La Nacion (Costa Rica)

De la campaña electoral a la toma de posesión

- Enrique Vargas Soto ABOGADO

Sin proponérse­lo, todo fue llegando poco a poco, lentamente, como sucede en la vida. Pareciera trabajarse sobre un tapiz tejido por manos desconocid­as, extrañas, invisibles. Así comenzó la pasada campaña electoral. Los partidos tradiciona­les –ya se remozarán– llegaron de primeros y fueron los primeros en salir. Las demás agrupacion­es políticas obtuvieron varios diputados. Como se sabe, dos partidos, el PAC y Restauraci­ón Nacional, al no obtener el 40 %, pasaron a la segunda ronda. Ganó el candidato del PAC con casi el 70 % de la votación.

En el último debate, previo al día de la segunda ronda, los candidatos Fabricio Alvarado y Carlos Alvarado se abrazaron y se ofrecieron mutua ayuda. Sobrevino el triunfo y la toma de posesión de Carlos Alvarado. Su discurso, corto, concreto y bien escrito, de frases breves y claras, estuvo dominado por tres palabras claves, “trabajar, trabajar y trabajar”, seguidas de acción, reforma fiscal, infraestru­ctura vial, tren y muchos temas más.

Consultado el público, una señora de apellido Fernández, provenient­e de San Isidro de El General, dijo lo que se está cumpliendo: “Que el país no se nos salga de las manos”. Esto es cuanto demanda y espera el pueblo.

La toma de posesión, como era de esperar, fue sencilla y sobria, como lo será la nueva cultura política y social de Costa Rica más el consiguien­te cambio de mentalidad.

Dos reflexione­s conductual­es pareciera desprender­se de la campaña electoral de ambos candidatos. La de Fabricio Alvarado diría así: “El hombre busca, más allá de las cosas, una verdad suprema que lo llene”. La otra, la de Carlos Alvarado, podría ser esta: “Trabajemos con orden, amparados a una nueva cultura política para alcanzar cosas concretas”. Pero el primero cometió un error. Una cosa es que la gente meta el corazón en Dios y otra cosa es imponérsel­o indirectam­ente valiéndose del binomio política-religión. Eso, el votante lo rechazó.

Eso mismo ha sido la defensa permanente de los partidos políticos tradiciona­les, que no han desapareci­do, como algunos proponen para desfigurar nuestra democracia y convertirl­a en posverdad, siempre compuesta de engaños, subterfugi­os y mentiras. Tal práctica quedó patente en días pasados cuando el “desorden” arrastraba millones de dólares. Por fortuna, trabajo, acción y honradez están en camino.

Opinión pública. Un tema muy olvidado en el país es el concepto de opinión pública. Todo funcionari­o sabe que no estará inscrito en el libro de oro de la historia patria, pues su misión es servir y respetar esta opinión, ya se trate del presidente, un ministro, un diputado o un magistrado.

Como expresa el tratadista Johannes Messner en su libro El

financiero: “La expresión ‘opinión pública’ vale frecuentem­ente (…) como la última palabra que ha de decidir todas las cuestiones vitales de la democracia”. Y una de estas “cuestiones vitales” es la prestación de un servicio público. Para eso se elige a los mencionado­s funcionari­os.

Tampoco olvidemos un concepto de Immanuel Kant, contenido en su libro Filosofía de la

historia: “Lo que es verdad en la historia no vale nada en la práctica”. Esta frase fue recogida por Jacinto Choza en su obra La realizació­n del hombre en la cultura. ¿Y qué es lo práctico? No otra cosa que las obras de todos los días, lo concreto, desde lo pequeño a lo grande, desde desayunar y cepillarse los dientes hasta aquellas labores más exigentes: el trabajo, el ejercicio profesiona­l, la academia, las labores de la casa y el campo, así como cuanta actividad se presente en la existencia de cada persona.

En el afán de convertir todo en negocio, lo pequeño, lo ordinario, eso de todos los días pasa a ser realidad humana dispuesta a contribuir al logro de una vida social más digna, más próspera y segura.

Otra ruta. La misma democracia, tan metida en nuestra memoria colectiva, pide una ruta de perfección; aún está encerrada por el candado del 4-3, concebido para el nombramien­to de juntas directivas de institucio­nes autónomas, algunas sujetas al cordón umbilical del Estado empresario. Tanto el ICE como Recope, si soltaran tantas amarras y le permitiera­n más libertad de acción a la iniciativa privada (mejor regulada), el país tendría energía eléctrica y gasolina más baratas. No obstante, la iniciativa privada sigue estando medio presa.

Ojalá prospere la propuesta gubernamen­tal de las alianzas público-privadas. Los votantes estamos hastiados de tantas trabas. No basta con creer que la nuestra es la primera democracia latinoamer­icana; no le cerremos la posibilida­d de crecer, ni continuemo­s presa del desorden, el burocratis­mo, la pasividad y el conformism­o.

Dejemos en el camino tanta estrechez de espíritu y no caigamos en el pretexto de estudios y posposicio­nes, que solo retrasan las acciones y reformas nacionales urgentes, como la del déficit fiscal. Los partidos tradiciona­les se levantan de otra forma: colaborand­o, haciendo patria y perfeccion­ando la democracia.

En cuanto al servicio público, puesto aquí en segundo plano, expresa Fernando Inciarte, decano de Filosofía y Letras de la Universida­d de Münster, en Alemania, lo siguiente: que el gobernante, si es profesiona­l en política, debe, primero, dotar al país de soluciones nacionales, no las propias de su profesión. Y agrego, menos servir al partido elector.

De la campaña electoral a la toma de posesión, existe un paso intermedio: lo que pide y espera el país: unión, bienestar, paz y libertad.

Ojalá prospere la propuesta gubernamen­tal de las alianzas público-privadas

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NORBERTO H. LABIOSA
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