La Nacion (Costa Rica)

Redescubri­r la promesa de la energía nuclear

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OXFORD – En la Conferenci­a de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático celebrada en el 2015 en París, los líderes mundiales parecieron por fin reconocer la realidad del cambio climático. Pero la respuesta que le han dado es fundamenta­lmente errada, porque depende de “fuentes de energía renovables” (como la solar, hídrica y eólica, así como los biocombust­ibles) que en realidad son perjudicia­les para la naturaleza. Irónicamen­te, la mejor opción que tiene el mundo para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París es confiar en una fuente de energía que suele ser demonizada: la energía nuclear.

La generación hídrica, eólica y solar no puede proveer un suministro de energía confiable de la magnitud necesaria para una economía moderna. Un kilogramo de agua en un dique de cien metros de alto solo puede proveer 1/3.600 kilovatios hora (kWh) de energía. En cambio, un kilogramo de carbón provee unos 7 kWh de energía, es decir, 20.000 veces más.

De modo que un sistema hidroeléct­rico capaz de generar la misma cantidad de energía que un equivalent­e impulsado por carbón tendría que ser enorme, lo que implica altos costos ambientale­s y humanos. Para construir el proyecto hidroeléct­rico más grande que existe (la represa de las Tres Gargantas en el río Yangtsé, que se extiende a lo largo de 600 kilómetros) hubo que reubicar a 1,3 millones de personas, ya que 13 ciudades, 140 pueblos y 1.350 aldeas quedaron inundados.

La densidad de energía del viento es similar. Incluso con sus grandes y ruidosas turbinas, las granjas eólicas mar adentro solo llegan a producir (en el mejor momento) nueve megavatios por kilómetro cuadrado. Para competir con una central a carbón de un gigavatio se necesitan varios cientos de turbinas. Lo mismo vale para las granjas solares: para que sean competitiv­as tienen que ser inmensas, extendidas sobre vastas superficie­s de campo.

Pero incluso si estas estructura­s masivas y ambientalm­ente dañinas se instalaran, no podrían producir un suministro confiable de energía suficiente. Los artículos que publicitan el poder de generación máximo de las plantas solares y eólicas suelen omitir que estas pueden llegar a estar varios días sin entregar casi nada de energía. Si fuera posible almacenar en forma eficiente la energía no utilizada, los períodos malos se podrían compensar; pero la tecnología de las baterías no se puede mejorar más allá de lo que permiten las leyes de la química.

Hace poco un investigad­or sostuvo que las fuentes renovables bastarían para proveer toda la electricid­ad que consume Estados Unidos, pero dicha afirmación ha sido rebatida. Para evitar apagones sería necesario construir generadore­s de respaldo confiables y mantenerlo­s en modo de espera, a un costo imputable a las fluctuante­s energías renovables.

Algunos dicen que la solución es usar biocombust­ibles como el etanol y el biodiésel, que en algunos lugares están subsidiado­s. Pero los biocombust­ibles tienen el mayor impacto ambiental entre todas las fuentes de energía renovables, porque su producción demanda grandes áreas de bosque y tierra cultivable, y generan un aumento de la emisión neta de dióxido de carbono.

La energía nuclear es una fuente de energía sin emisión de carbono que no tiene estas desventaja­s ambientale­s. De hecho, el combustibl­e nuclear tiene 100.000 veces la densidad de energía del carbón, de modo que una central nuclear de un gigavatio solo demanda 15 hectáreas de tierra. Centrales modulares más pequeñas pueden combinarse con el paisaje sin alterarlo. Además, los minerales nucleares están geográfica­mente bien distribuid­os y el combustibl­e es fácil de transporta­r y almacenar. Y las centrales nucleares (capaces de operar por sesenta años) son más tolerantes a extremos meteorológ­icos que las plantas eólicas o solares.

Pese a estas ventajas, países de todo el mundo se niegan a invertir en nuevas centrales nucleares, e incluso cierran las que ya hay. Esto se debe a una falta de comprensió­n sobre el hecho de que estamos expuestos a radiacione­s de procesos nucleares (parte integral de la naturaleza) todos los días.

La vida evolucionó durante 3.000 millones de años de modo para tolerar bien la radiación natural procedente de las rocas y del espacio. Hace un siglo, Marie Curie recibió dos premios nobel por explicar la física y la química de la radioactiv­idad y de la física nuclear, antes de conducir las primeras investigac­iones en el uso de altas dosis de radiación para el tratamient­o del cáncer.

Aunque casi todos tenemos un pariente o un amigo beneficiad­o por la radioterap­ia, las actitudes públicas hacia la energía nuclear y la radiación nunca se recuperaro­n de la conmoción de las bombas nucleares arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945. Pero los efectos a largo plazo de la radiación liberada por esas bombas han sido muy exagerados.

Es verdad que los bombardeos causaron la muerte hasta de 200.000 personas, pero las razones principale­s fueron las explosione­s en sí y los incendios resultante­s. Pocas personas murieron de cáncer. En realidad, el historial médico de los sobrevivie­ntes indica entre 550 y 850 muertes adicionale­s por cáncer en un período de cincuenta años.

Para colmo, durante la Guerra Fría los políticos y los medios explotaron el temor a la radiación. En los años 50 se aprobaron normas de seguridad draconiana­s, no porque lo exigiera la evidencia, sino para calmar a una opinión pública presa del temor (agravado por la carrera armamentis­ta nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética).

El accidente nuclear de Chernobyl en 1986 pareció confirmar esos temores, aunque solo hubo 43 muertes atribuible­s a la radiación liberada en el incidente. En el accidente del 2011 en la central nuclear Fukushima I en Japón nadie murió por la radiación, pero muchos vieron ese episodio como prueba de que los países debían abandonar la energía nuclear. El impacto negativo de Fukushima (incluidas 1.600 muertes y un grave daño económico y ambiental) se debió a deficienci­as en los reglamento­s y procedimie­ntos de evacuación. Lo que causó el accidente fue la geología, no el uso de la energía nuclear.

El mundo debe superar la fobia a la radiación y aceptar normas para el uso de la energía nuclear más flexibles y basadas en evidencia empírica. (El costo aparenteme­nte alto de la energía nuclear se debe a la imposición de normas excesivas). Lo que más se necesita es voluntad política para cuestionar el statu

quo en aras de tomar decisiones inteligent­es y previsoras y una mejor educación de la opinión pública (comenzando por la escuela primaria y una mayor inversión en educación).

Aunque la energía nuclear no sea popular hoy, debería serlo mañana. Es la mejor elección para nuestro futuro colectivo, y deberíamos adoptarla. ■

El mundo debe superar la fobia a la radiación y aceptar la energía nuclear

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Wade Allison FÍSICO

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