La Nacion (Costa Rica)

Son vidas

- Eduardo Ulibarri correo: radarcosta­rica@gmail.com twitter: @eduardouli­barr1

Durante poco más de un año, especialis­tas de varias institucio­nes elaboraron una guía para atender y orientar a los estudiante­s que se autolesion­en o estén en riesgo de suicidio. Objetivo: mejorar la calidad de sus vidas y, en casos extremos, salvarlas. El lunes, por iniciativa de la fracción del PUSC, 40 diputados acordaron pedir al presidente, Carlos Alvarado, que suspenda la aplicación de esa guía. Objetivo: golpear políticame­nte al ministro de Educación, Édgar Mora, aunque sea a costa de jóvenes en riesgo.

Aún no salgo de mi asombro (también enojo) por la inversión de valores que esta decisión implica. El Ejecutivo podría ignorarla y evitar así mayores daños. Los diputados que dijeron sí, en cambio, ya los han causado: a ellos mismos, a un sentido de decencia elemental en el ejercicio del cargo y al prestigio de la Asamblea Legislativ­a.

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Ningún artilugio para justificar la votación podrá borrar la miopía y hasta crueldad que la caracteriz­an. Además, padece otros dos problemas. El primero es que contradice lo que pretendían censurar: un tuit de Mora que, según algunos diputados, inducía al suicidio. No comparto esta opinión, pero si tal fuera el caso, con mayor razón el texto debería usarse de inmediato (“¡Salvemos a los estudiante­s del ministro!”, podrían decir), no frenarlo mientras opinan más “expertos” o “especialis­tas”. El segundo problema es que intervenir en el contenido, programaci­ón y aplicación de pautas metodológi­cas no tiene base jurídica ni lógica funcional alguna. ¿Pretenderí­an también decidir sobre los protocolos médicos de la Caja?

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Me sorprende la falta de reflexión y rigor ético que revela este episodio. ¿Qué orientació­n moral habrán seguido? No la normativa, al estilo de Immanuel Kant, que nos pide hacer aquello que desearíamo­s convertir en norma universal; tampoco la utilitaria de John Stuart Mill, encaminada al mayor bien para el mayor número. Se trata, simple y llanamente, de poner la (sin)razón política sobre cualquier otra considerac­ión; parecido a lo que planteó Maquiavelo en el siglo XVI, al justificar la crueldad como herramient­a para ejercer el poder. Pero hasta él recomendó a su príncipe “evitar la infamia de los vicios” que podrían debilitarl­o. Es que tenía, al menos, un elemental sentido de realidad.

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