A coyol quebrado
¿Por cuánto tiempo podría sostener su nivel de gasto con lo que tiene, si se quedara con la mitad de su ingreso familiar? La pregunta se la hicieron a 855 personas, en el 2015, para una encuesta de Unimer y la Asociación Bancaria Costarricense.
La mitad de las personas consultadas se declaró incapaz de mantener sus gastos actuales por más de 22 días, y otro 20% manifestó que a lo sumo aguantaría “aproximadamente 30 días”, lo cual deja una relación de casi siete de cada 10 personas con reservas para sostenerse un mes o menos en caso de sufrir una caída en su ingreso.
Nunca en el mundo (y en Costa Rica) se había creado tanta riqueza, pero tampoco se habían tenido tan a la mano formas de gastar y desviar ahorro hacia consumo y pago de deudas. Si añadimos el alto desempleo, el subempleo y el trabajo informal, vemos que la capacidad de ahorrar está en desventaja.
En estos días se habla mucho del agujero fiscal del Gobierno y poco de ese “hueco financiero” en nuestro estado de resultados doméstico, por donde se puede ir la estabilidad económica del hogar, el acceso a un retiro decente, la posibilidad de satisfacer las necesidades básicas y la salud del sistema financiero.
A la ministra de Hacienda, Rocío Aguilar, le alcanzó el mes que estuvo en la Superintendencia General de Entidades Financieras, para sonar la alarma sobre el alto endeudamiento familiar. Recordaba días atrás, en una entrevista en La Nación, cómo a inicios de los 80, pese a la profunda crisis, las familias estaban menos expuestas al crédito para consumo.
Más evidencia del alto endeudamiento y las fisuras en la estructura del ahorro personal la aportaron trabajos publicados, también en La Nación, en la última semana. Uno reveló que el 60% de los trabajadores del MEP (50.593 personas) tienen comprometido el 50% de su salario o más por deudas; otro mostró que la afiliación de los jóvenes de 30 años o menos al régimen obligatorio de pensiones complementarias cayó por tercer año consecutivo.
Mi presupuesto, y quizás el suyo, está plagado de servicios: Internet, cable, Netflix, suscripciones, gimnasios, medicina y educación privadas, comidas fuera de casa; ya no es un recibo telefónico, sino prácticamente uno por cada miembro del hogar... Esto, sin mencionar el potente motor de las compras por Internet, y el crédito de consumo, gasolina de alto octanaje.
El ajuste financiero de los hogares pinta complejo, y es tan necesario como el plan fiscal.