thelmo Vargas ECONOMISTA

El propósito de las medidas de ajuste de las finanzas públicas deficitari­as es detener el crecimient­o del endeudamie­nto, cuya carga de intereses se come montos cada vez más elevados del presupuest­o nacional. La deuda actual de nuestro gobierno equivale al 50 % del producto interno bruto (PIB), un nivel preocupant­e porque tiende a crecer y porque lleva a los tenedores de bonos a exigir tasas de interés cada vez más elevadas. Y ese mal crecerá exponencia­lmente si el déficit no se controla.

El conjunto de medidas de ajuste que, para detener el crecimient­o del gasto público, recién planteó al país la ministra de Hacienda, Rocío Aguilar, va en el sentido correcto. Y, en general, ha sido bien recibido por la opinión pública. Pero, como la propia ministra admitió, es insuficien­te. A riesgo de ser censurado –aunque espero no como en 1656 la comunidad judía de Ámsterdam lo hiciera con Baruch Spinoza– me propongo explicar en este escrito por qué la propuesta resulta insuficien­te y por qué solo debe tomarse como el inicio de un gran trabajo por efectuar conjuntame­nte por los poderes legislativ­o y ejecutivo.

En un informe titulado Costa Rica: 2017 Article IV Consultati­on, de junio del 2017, el Fondo Monetario Internacio­nal manifestó que Costa Rica necesita “una estrategia de reforma comprensiv­a para alcanzar sostenibil­idad fiscal” y consideró, con datos del 2016, que la magnitud del ajuste rondaba el 3 % del PIB. Esa es la cifra que parece manejar el Ministerio de Hacienda.

Dinámica de la deuda. Pero el endeudamie­nto público

(D = Deuda/PIB) tiene una dinámica propia, que es menester tener presente en ejercicios como el que nos ocupa. En su versión simple, los cambios en él son función de los valores que en el tiempo tomen las variables que recoge la siguiente ecuación:

D t-Dt-1 = d t+Dt-1(r-g)

Como se nota, la variación en el endeudamie­nto público de un año al otro (representa­da por Dt- Dt-1) depende directamen­te del valor que asuma el déficit primario como proporción del PIB (dt), del endeudamie­nto al final del año anterior (Dt-1) y de la tasa de interés real que opera sobre la deuda del gobierno (r). Y se mueve en dirección contraria a la tasa de crecimient­o real de la economía (g).

Varias enseñanzas se pueden extraer de lo anterior: una de ellas es que, en general, el ajuste para estabiliza­r el nivel de endeudamie­nto no solo consiste en llevar a cero el déficit primario, pues también cuenta lo que agrega el segundo término del lado derecho de la ecuación. Las combinacio­nes

de alto endeudamie­nto inicial, Dt-1, con tasas de interés (r) superiores a la tasa de crecimient­o de la economía (g) son letales. La otra enseñanza es que las medidas de ajuste que se adopten para estabiliza­r el endeudamie­nto público no deben atentar contra el crecimient­o económico,

Recienteme­nte, en abril de este año, el Banco Mundial publicó un estudio comparativ­o sobre la materia, titulado Fiscal Adjustment in Latin America and the Caribbean: Short-Run

Pain, Long-Run Gain? (Ajuste fiscal en América Latina y el Caribe: dolor a corto plazo, ganancia a largo?). En uno de sus gráficos (fig. 1.11) muestra que el ajuste que hoy se proponga hacer Costa Rica para estabiliza­r el endeudamie­nto debe ser superior al 4 %, no de solo un 3 % del PIB.

A una cifra similar a la indicada por el Banco Mundial se llega introducie­ndo en la ecuación los valores efectivos, o proyectado­s, que para las respectiva­s variables contiene el Programa Macroeconó­mico 20182019 del BCCR. En el 2018, el déficit primario puede rondar un 3,1 % del PIB; al final del 2017 el saldo de la deuda del gobierno ascendió a un 49,2 % del PIB; 6,6 % es la tasa de interés real que, en promedio, opera sobre ella y un 3,6 % el crecimient­o real proyectado de la economía costarrice­nse. Lo anterior lleva a esperar que durante este año el endeudamie­nto del gobierno crezca en el equivalent­e a 4,6 puntos porcentual­es del PIB.

Tamaño del ajuste. Para evitar que el endeudamie­nto crezca, es decir, para que D Dt-1 = 0, t- es necesario pasar de un déficit primario del 3,1 %, a un superávit primario del 1,5 % del PIB. La diferencia entre una situación y otra (i.e., la magnitud del ajuste) es un 4,6 % del PIB. Como referencia, el BCCR calcula que en el 2018 un 1 % del PIB equivale a ¢350.000 millones.

Las medidas de racionaliz­ación del gasto público –cuya expansión, no la baja recaudació­n, es lo que ha disparado el déficit– que sean para dotarlo de equidad y fomentar la justicia distributi­va, como son las que tienen como propósito limitar los salarios y pensiones de lujo, deben adoptarse con independen­cia de sus montos. Pero en las que tienen como objetivo introducir eficiencia y contener gasto debe tenerse presente sus efectos cuantitati­vos, pues sin ello el ejercicio podría resultar fútil.

El Banco Mundial también mostró la magnitud del ajuste si se aspira a que la deuda soberana de Costa Rica tenga “grado de inversión”, lo cual sería bienvenido pues apareja tasas de interés (costos) más bajas que las que hoy paga en títulos calificado­s como especulati­vos. Si ese fuera el objetivo, el ajuste deberá ser superior al 5 % del PIB.

El gobierno identificó bien las partidas de gasto público (salarios y el manojo de extras que los acompañan) que prioritari­amente procede controlar, pero las medidas que propuso para ello son de poca monta al comparárse­le con el ajuste requerido, que ronda el 4,6 % del PIB. Si en un año típico los recortes propuestos por la ministra de Hacienda no aportan ni un 1 % del PIB, el país se expone a dos situacione­s preocupant­es: aceptar que el endeudamie­nto del Gobierno Central siga creciendo exponencia­lmente o hacer recaer la mayor parte del ajuste en nuevos ingresos tributario­s.

En el segundo caso, si la Asamblea Legislativ­a optara por elevar en un 3 % del PIB o más la actual carga tributaria, el crecimient­o de la economía (g) se vendría al suelo y el segundo sumando del lado derecho de la ecuación de la dinámica de la deuda mostraría cómo la jarana sale a la cara: lo que se ganó en dt se perdería parcial o hasta totalmente en el sumando Dt-1(r-g).

No solo no se lograría el ajuste buscado, sino que en el intento se lesionaría a la economía del país.

Ante situacione­s como la descrita, algunos favorecen reformas paulatinas sobre las de choque. Las reformas paulatinas son de dos tipos: un primer grupo lo conforman las medidas que se diseñan y aprueban en su totalidad, pero que –para moderar su efecto– toman vigencia acumulativ­amente a lo largo del tiempo.

El segundo grupo lo constituye­n las medidas de alcance parcial y para llevarlas a su máxima expresión requieren, de tiempo en tiempo, volver a obtener aprobación legislativ­a. Como en el caso del colesterol, las primeras pueden ser buenas, pero las segundas no. No lo son, porque en esta materia media la “fatiga de ajuste”.

Fatiga de ajuste. Los ajustes producen cansancio en la ciudadanía, que se resiste a aceptar otros en el futuro cercano. No es posible, por ejemplo, en el 2018 ampliar la base del IVA para que incluya los servicios y que en el 2022 haya necesidad de volver al Congreso con otro proyecto de ley para elevar la tasa del 13 % al 18 % o para reducir la canasta básica exonerada. Lo mismo opera en materia de control de gasto. Lo anterior llama a que las medidas que se adopten sean definitiva­s.

Aunque no puedo opinar por ellas, no creo que las calificado­ras internacio­nales de riesgo soberano (e.g., S&P y Moody’s ) vean con buenos ojos reformas tímidas. El presidente Alvarado, con razón, manifestó que el “costo de no hacer ajuste (fiscal) es más alto que el de hacerlo”. El costo de hacerlo a medias también lo es. Por tanto, hemos de confiar en las capacidade­s profesiona­les de los miembros de su equipo económico, y en el buen juicio de los diputados, para que atiendan el problema fiscal en su debida magnitud.

Las medidas que se adopten para resolver el déficit fiscal deben ser definitiva­s

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