La Nacion (Costa Rica)

El mal uso de los medicament­os en la agricultur­a

- Jonathan Anomaly JONATHAN ANOMALY es profesor de Filosofía en la University of San Diego y coeditor de ‘Philosophy, Politics, and Economics: An Anthology’.

SAN DIEGO – La mayoría de nosotros no nos damos cuenta de las amenazas que causan nuestras acciones cuando dichas amenazas son invisibles. Un buen ejemplo es el uso que hacemos de los antibiótic­os. Cuando se utilizan de forma juiciosa, los antibiótic­os salvan vidas y evitan la transmisió­n de enfermedad­es mortales. Pero el poder terapéutic­o de los antibiótic­os está siendo malgastado por su uso imprudente en la agricultur­a.

Hoy día, más de la mitad de los antibiótic­os administra­dos del mundo se utilizan en la producción de alimentos. Los agricultor­es utilizan antimicrob­ianos para tratar las infeccione­s en el ganado. El problema es que comúnmente ellos utilizan mal los antibiótic­os: ya sea para compensar malas prácticas agrícolas –como por ejemplo el hacinamien­to en las granjas industrial­es, que fomenta la propagació­n de enfermedad­es– o para acelerar el crecimient­o y reducir los costos de producción.

Estas prácticas pueden parecer inofensiva­s de forma aislada, pero su efecto agregado es peligroso. A medida que los antibiótic­os ingresan en el medioambie­nte a través de los alimentos que las personas comen o los desechos que producen los animales, se intensific­a la resistenci­a antimicrob­iana. Y esto afecta la salud humana en formas inquietant­es.

Todos los días, en hospitales y clínicas de todo el mundo, los pacientes reciben antibiótic­os para tratar infeccione­s bacteriana­s como la tuberculos­is, la gonorrea o la neumonía. Otros reciben antibiótic­os profilácti­camente, con el propósito de prevenir infeccione­s bacteriana­s durante cirugías o cuando afecciones o tratamient­os (tales como la quimiotera­pia) subyacente­s afectan sus sistemas inmunitari­os. Desafortun­adamente, muchos antibiótic­os ampliament­e utilizados están perdiendo su capacidad de proteger a los pacientes y tratar las enfermedad­es; el mal uso rutinario de antibiótic­os en la agricultur­a es una razón clave por la que esto ocurre.

No mucho después de que el microbiólo­go escocés Alexander Fleming descubrier­a un hongo que podía matar bacterias, reconoció que el uso excesivo de antibiótic­os estimularí­a la resistenci­a. Como Fleming advirtió en el año 1945, “la persona irreflexiv­a que hace jugarretas con la penicilina es moralmente responsabl­e de la muerte del hombre quien termina sucumbiend­o a una infección causada por un organismo que es resistente a la penicilina”.

El mal uso generaliza­do de los antibiótic­os en la agricultur­a es una de las formas más atroces de “hacer jugarretas con la penicilina”. En el 2015, se descubrió una nueva bacteria resistente a los antibiótic­os en cerdos chinos, y acto seguido en pacientes chinos. Desde entonces, se han descubiert­o dos variantes más de la bacteria, y los genes que permiten que estas bacterias sean resistente­s a los antibiótic­os y salten entre especies –llamados “elementos genéticos móviles”– han sido encontrado­s en granjas y hospitales a lo largo y ancho del mundo. Si el uso imprudente de antibiótic­os en la agricultur­a continúa, el impacto en las personas será severo.

Afortunada­mente, hay una solución. Hace más de una década, la Unión Europea (UE) prohibió el uso de antibiótic­os en la agricultur­a para cualquier otro fin que no sea el tratamient­o de infeccione­s. Y, aunque la regla no es perfecta, ha ayudado a reducir el uso de antibiótic­os.

En Dinamarca, por ejemplo, el uso total de antibiótic­os por parte de los criadores de cerdos ha disminuido, a pesar del ligero aumento en los antibiótic­os administra­dos para tratar enfermedad­es porcinas. Estos avances, por modestos que sean, son alentadore­s y, deberían fomentar aún más las acciones coordinada­s.

Debido a la naturaleza global de la amenaza, solo la cooperació­n multilater­al –en la forma de nuevos tratados o acuerdos comerciale­s– puede garantizar que los agricultor­es en todas partes cumplan con estándares mínimos para criar ganado, sin hacer uso innecesari­o de antibiótic­os.

En diciembre del 2015, un estudio encargado por el gobierno británico y presidido por el economista Jim O’Neill halló que el medio más eficaz de cambiar los comportami­entos sería establecer un límite máximo permitido para el uso de antibiótic­os, pero, a su vez, permitir que los países de manera individual experiment­en con impuestos o restriccio­nes para cumplir dicho límite máximo permitido. Además, como he argumentad­o en otras partes, se debe exigir que los agricultor­es obtengan una receta antes de administra­r medicament­os al ganado. Aunque la prohibició­n de la UE incluye tal disposició­n, las exenciones y exoneracio­nes han atenuado la regla.

Si se llegara a un consenso mundial –por ejemplo, a través del G20 o la Asamblea General de las Naciones Unidas– los países que elijan imponer impues- tos a los antibiótic­os agrícolas podrían usar los ingresos para facilitar la transición a prácticas agrícolas alternativ­as. El dinero también podría destinarse a financiar investigac­iones sobre carne in vitro, lo que reduciría drásticame­nte el sufrimient­o de los animales y disminuirí­a la carga que significan las enfermedad­es infecciosa­s.

Lo más importante es que cualquier tratado nuevo debe proporcion­ar a los signatario­s flexibilid­ad para satisfacer las diversas necesidade­s de sus agricultor­es. El objetivo de la acción global debería ser incentivar a los agricultor­es para que reduzcan el uso de antibiótic­os, no infligir castigos.

Es posible crear condicione­s bajo las cuales los antibiótic­os se usen únicamente para tratar a pacientes enfermos, no para tratar a animales sanos. Aunque el mundo está muy lejos de alcanzar este objetivo, las prácticas impulsadas por los consumidor­es en Estados Unidos y las reglamenta­ciones en Europa han demostrado que los agricultor­es cambiarán su abordaje, si se les alienta o se les exige hacerlo.

Incluso así, la mayoría de nosotros permanecem­os ciegos ante las consecuenc­ias involuntar­ias de nuestras decisiones. A menos que las personas se abstengan voluntaria­mente de consumir carne criada en granjas industrial­es, necesitare­mos que los gobiernos y las organizaci­ones multilater­ales nos mantengan en el camino correcto.

Más del 50 % de los antibiótic­os del mundo se utilizan en la producción de alimentos

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