La Nacion (Costa Rica)

Justicia política en América Latina

- Gaspard Estrada

PARIS – En abril, el expresiden­te brasileño Luiz Inácio Lula da Silva se rindió a la Policía para comenzar a cumplir una sentencia de prisión de 12 años por corrupción pasiva y lavado de dinero. Fue el último de una serie de arrestos y procesamie­ntos de líderes políticos y económicos latinoamer­icanos, una tendencia que comenzó hace cuatro años, con el estallido del escándalo de sobornos del grupo brasileño Odebrecht. Pero si bien se necesita con urgencia una acción contra la corrupción, el enfoque cada vez más politizado de estos procedimie­ntos está colocando a toda la región en una pendiente resbaladiz­a.

Con los gobiernos y las legislatur­as de América Latina enfrentand­o una profunda crisis de credibilid­ad, la judicatura se ha convertido en un actor importante en algunos países. En Brasil, por ejemplo, figuras involucrad­as en la operación Lava Jato (una investigac­ión en curso sobre la corrupción a gran escala en la petrolera estatal Petrobras), como Deltan Dallagnol, el coordinado­r del grupo de trabajo en el Ministerio Publico, y Sergio Moro, el juez a cargo de la investigac­ión, se han convertido en verdaderos actores políticos. Su influencia ahora excede por mucho su papel como abogados, magistrado­s o jueces de tribunales de primera instancia.

El problema real, sin embargo, es que funcionari­os como Moro han transforma­do la acción judicial contra la corrupción en una cruzada moral y política, por la cual están dispuestos a doblegar la ley. Los magistrado­s de la Corte Suprema argumentan que, para poder encarcelar a Lula antes de la campaña presidenci­al del 2018, Moro ha desobedeci­do las reglas del procedimie­nto penal y manipulado los mecanismos de detención preventiva. Moro admite en su veredicto que está condenando a Lula sin ninguna evidencia directa de un acto ilícito.

Enfrentar a políticos corruptos y líderes empresaria­les es el tipo de causa que generalmen­te recibiría un amplio apoyo popular. Sin embargo, debido al enfoque activista de la judicatura, el 51 % de los brasileños desaprueba las acciones de Moro, que incluyen la condena por corrupción de Lula en el 2017.

América Latina tiene una larga historia de justicia politizada y política judicializ­ada. Como dijo el presidente mexicano Benito Juárez en el siglo diecinueve: “Para mis amigos, gracia y justicia; para mis enemigos, la ley”. Desafortun­adamente, ese sentimient­o sigue siendo muy popular en gran parte de Latinoamér­ica en la actualidad.

En México, la oficina del procurador general de la República, que lleva meses acéfala, ha sido reacia a perseguir a políticos cercanos al gobierno que, según el Departamen­to de Justicia de los EE. UU., estaban involucrad­os en sobornos relacionad­os con Odebrecht. Por el contrario, la misma oficina ha realizado ansiosamen­te una investigac­ión de lavado de dinero contra Ricardo Anaya, uno de los candidatos presidenci­ales de la oposición.

Sin embargo, incluso cuando Anaya ha sido víctima del activismo judicial, uno de sus principale­s asesores es Santiago Creel, que orquestó la acusación hace 13 años en contra del exalcalde de la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, para evitar que este se postule a la presidenci­a.

En otro ejemplo más de la politizaci­ón de las investigac­iones sobre corrupción, Pedro Pablo Kuczynski renunció a la presidenci­a de Perú en vísperas de un voto de destitució­n precipitad­o por sus vínculos con Odebrecht, luego del lanzamient­o de grabacione­s de video que mostraban a aliados clave tratando de comprar el apoyo de los legislador­es de la oposición. Pero esos videos no fueron expuestos como resultado de una investigac­ión judicial independie­nte, sino más bien como parte de una disputa política entre los hijos del exdictador Alberto Fujimori sobre el control del Congreso (y efectivame­nte sobre el país).

Pero Brasil es el que sirve de modelo por excelencia para los procedimie­ntos judiciales impulsados por motivos políticos. La mayoría de la opinión pública brasileña cree que la expresi- denta Dilma Rousseff fue acusada por corrupción. En los hechos, fue acusada de usar una maniobra contable, utilizada por presidente­s anteriores sin mayores consecuenc­ias, para reducir los déficits del gobierno de manera temporal. Según un fiscal del Ministerio Público, Rousseff no cometió ningún crimen de responsabi­lidad que justifique su destitució­n.

No se puede decir lo mismo del reemplazo de Rousseff, Michel Temer, que ha logrado evitar dos intentos de juicio político comprando apoyo político en el Congreso. De hecho, hay grabacione­s de Temer que supuestame­nte autoriza pagos de silencio a Eduardo Cunha, un expresiden­te de la Cámara Baja que está en prisión por su participac­ión en el escándalo de Petrobras.

Aécio Neves, quien perdió las elecciones presidenci­ales ante Rousseff en el 2014, será juzgado por cargos de corrupción y obstrucció­n de la justicia. Pero los jueces a cargo de la investigac­ión no se han movido tan rápido como lo hicieron Moro y sus colegas en el caso Lula, a pesar de que el caso Neves está respaldado por pruebas mucho más sólidas.

“La ley es para todos”, declararon los partidario­s de Sergio Moro. Están en lo correcto. Pero eso significa que la ley también debe ser para Lula, quien ha sido víctima de una verdadera persecució­n judicial, mediática y política en los últimos cuatro años. Por eso, líderes mundiales, académicos globales, ganadores del Premio Nobel de la Paz, el economista Thomas Piketty, el activista Adolfo Pérez Esquivel, así como el expresiden­te francés François Hollande, firmaron varios desplegado­s en favor de Lula.

Nada de esto quiere decir que no sea necesario que la justicia enjuicie a los políticos y a otras figuras poderosas por corrupción. Por el contrario, la operación Lava Jato ha dejado en evidencia la relación incestuosa entre el dinero y la política en América Latina.

Pero cuando los jueces eluden el Estado de derecho, lo debilitan. Y cuando esas tácticas sirven para fines políticos, como lo han hecho en Brasil, los jueces ponen en peligro la democracia misma.

En cualquier caso, la ola de activismo judicial que los escándalos recientes han estimulado hasta ahora ha producido poco o ningún cambio real. En particular, no ha habido una reforma electoral o de financiami­ento de campaña, porque eso requeriría el apoyo de los agentes del poder político y económico que se benefician del sistema actual. La declaració­n de Moro de que la operación Lava Jato puede estar llegando a su fin ha debilitado aún más su incentivo para actuar.

Desde Brasil hasta México, quienes tienen la tarea de defender el Estado de derecho están cada vez más ejerciendo la administra­ción de la justicia con fines partidista­s. En un momento de intensific­ación de la polarizaci­ón política, esto no es un buen augurio para el futuro de América Latina.

Moro admitió en su veredicto que condenó a Lula sin evidencia de un acto ilícito

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