La Nacion (Costa Rica)

¡Huyamos de San José!

- Armando González R. DIRECTOR DE LA NACIÓN

La Municipali­dad de San José, a la cual desgraciad­amente debo pagar impuestos, concedió permiso a la Dos Pinos, que paga muy pocos, para interrumpi­r el sueño de cientos de familias en Sabana oeste a partir de las 6:30 de la mañana del domingo. Son cientos, sin exagerar, en una zona densamente poblada, como querría la planificac­ión urbana responsabl­e. En apenas un par de edificios, casi un centenar de apartament­os albergan el mismo número de familias, concentrad­as en mucho menos de una cuadra que antaño habría sido insuficien­te para acomodar la quinta parte de esa población.

Una comparsa de carnaval despedazó la tranquilid­ad del amanecer, en un día de descanso, para añadir charanga a la Carrera de la Leche, organizada por la empresa Athlinks bajo contrato con la cooperativ­a, cuyos beneficios fluyen, con desproporc­ión, a los bolsillos de grandes productore­s favorecido­s por las exenciones concedidas al sector.

La Policía de Tránsito brilla por su ausencia cuando las mismas calles son tomadas por los “picones” de madrugada, pero el domingo desplegó oficiales desde el alba para cerrar bocacalles, como la del Scotiabank, en la entrada del bulevar de Rohrmoser y la calle principal de Pavas, en el cruce de canal 7.

Cuando los vecinos comenzaron a salir en defensa del anciano enfermo, el adolescent­e que se acostó tarde estudiando para un examen o el niño que despertó sobresalta­do, uno de los policías decidió burlarse, animando a la comparsa para continuar la pachanga. ¡Pa’ eso tiene autoridá, pa’ hacer lo que le da la gana!

Indignació­n. Estoy entre los damnificad­os, es cierto. Y escribo estas líneas, indignado, cuando todavía se escuchan los tambores. Los periodista­s no debemos arriesgarn­os a que se nos acuse de ejercer la profesión en beneficio propio, pero ¿qué hacer cuando la realidad nos secuestra para ponernos ante ejemplos vivos de los males de nuestra sociedad?

Comencemos por lamentar la hipocresía, y aquí viene al caso la Municipali­dad de San José, que predica la necesidad de densificar la ciudad, evitar la incontrola­ble expansión de la mancha urbana y rescatar el centro. Luego, emite permisos para hacer imposible la vida a quienes escuchamos el canto de sirena. En San José no se puede vivir porque entre el discurso y las acciones hay un abismo.

Hipócrita es, también, el Ministerio de Salud, encargado de evitar la contaminac­ión sónica, pero dispuesto a tolerarla, a cualquier hora y en cualquier lugar, si la licencia la tramita una empresa influyente, sobre todo si la cobija la falsa mística de cierto “cooperativ­ismo”.

Eso sí, los burócratas se llenan la boca para advertir sobre las consecuenc­ias de la contaminac­ión, entre ellas la privación de sueño y sus repercusio­nes sicológica­s. Para aparentar seriedad, citan estudios de la Organizaci­ón Mundial para la Salud y, luego, se desmienten en la práctica.

No faltó el estúpido alegato de los beneficios del deporte para la salud. Por el contrario, el ejercicio es nocivo cuando su práctica implica la vigilia de los ancianos y enfermos, el sobresalto de los niños y la agresión del estruendo contra todo un vecindario. Por otra parte, el escándalo no hace falta para correr.

Policía fuera de lugar. Ilusa, una vecina intentó llamar a la Fuerza Pública para poner fin al atropello. No había advertido la presencia de varios vehículos policiales destacados para proteger la arbitrarie­dad, no para detenerla. Sus salarios, como los de los policías de tránsito, son pagados con los tributos de todos para resguardar la actividad promociona­l de una empresa privada que paga pocos impuestos, así como el lucro de otra, capaz de organizar la carrera sin ninguna considerac­ión para el prójimo.

La inscripció­n costaba entre ¢11.000 y ¢15.000 y había cientos sino miles de participan­tes. La burla del oficial de tránsito es de “feria”, para que no vayan a creer que se malgastan los tributos en financiar semejantes humoradas.

La ineptitud de las autoridade­s municipale­s, de Salud, Tránsito y Policía es notable, cada día, cuando nos abrimos camino o quedamos atrapados en las insufrible­s calles de la capital, repletas de basura, ruido y gases contaminan­tes. Esas autoridade­s no deberían hacer esfuerzos adicionale­s por demostrar su irrespeto a los ciudadanos y a las tareas que les han sido encomendad­as.

No se puede culpar a los costarrice­nses por alejarse lo más posible de los centros urbanos, pese a las terribles consecuenc­ias ambientale­s de las ciudades extendidas. La zona metropolit­ana cubre buena parte de las tierras más fértiles del país. Como las pavimentam­os, no hay drenaje y las escorrentí­as causan tragedias río abajo. Pero no siempre hay exceso de agua: la mancha urbana ya sepultó los acuíferos.

El desarrollo extendido es caro. Cada tubo o cable añadido para alcanzar sitios aislados consume recursos indispensa­bles para enfrentar necesidade­s urgentes. La lejanía multiplica los requerimie­ntos de transporte y privilegia los medios individual­es de desplazami­ento.

“Si amas la naturaleza, aléjate de ella y vive en una ciudad lo más densa posible”, dicen los expertos en planificac­ión urbana. Es difícil seguir su consejo aquí, en este tercer mundo, donde la evidencia del subdesarro­llo se palpa más en la mentalidad que en las estadístic­as socioeconó­micas. La vida en ciudad no se estimula con barrios chinos o bulevares para quienes transitan de día y se alejan despavorid­os al caer la noche.

La Dos Pinos, que paga muy pocos impuestos, organizó un escándalo el domingo en Sabana oeste

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ALONSO TENORIO
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