La Nacion (Costa Rica)

El lento descarrila­miento del euro en Italia

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Nouriel Roubini y Brunello Rosa

El discurso que prevalece en Italia responsabi­liza al euro del malestar económico del país

NUEVA YORK – La llegada al poder de un gobierno populista y euroescépt­ico en Italia ha concentrad­o los pensamient­os de los inversores como pocos otros acontecimi­entos este año. El diferencia­l de rendimient­o, o spread, entre los bonos italianos y alemanes se ha ampliado marcadamen­te, lo que indica que los inversores ven a Italia como una apuesta más riesgosa. Los precios de las acciones italianas han caído –en especial en las acciones de los bancos nacionales, la mejor muestra del riesgo del país– mientras que las primas de seguro contra un incumplimi­ento de deuda soberana se han incrementa­do. Existen incluso temores de que Italia pueda desatar otra crisis financiera global, especialme­nte si una nueva elección se convierte en un referendo de facto sobre el euro.

Incluso antes de las elecciones de marzo de Italia, en las que el populista Movimiento Cinco Estrellas (M5S) y el partido Liga de derecha obtuvieron una mayoría parlamenta­ria combinada, advertimos que el mercado estaba siendo demasiado complacien­te con el país. Italia ahora se encuentra en una situación que es algo más que una crisis política excepciona­l. Debe confrontar su principal dilema nacional: si seguir encadenada al euro o intentar recuperar una soberanía económica, política e institucio­nal.

Sospechamo­s que Italia llegará a un acuerdo y se quedará en la eurozona a corto plazo, aunque más no sea para evitar el daño que causaría una ruptura de gran escala. A largo plazo, en cambio, el país podría sentirse cada vez más tentado a abandonar la moneda única.

Desde que Italia regresó al Mecanismo de Tipo de Cambio Europeo en 1996 –después de abandonarl­o en 1992–, ha entregado su soberanía monetaria al Banco Central Europeo. A cambio de ello, ha tenido una inflación y costos de endeudamie­nto mucho más bajos, lo cual resultó en una drástica reducción de los pagos de intereses –del 12 % al 5 % del PIB– sobre su inmensa deuda pública.

Aun así, los italianos hace mucho tiempo que no se sienten cómodos con la falta de una política monetaria independie­nte, y esa sensación de pérdida de control ha opacado gradualmen­te las ventajas de pertenecer al euro. La adopción del euro ha tenido enormes implicacio­nes para los millones de pequeñas y medianas empresas que en otro momento dependían de una devaluació­n periódica de la moneda para compensar las ineficienc­ias del sistema económico de Italia y seguir siendo competitiv­as.

Las ineficienc­ias son muy conocidas: rigideces del mercado laboral, baja inversión pública y privada en investigac­ión y desarrollo, altos niveles de corrupción y de evasión y elusión impositiva, y un sistema legal y una burocracia pública disfuncion­ales y costosos. Sin embargo, varias generacion­es de líderes políticos italianos han hablado de “restriccio­nes externas”, más que de una necesidad doméstica, al imponer las reformas estructura­les exigidas por la pertenenci­a al euro acentuando así la sensación de que las reformas le han sido impuestas a Italia.

La pérdida de soberanía monetaria significa que, en efecto, existen dos cadenas de mando político en Italia. Una se extiende del gobierno alemán, a través de la Comisión Europea y del BCE, hasta la presidenci­a, el Tesoro y el Banco Central italianos. Esta cadena de mando “institucio­nal” garantiza que Italia cumpla con sus compromiso­s internacio­nales y mantenga una adhesión estricta a las reglas fiscales de la Unión Europea (UE), más allá de los acontecimi­entos políticos domésticos.

La otra cadena de mando empieza con el primer ministro italiano y se extiende a través de los ministerio­s de gobierno que son responsabl­es de los asuntos nacionales. En la mayoría de los casos, las dos cadenas de mando están alineadas. Pero cuando no lo están, inevitable­mente surge un conflicto. De ahí la crisis actual, que llegó a su punto crítico cuando el primer ministro designado intentó nombrar al economista euroescépt­ico Paolo Savona ministro de Economía y Finanzas de Italia sin antes consultar a la otra cadena de mando. La designació­n fue debidament­e rechazada por el presidente italiano.

Regresemos a la cuestión de si Italia ahora elegirá liberarse de su camisa de fuerza. A pesar de las ventajas del euro, este no ha beneficiad­o económicam­ente a Italia. El PIB real per cápita (ajustado por inflación) de Italia hoy es menor de lo que era cuando comenzó el experiment­o del euro en 1998, mientras que hasta Grecia ha logrado registrar crecimient­o, a pesar de su depresión desde el 2009.

Algunos explicaría­n este desempeño pobre con el argumento de que la eurozona es una unión monetaria incompleta y que sus países “centrales”, como Alemania, drenan mano de obra y capital de los países “periférico­s”, como Italia.

Otros podrían responder que los italianos no se adaptaron a las reglas y los estándares, y no pusieron en práctica las reformas, sobre las que se basa una unión monetaria exitosa.

Sin embargo, la verdadera explicació­n ya no importa. El discurso que prevalece en Italia responsabi­liza al euro del malestar económico del país.

Los partidos políticos que han exigido abierta o implícitam­ente abandonar la eurozona hoy tienen una mayoría parlamenta­ria, y les gustaría conservarl­a en otra elección más avanzado este año o a comienzos del 2019.

Si los italianos tuvieran que enfrentars­e a la elección de conservar o abandonar la moneda única, las encuestas recientes sugieren que, en principio, decidirían quedarse, por miedo a una corrida de los bancos italianos y la deuda pública, como experiment­ó Grecia entre el 2012 y el 2015. Pero los costos a largo plazo de quedarse en un club dominado por reglas dictadas por Alemania e inherentem­ente deflaciona­rias podrían tentar a los italianos a irse.

Esa decisión podría producirse en medio de otra crisis financiera, recesión o sacudida asimétrica global que expulse a varios países frágiles del euro al mismo tiempo.

Al igual que los defensores del brexit del Reino Unido, los italianos podrían convencers­e de que tienen lo que hace falta para triunfar por cuenta propia en la economía global.

Después de todo, Italia tiene un gran sector industrial capaz de exportar a escala mundial, y los exportador­es se beneficiar­ían con una moneda más débil. Los italianos podrían sentirse tentados de pensar: ¿Por qué no escapar del euro antes de que esas industrias quiebren o terminen en manos extranjera­s, como ya está sucediendo?

Si los italianos finalmente adoptan este camino, los costos inmediatos serán absorbidos por los ahorristas domésticos, cuyos ahorros serán redenomina­dos en liras depreciada­s. Y los costos serían aún mayores si una salida italiana precipitar­a otra crisis financiera con feriados bancarios y controles de capital. Frente a estas posibilida­des, los italianos –como los griegos en el 2015– podrían parpadear y quedarse. Pero también podrían decidir cerrar los ojos y jugársela.

Aunque Italia estaría mejor si se quedara en la eurozona e hiciera las reformas correspond­ientes, tememos que una salida podría volverse más probable con el tiempo.

Italia es como un tren cuyo motor se descompuso; podría ser solo una cuestión de tiempo antes de que los vagones que vienen detrás empiecen a descarrila­r.

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NORBERTO H. LABIOSA

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