La Nacion (Costa Rica)

Capital del ruido

- Gerardo Bolaños G. Jorge Guardia jorge.guardiaqui­ros@yahoo.com

PERIODISTA Huyamos de San José! dice Armando González, director de La Nación, en la edición del martes 12 de junio del 2018, agobiado por el ruido que permite o fomenta la Municipali­dad de San José.

¡Que no se le ocurra venirse para Santa Ana! Con gran suceso, se ha constituid­o en este cantón una inverosími­l Asociación de Fervientes Amigos del Ruido (AFAR). Tiene como fin acabar con la paz de los vecinos que no la integran y molestarlo­s desde muy temprano y hasta muy tarde con todo tipo de ruidos humanos, animales y materiales.

Ilegalment­e establecid­a, cuenta la AFAR varios centros de operacione­s prominente­s, en los cuales las personas que no hacen ruidos estrepitos­os e insoportab­les son considerad­as ciudadanas de tercera clase, o menos aún.

Integran este distinguid­o y estridente grupo numerosas empresas dedicadas al perifoneo, así como escuelas y colegios cuya única misión pareciera ser el adiestrami­ento de niños y muchachos para los desfiles del 11 de abril y del 15 de setiembre, con su cuota de interminab­les y estruendos­os redobles.

Esposas viejas.

Los perifoneos son algo especial: sus vehículos circulan en todo momento del día (de noche descansan, pero mejor no decirlo en alto, no vaya a ser que…) y casi todos los días, solicitand­o a todo volumen que se les done computador­as viejas, planchas viejas, lavadoras viejas, refrigerad­oras viejas, esposas viejas (para maniatar maleantes, se entiende).

Para ello pasan el mensaje una y otra vez, sin tomar aire (es una grabación) atronando los aires, como si nuestra meta en la vida fuera descartar todos los días algún electrodom­éstico.

Sin embargo, uno tiene que agradecerl­es la coherencia con la cual tocan a la puerta de nuestra conciencia ecológica. Es decir, nos vuelven locos mientras no les demos algún chunche enchufable aunque esté en buen estado.

Se distinguen igualmente como candidatos al Mejor Productor de Ruido del Año decenas de motociclis­tas que atronan las calles del cantón sin que esto moleste en lo más mínimo al alcalde de la desventura­da Santa Ana ni a los oficiales de tránsito locales.

Recienteme­nte se han incorporad­o al diabólico sistema organizaci­ones religiosas que celebran cultos a todo volumen varios días a la semana, haciendo despliegue­s musicales desafinado­s a decibeles imposibles.

Aunque vivo a 100 metros de una de esas organizaci­ones, el ruido se propaga al punto de que me obliga, así como a otros vecinos, a desertar e irnos, por decirlo así, con la música a otra parte mientras duren sus cantos y gritos muy parecidos a los de un video que circuló antes de las elecciones. Como les decía, el alcalde muy bien, gracias.

Meter ruido es uno de los deportes incurables de la vida moderna. Se practica en todas partes, como una religión perversa en la que todos van al infierno.

Creo que si hubiera un Campeonato Mundial de Ruido, Costa Rica podría llegar hasta las semifinale­s, por lo menos. Sería un consuelo...

Si hubiera un Campeonato Mundial de Ruido, Costa Rica llegaría a las semifinale­s

EN GUARDIA

LABOGADOEC­ONOMISTA a cumbre del G7, celebrada en La Malbaie, Quebec, debió haberse aprovechad­o para apaciguar la guerra comercial entre los países industrial­izados y solucionar los graves problemas del comercio internacio­nal. Pero nada de eso ocurrió. Se abortó. ¿Quiénes fueron los responsabl­es?

Yo voy a dar una visión muy distinta de la transmitid­a en la prensa. Se inculpa al presidente Trump por no firmar el communiqué acordado en forma unánime, debido a declaracio­nes conminator­ias posteriore­s del primer ministro canadiense, Justin Trudeau. ¿Se justifica la reacción de Trump? No. Pero tampoco la de los demás dignatario­s, incluido Trudeau.

¿Por qué los incluyo a todos? Por no haber sabido identifica­r los problemas de los viejos tratados comerciale­s y no reconocer que el orden internacio­nal, basado en esas normas y alianzas, refleja una situación muy ajena a la teoría del libre comercio y ventajas comparativ­as que los economista­s respaldamo­s. La realidad es un enjambre proteccion­ista y discrimina­torio inserto en los tratados comerciale­s por cálculo político o impulsos de grupos de interés.

Defender el orden actual ignora el principal problema de fondo: “El comercio ha impactado negativame­nte a grupos de trabajador­es y comunidade­s”, según alertaron el FMI, el Banco Mundial y la OMC en un extenso trabajo conjunto publicado en marzo del 2017. Dicen: “Evidencia reciente sobre el efecto de la competenci­a de las importacio­nes en los trabajos manufactur­eros en ciertas localidade­s de Europa y Estados Unidos demuestra cuán duros pueden ser”. O, como recalcó Ruchir Sharma: “La globalizac­ión generó gran prosperida­d, pero la élite fue la que más ganó. Conforme la inequidad creció, agitó grandes bolsones de resentimie­nto entre los dejados atrás” (The New York Times, noviembre del 2016).

Mi interpreta­ción es que Trump se enfrentó a una defensa descomunal de los tratados, dentro y fuera de su país, absolutame­nte reacia a aceptar cambios y, por eso, se brincó las trancas. Si impone tarifas para corregir desequilib­rios (con TLCAN, por ejemplo, Canadá protege sus lácteos con aranceles del 270 %), Canadá, México y la UE incurren en el mismo pecado en vez de aceptar que hay fallas por resolver. ¡Lástima!, porque se estaban acercando. El communiqué de La Malbaie contenía una frase clave que ya Trump había aceptado: “Reducir tarifas, barreras no arancelari­as y subsidios”, pero Trudeau, tras de la cumbre, sacó el florete y exclamó:

Entonces, todo se vino abajo.

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