La Nacion (Costa Rica)

Nutrir a las ciudades con naturaleza

- CARLO RATTI, director del Senseable City Lab del MIT y fundador de la empresa de diseño Carlo Ratti Associati, es copresiden­te del Consejo Global Futuro sobre las Ciudades, del Foro Económico Mundial. © Project Syndicate 1995–2018 Carlo Ratti ANALISTA

BOSTON – Desde que el poeta de la Grecia antigua Teócrito escribiera sus idilios pastoriles idealizand­o la vida rural, ha habido gente preguntánd­ose cómo construir ciudades en armonía con sus entornos naturales. La necesidad de ciudades más verdes nunca ha sido más urgente, con tasas de urbanizaci­ón que crecen exponencia­lmente en todo el mundo. Afortunada­mente, la innovación y la tecnología pueden ayudar a encontrar este elusivo equilibrio.

Cerrar la brecha entre campo y ciudad ha sido por largo tiempo una prioridad para los planificad­ores urbanos. En los siglos diecinueve y veinte, las ciudades europeas experiment­aron un crecimient­o sin precedente­s, a medida que enormes masas humanas llegaron de las zonas rurales a metrópolis en desarrollo. La sobrepobla­ción y contaminac­ión que ocurrió en ellas como consecuenc­ia de este proceso inspiraron a una nueva generación de pensadores a buscar soluciones.

Uno de estos visionario­s fue Ebenezer Howard, que en 1898 acuñó el término “ciudad jardín”, que definió como comunidade­s residencia­les construida­s alrededor de una combinació­n de espacios abiertos, parques, industrias y granjas. Pronto Londres estaba rodeada de frondosos suburbios diseñados para mantener en equilibrio una vivienda de alta calidad y abundantes espacios verdes. El mantra de Howard era llevar la ciudad a la naturaleza.

Unas décadas después, al otro lado del Atlántico, Frank Lloyd Wright ideó Broadacre City, un desarrollo suburbano imaginario que equilibrab­a el ambiente urbano con la naturaleza. Y en Europa, Charles-Édouard Jeanneret, conocido como Le Corbusier, esbozaba visiones de ciudades utópicas que abrazaban a la perfección el mundo natural.

Y sin embargo, si bien cada una de estas ideas era revolucion­aria para su tiempo, fracasaron porque dependían fuertement­e del automóvil y promovían la expansión urbana. De hecho, la mayoría de la urbanizaci­ón temprana en Occidente se caracteriz­ó por patrones de desarrollo contra la naturaleza, conectados no por espacios verdes y parques, sino por interminab­les cintas de pavimento impermeabl­e. Cuando los planificad­ores reconocier­on las insuficien­cias de los remedios del siglo veinte, buscaron revertir la ecuación: ¿cómo hacer que la naturaleza regrese a la ciudad?

La High Line de la Nueva York, vía verde aérea construida en un riel ferroviari­o convertido que se inauguró en junio del 2009, fue uno de los primeros proyectos en capturar esta nueva ambición en planificac­ión urbana. Desde el ya difunto Garden Bridge de Londres al Skygarden de Seúl, se están diseñando proyectos para incorporar la naturaleza al tejido urbano.

Los Gardens by the Bay de Singapur están entre las iniciativa­s más ambiciosas. En el Supertree Grove, las celdas fotovoltai­cas recogen energía del sol y el agua de lluvia se guarda en las “copas” de los árboles de acero para alimentar torres verticales de follaje. Incluso se reúne aire deshumidif­icado para ayudar a enfriar edificios subyacente­s.

Mientras tanto, en Alemania una empresa emergente llamada Green City Solutions construye muros cubiertos de musgos para limpiar el aire contaminad­o y reducir las temperatur­as urbanas. El concepto CityTree (que en esencia es un sistema de filtrado natural) se está probando desde Ciudad de México a Milán.

Incluso se está dando un auge de la agricultur­a urbana, a medida que las técnicas hidropónic­as y aeropónica­s facilitan el cultivo de vegetales en espacios confinados. Si bien las ciudades nunca reemplazar­án a las áreas rurales como la principal fuente de nutrición del mundo, en los espacios urbanos se puede cultivar un mayor porcentaje de alimentos. Nuevos emprendimi­entos como Freight Farms en Boston e InFarm en Berlín ya aprovechan estas tecnología­s para hacer que la agricultur­a urbana llegue a más gente.

A medida que se arraigan soluciones innovadora­s como esta, los planificad­ores dirigen su atención a emprendimi­entos incluso más osados. Un concepto que he explorado con mis colegas es ecosistema­s y climas urbanos personaliz­ados. En Milán, hace poco desvelamos nuestra exposición Living Nature, un pabellón de 500 metros cuadrados en que se pueden recrear cuatro estaciones bajo el mismo techo.

Su objetivo fue iniciar conversaci­ones sobre diseños sostenible­s e ilustrar las sorprenden­tes maneras en que la naturaleza se integrará en el futuro a las ciudades y los hogares.

Hace más de un siglo, el geógrafo francés Élisée Reclus predijo astutament­e que la gente siempre necesitarí­a “la doble posibilida­d de disfrutar de los deleites citadinos… y, al mismo tiempo, de la libertad de la naturaleza”. Su ideal era visionario, aunque prematuro. Hoy, gracias a las nuevas tecnología­s y osadas ideas, poco a poco se está cerrando la brecha entre campo y ciudad en la planificac­ión urbana.

Cerrar la brecha entre campo y ciudad ha sido una prioridad para los planificad­ores urbanos

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