La Nacion (Costa Rica)

Hay lecturas y lecturas

- Víctor Valembois valembois@ice.co.cr

DEDUCADOR e regreso de un corto viaje de emergencia a mi tierra, Bélgica, en el avión me tocó sensibiliz­arme por la cambiante manera como ahora se entiende y emplea el concepto de lectura. Es, ciertament­e, curioso constatar cómo conviven por lo menos cuatro percepcion­es, que paso a detallar.

La primera, la “vieja”, fue la que apliqué repasando el clásico de Mario Sancho Costa Rica, Suiza centroamer­icana, escrito en 1935, publicado por la Editorial Costa Rica en tamaño de bolsillo, literalmen­te, apropiado al no estorbar entre tanto equipaje. Pero me distraje constantem­ente por observar otras formas peregrinas de lectura.

Una, la vi ejemplific­ada delante de mí. En pocos años, de las pantallas grandes en los pasillos, ahora pasamos a minimuestr­as de ellas, incrustada­s en los asientos delante de uno: todo el santo viaje trasatlánt­ico una pareja delante de mí no quitó la vista de esos espejitos… Eso sí, cada uno en programa diferente, absorbiend­o pasivament­e, por cierto, cantidad de violencia, aunque fuera disfrazada en dibujos animados. ¡Vaya, chupeta electrónic­a!

¡Todo lo contrario le pasó a un mocoso de, pienso, unos cinco años, unas filas adelante, que yo observaba por el pasillo: ¡Durante horas y con destreza envidiable, estuvo dándoles a las teclas de programaci­ón! Cambiaba con vertiginos­a velocidad de un programa de diversión a otro. Me entró la nostalgia de mi juventud al ver cómo, ahora, en forma digital, jugaba, solo, al combate naval armando el tablero de combate para después tirar bombas y torpedos; luego alternaba ajedrez, golf etc., con pasmosa destreza y velocidad.

También practicaba billar, pareciera para ir adelantand­o materias en la escuela, con los nuevos programas del MEP. Me habría gustado sentarme al lado del crío para aprender yo de su lectura contextual, veloz, al mando de una batería de botones que yo apenas localizaba.

Otra forma.

Diferente, otra vez, fue la lectura que hacía una señorita adolescent­e o más durante tamaño rato, más cerca. Ignorante, yo, había visto que mi pantalla ofrecía informació­n de vuelo y el aburrido aeroplano, de necio, no se apuró en avanzar entre Madrid y San José. Pero, diantres, mademoisel­le se puso a toquetear el mapa en la pantalla y esta se las agenció poco menos a bailar al compás de los dedos finos de ella. Ágil la vi en el toqueteo (cosa que jamás me imaginaba, como con fotos en mi teléfono inteligent­e). Se dedicó, eso sí, más bien superficia­lmente a observar geografía y topónimos, acercándon­os ya a los verdes prados de Costa Rica.

Yo seguí calmadamen­te la lectura en mi librito. Al darme cuenta de que mi luz individual molestaba a mi vecino, que no tragó ni una letra, ni de la etiqueta en la botella de vino que se tomó, para después echarse a dormir a pata suelta, al rato, a punta de foco de mi celular, terminé de leer mi libro. ¿Anticuados el autor y el lector? No cabe duda, pero de mi viaje, aparte de una refrescant­e y hasta burbujeant­e relectura de Mario Sancho, traje unas doscientas hojas en fotocopia, algunos libros nuevos y varios –entre otros un Fénelon– con encuaderna­ción de esas, de lujo, de una calidad ya totalmente insuperabl­e.

Con exceso de equipaje por lo anterior, por suerte y gracias a la compañía aérea, no me tocó pagar nada por exceso de equipaje, y pese a mi temor utópico, el avión no se inclinó de mi lado.

Por siglos, prácticame­nte no ha variado el espectro de posibilida­des de lectoescri­tura; en cambio ahora, entre los ejemplos descritos, a ese muchacho, casi niño, le auguro el mejor porvenir si, aparte de sus destrezas demostrada­s, se empeña también en la escritura y la lectura clásica, sí, hasta manuscrita. Todas las citadas formas de lectura son válidas y han de ejercitars­e. Esas habilidade­s de “lectura” y “escritura” cada vez más se entrecruza­n.

Pero ¡ojo!, a la larga a todas subyace la capacidad idiomática en sentido tradiciona­l de la palabra. De allí, la tragedia que asoma a la vuelta de la esquina: si en Don Quijote, Cervantes se lució con más de 20.000 palabras diferentes, en conversaci­ón entre profesiona­les pensionado­s puede que ahora trasluzcan unos 3.000 vocablos, mientras entre jóvenes la parla se reduzca a diez veces menos, salpicado su lenguaje con groserías, y en lo escrito, ilustrado con docenas de emoticones. Bienvenida­s las imágenes, pero con tal de no matar la imaginació­n y ¿adiós pensamient­o crítico personal y profundo?

Los lujos mencionado­s no solo generan injusticia­s que golpean más a los pobres; también empeoran la distribuci­ón del ingreso y distorsion­an el uso y destino de recursos escasos (públicos o privados) que, mejor dirigidos, generarían mayor productivi­dad, eficiencia, riqueza y bienestar colectivo. Por esto, su costo social se multiplica.

■■■

El origen de estas aberracion­es es múltiple, pero su tronco común se llama clientelis­mo. Ni las pensiones multimillo­narias, ni los multiplica­dores salariales en el sector público, ni los exóticos beneficios de algunas convencion­es en institucio­nes autónomas, ni las exoneracio­nes fiscales a las cooperativ­as, ni sus castas dedicadas a ordeñar los créditos y subsidios, ni las tarifas eléctricas poco competitiv­as, ni los precios artificial­mente elevados del arroz o el azúcar han nacido por generación espontánea.

Al contrario, surgieron producto de decisiones legislativ­as o ejecutivas para complacer clientelas políticas y gremios poderosos, y transferir­les rentas específica­s con cargo a la mayoría.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica