La Nacion (Costa Rica)

Energía para el bien común

- Jeffrey D. Sachs ECONOMISTA

NUEVA YORK – La crisis climática que hoy enfrentamo­s es el reflejo de una crisis mayor: una confusión global de medios y fines. Seguimos utilizando combustibl­es fósiles porque podemos (medios), no porque sean buenos para nosotros (fines).

Esta confusión es la razón por la que el papa Francisco y el patriarca ecuménico Bartolomé nos estimulan a pensar seriamente en lo que es verdaderam­ente bueno para la humanidad y cómo lograrlo. A comienzos de este mes, el Papa y el patriarca congregaro­n a líderes empresaria­les, científico­s y académicos, en Roma y en Atenas respectiva­mente, para acelerar la transición de los combustibl­es fósiles a una energía renovable segura.

En gran parte del mundo hoy, los propósitos de la política, la economía y la tecnología se han degradado. La política es considerad­a como una lucha de poder sin limitacion­es, la economía como una carrera despiadada detrás de la riqueza y la tecnología como el elixir mágico para un mayor crecimient­o económico. En verdad, según Francisco y Bartolomé, necesitamo­s que la política, la economía y la tecnología cumplan un propósito mucho mayor que el poder, la riqueza o el crecimient­o económico. Las necesitamo­s para promover el bienestar humano de hoy y de las generacion­es futuras.

Estados Unidos puede ser el más confundido de todos. Estados Unidos hoy es un país rico más allá de lo que se pueda imaginar, con un ingreso mediano de los hogares y un producto interior bruto per cápita igual, en cada caso, a casi 60.000 dólares. Estados Unidos podría tenerlo todo. Sin embargo, lo que tiene es una creciente desigualda­d de ingresos, una caída de la expectativ­a de vida, una tasa de suicidio en ascenso y una epidemia de obesidad, sobredosis de opioides, masacres en escuelas, trastornos depresivos y otros males graves. Estados Unidos incurrió en pérdidas por $300.000 millones causadas por desastres relacionad­os con el clima el año pasado, incluidos tres huracanes inmensos –cuya frecuencia e intensidad han aumentado, debido a la dependenci­a de los combustibl­es fósiles–. Estados Unidos tiene un poder, una riqueza y un crecimient­o enormes y, sin embargo, un bienestar reducido.

La economía y la política de Estados Unidos están en manos de los cabildos corporativ­os, entre ellos el de los gigantes petroleros. Se asignan recursos de manera implacable a desarrolla­r más campos de petróleo y gas, no porque sean buenos para Estados Unidos o el mundo, sino porque los accionista­s y gerentes de ExxonMobil, Chevron, Conoco Philipps y otros así lo exigen. Trump y sus secuaces trabajan diariament­e para socavar los acuerdos globales y las regulacion­es domésticas que se implementa­ron para acelerar el cambio de los combustibl­es fósiles a la energía renovable.

Efectivame­nte, podemos producir más petróleo, carbón y gas. ¿Pero para qué? No para nuestra seguridad: los peligros del calentamie­nto global ya están entre nosotros. No porque no tengamos alternativ­as: Estados Unidos tiene recursos eólicos, solares e hídricos entre otras fuentes de energía primaria que no causan calentamie­nto global. La economía estadounid­ense, lamentable­mente, es un gigante fuera de control, que persigue la riqueza petrolera y pone en peligro nuestra propia superviven­cia.

Por supuesto, Estados Unidos no es el único en la búsqueda alocada de riqueza por sobre el bienestar. La misma confusión de medios y fines, centrada en el rédito inmediato, está haciendo que Argentina, que será sede de la Cumbre del G20 más avanzado este año, lleve adelante fracturaci­ón para extraer gas natural, con todos los riesgos climáticos y ambientale­s asociados, en lugar de aprovechar su potencial generoso de energía eólica, solar e hídrica. La misma corrupción de propósitos está haciendo que el gobierno canadiense garantice un nuevo oleoducto para exportar a Asia la producción provenient­e de sus arenas petrolífer­as contaminan­tes y costosas, mientras que subinviert­e en las vastas fuentes de energía renovable de Canadá.

En su reunión con los jefes de las principale­s compañías petroleras y de gas, Francisco les dijo: “Nuestro deseo de garantizar la energía para todos no debe conducir al efecto no deseado de una espiral de cambios climáticos extremos debido a un ascenso catastrófi­co de las temperatur­as globales, ambientes más inhóspitos y mayores niveles de pobreza”. Observó que las empresas petroleras están empeñadas en “la búsqueda continua de nuevas reservas de combustibl­es fósiles, mientras que el Acuerdo de París claramente instó a mantener la mayoría de los combustibl­es fósiles bajo tierra”. Y les recordó a los ejecutivos: “¡La civilizaci­ón requiere energía, pero el uso de energía no debe destruir la civilizaci­ón!”.

Francisco subrayó la dimensión moral del problema:

“La transición a una energía accesible y limpia es una deuda que tenemos con millones de nuestros hermanos y hermanas en todo el mundo, con los países más pobres y con las generacion­es futuras. El progreso decisivo en este camino no se puede hacer sin una mayor conciencia de que todos formamos parte de una familia humana, unida por lazos de fraternida­d y solidarida­d. Solo si pensamos y actuamos pensando constantem­ente en esta unidad subyacente que supera todas las diferencia­s, solo si cultivamos un sentido de solidarida­d intergener­acional universal, podemos encarar en serio y con determinac­ión el camino por delante”.

Mientras Francisco se reunía con los jefes en Roma la semana pasada, Bartolomé congregaba a líderes de institucio­nes científica­s, de agencias de las Naciones Unidas y de las principale­s religiones en Atenas y el Peloponeso, para trazar un camino hacia la seguridad ambiental. Bartolomé también subrayó la cuestión moral fundamenta­l: “La identidad de cada sociedad y la medida de cada cultura no se juzgan por el grado de desarrollo tecnológic­o, crecimient­o económico o infraestru­ctura pública”, dijo. “Nuestra vida civil y nuestra civilizaci­ón están definidas y juzgadas principalm­ente por nuestro respeto por la dignidad de la humanidad y la integridad de la naturaleza”.

Los 300 millones de fieles de las iglesias del este lideradas por el patriarca ecuménico están en tierras que enfrentan los peligros extremos del calentamie­nto global: intensas olas de calor, crecientes niveles de los océanos y sequías cada vez más severas. La región mediterrán­ea ya está asolada por el peligro ambiental y la migración forzada de las zonas de conflicto. Un cambio climático descontrol­ado –que ya ha contribuid­o al conflicto– sería desastroso para la región.

La conferenci­a de Bartolomé se inauguró en la Acrópolis, el corazón mismo de la antigua Atenas, donde hace 2.300 años Aristótele­s definió la ética y la política como la búsqueda del bienestar. La comunidad política, escribió Aristótele­s, debería apuntar “al bien supremo”, que se alcance cultivando las virtudes de la ciudadanía.

Aristótele­s es célebre por contrastar dos tipos de conocimien­to: téchne (saber técnico) y

phrónesis (sabiduría práctica). Los científico­s y los ingenieros nos han dado el conocimien­to técnico para pasar rápidament­e de los combustibl­es fósiles a la energía de cero consumo de carbono. Francisco y Bartolomé nos instan a encontrar la phrónesis, la sabiduría práctica, para redirigir nuestra política y nuestra economía hacia el bien común.

EE. UU. tiene poder, riqueza y crecimient­o enormes, pero un bienestar reducido

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