La Nacion (Costa Rica)

Idoneidad

- Víctor Ramírez Z. victorramz­a@gmail.com correo: radarcosta­rica@gmail.com twitter: @eduardouli­barr1

Idoneidad: palabra mágica enarbolada hoy por todos como una especie de mantra salvador y sanador. Gente idónea es lo que hace falta, sobre todo en las juntas directivas de las institucio­nes públicas, coinciden legos y expertos.

¿Y cómo y dónde se compra eso? En una fábrica de títulos, dicen algunos. En una cadena detallista donde se consiguen a buen precio unos gramos de prestigio, dicen otros. Para algunas personas es la experienci­a; ojalá haber estado sentado en esos sillones un buen tiempito. Otros aducen que la cuestión es la ética. Por dicha todos tenemos muy buen concepto de nosotros mismos y esa esencia es un bien abundante y renovable, y nadie se queja de la propia.

Gente con esos atestados ha estado por décadas sentada en las juntas directivas de nuestras institucio­nes autónomas. Como dijo un caballero, por sus hechos los conoceréis.

Después de haber estado año y medio metido hasta el copete en esos ámbitos, algo aprendí sobre las habilidade­s necesarias para ser idóneo. En realidad ya lo sabía, pero me permitió confirmarl­o.

Caracterís­ticas.

Para ser idóneo como empleado público de alto nivel, en primer lugar, se requiere tener solo dos agendas: el bienestar del país y la salud administra­tiva y financiera de la institució­n.

En segundo lugar, poseer independen­cia de todo género, especialme­nte política. Cuando me nombraron en la Junta Directiva del Banco Nacional, un director preguntó a quién respondía yo. No sé a quién responde él, pero yo, desde que tengo cédula de identidad, respondo solo a mi conciencia.

En tercer lugar, tener coraje para decir no cuando correspond­e, aunque todos, o casi todos, digan sí o vuelvan a ver para otro lado. O al revés.

En cuarto lugar, estar comprometi­do con la transparen­cia y la rendición de cuentas, el aire que purifica todo lo que toca.

Finalmente, resultado casi ineludible de los puntos anteriores, para ser idóneo se necesita tener juicio sólido y objetivo.

Así entendida la idoneidad, a nadie debe sorprender que a algunos les parezca inconvenie­nte.

Cerrar portillos a la corrupción.

Esos son los requisitos mentales y emocionale­s requeridos para denunciar la intervenci­ón del crimen organizado en las juntas directivas de los bancos; para pedir cuentas sobre Bicsa, por décadas desvincula­da de los bancos socios y no les retribuye ninguna utilidad; para haberse opuesto con firmeza a que los bancos públicos continuara­n colaborand­o con Bancrédito, un banco que había dejado de serlo hace años y estaba desahuciad­o; para pedir cuentas sobre los alquileres y otros gastos, usualmente exorbitant­es, en la institució­n; para denunciar los dañinos vasos comunicant­es entre el Banco Nacional y su asociación solidarist­a; para oponerse a un contrato de varias decenas de millones de dólares entre el Banco Nacional y una empresa de asesoría internacio­nal, que terminó contratánd­ose por la décima parte de su precio original, etc., etc.

No nos engañemos: para ser idóneo en la junta directiva de una institució­n autónoma o en la presidenci­a de la República o en un ministerio, no se necesita saber de economía pura o administra­tiva; tampoco de derecho ni de metafísica ni de socialismo cuántico; imagínese que ni siquiera hay que haber leído poesía o zootecnia.

Ninguno de esos conocimien­tos estorba, pero son completame­nte insuficien­tes para enderezar el rumbo de institucio­nes colmadas de ineficienc­ias y desvaríos. Dejémonos de cuentos: nada beneficios­o y duradero se ha hecho en este mundo sin honestidad, independen­cia, espíritu crítico y coraje. Lo normal, lo común, es callar; no preguntar ni cuestionar, no molestar; mucho menos informar o transparen­tar; lo fácil, lo prudente, lo convenient­e, es seguir el acomodatic­io, opaco y facilón trillo de siempre.

Estoy seguro de que varias de las personas que ha nombrado en estos días el Consejo de Gobierno cumplen con esos requisitos, pero para que la idoneidad de los nuevos jerarcas no desfallezc­a, lo convenient­e es imprimirle a todo el ámbito público altas dosis de transparen­cia y rendición de cuentas.

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El Ejecutivo ha dado señales de querer ponerle coto a parte del problema con las medidas administra­tivas para reducir gastos. ¿Cuándo lo hará mediante el impulso vigoroso a la competenci­a y la apertura de mercados protegidos? En el frente legislativ­o me preocupa qué sucederá con la reforma fiscal. La decisión de ampliar el plazo para la llamada “vía rápida” puede ser una forma de blindar su procedimie­nto, pero también de abrir el portillo para que las clientelas de lujo se reactiven a favor de sus privilegio­s y los diputados cedan ante ellas. Este es un riesgo serio e inmediato sobre el que debemos estar alertas.

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