La Nacion (Costa Rica)

Monumento a Otilio Ulate y derechos de autor

- Carlos Corrales

Otilio Ulate, a los 58 años fue presidente de la República de 1949 a 1953; constituye­nte independie­nte en 1917, a los 26 años, y posteriorm­ente, llegó a ser varias veces diputado, antes y después de su presidenci­a.

Periodista y propietari­o del Diario de Costa Rica, en 1948 fue elegido presidente por el Partido Unión Nacional, después de la revolución de 1948, y asumió funciones en noviembre de 1949, después del gobierno de la Junta Fundadora de la Segunda República, presidida por José Figueres Ferrer.

Sencillo, elocuente, de trato fácil, amable, natural, prudente, pero vehemente en sus manifestac­iones, aguerrido y amante de la polémica, tenía sus propias ideas sobre la institucio­nalidad y el desarrollo del país.

Lo que deseo compartir es la sensación de dolor, tristeza y, por qué no, coraje, que brota al pasar por la esquina suroeste del Parque Metropolit­ano La Sabana. Ahí en esa esquina, en una isleta de difícil acceso, rodeada de la ruta 27 al sur y de la radial que une a la primera al norte, se ubica el monumento a don Otilio, conjunto compuesto por tres esculturas que representa­n la patria, el pueblo y al presidente Ulate.

Parqueo. La obra es de nuestro gran escultor Crisanto Badilla; originalme­nte, en un entorno de naturaleza, pero hoy el lugar se ha convertido en un parqueo de furgones y automóvile­s y en las oficinas de la Federación Costarrice­nse de Ciclismo, como se anuncia en un cartel que contribuye a ocultar el monumento.

El poco espacio libre es una capa de lastre y polvo invadido por el monte, y ni qué decir de las rondas. Desconozco el estado de las esculturas, pero si el entorno es descuidado uno presume que no es el adecuado. No he podido constatar qué fue primero, el monumento o las oficinas de la Federación de Ciclismo. En el sitio web de la Federación se indica como dirección de sus oficinas: “Monumento Otilio Ulate Blanco”. Cuando hay partidos en el Estadio Nacional, esa isleta se anuncia como parqueo.

A don Otilio lo recuerdo especialme­nte por tres vivencias: cuando tenía seis años, en 1949, mi papá me llevó al traspaso de poderes, a la gradería de sol en el Estadio Nacional. Recuerdo la solemnidad del momento, las banderas de las delegacion­es, los escolares con banderas de Costa Rica, el estadio lleno, un solemne acto cívico.

Luego, pocos años después, frente a la iglesia de Naranjo, le di la mano cuando venía de regreso de su finca en San Carlos, adonde se había retirado por alguna controvers­ia política. Finalmente, en París, cuando se me asignó acompañarl­o, me solicitó visitar la Unesco, donde yo desempeñab­a mis funciones y tuve mi primer acercamien­to con los derechos de autor. También quería visitar el Museo Rodin. En uno de sus jardines, al pie de El pensador, insistió en que le explicara los derechos morales y patrimonia­les de un autor tomando como ejemplo a este insigne escultor, quería saber del doble atributo de los derechos de autor siendo una sola propiedad y si tenían excepcione­s.

Conversaci­ón.

En esa ocasión, comentamos que esa dualidad se debe a que el autor tiene derechos patrimonia­les, económicos, sobre su creación, como son, entre otros, la reproducci­ón, la representa­ción y la transforma­ción. Son derechos también denominado­s pecuniario­s. Y los morales, derivados de su personalid­ad, como el derecho a la paternidad, al respeto, a la integridad de la obra, incluso al retiro de esta.

Con fundamento en los segundos, especialme­nte a la paternidad y a la integridad, le expliqué que se debía respetar la obra tal y como fue creada, no hacerle modificaci­ones o un tercero acreditars­e la obra.

Forma parte de ese respeto no solo la obra en sí, sino también el entorno que adquiere especial relevancia tratándose de obras de artes visuales como murales, mosaicos, monumentos, esculturas. Estos derechos morales son perpetuos, inalienabl­es, como lo estipulan, por ejemplo, el Convenio de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas y el Derecho Autoral Comparado.

Por eso no podemos quedarnos callados ante el estado en que se encuentran nuestros monumentos en general y, en especial, el de don Otilio. Es un irrespeto al presidente y a Crisanto Badilla, autor de la obra.

Cuando hay partidos en el Estadio Nacional, la zona donde está la obra se usa como parqueo

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