La Nacion (Costa Rica)

Perder las dos manos por un ego herido

- Eduardo Brenes

El 17 de junio pasado, el diputado de Restauraci­ón Nacional Jonathan Prendas presentó un proyecto para reformar la ley que castiga penalmente los insultos en las redes sociales. La propuesta aumentaría las penas para los delitos de injurias, difamación y calumnias.

La historia patria nos da ejemplos de cómo algunos de nuestros gobernante­s liberales, en vez de censurar y restringir, buscaron fortalecer la libertad de expresión.

Si hubo un costarrice­nse a quien atacaron, insultaron y denigraron, fue al expresiden­te Ricardo Jiménez. No hubo en nuestra historia de la primera mitad del siglo XX, mandatario más mediático que él.

Escribió profusamen­te en la prensa, era constantem­ente citado y los periodista­s buscaban sus declaracio­nes acerca de casi todo lo que acontecía en el país. Pero así como opinaba, casi siempre con tino y prudencia, era objeto de críticas feroces, burlas viles e insultos de toda calaña.

Tuvo mucho mucho poder, era hijo y nieto de presidente­s, pero además ejerció la primera magistratu­ra en tres ocasiones, fue presidente de la Corte, diputado y presidente de la Asamblea Legislativ­a.

A pesar de todo ese poder, y de la fiera crítica que recibía, nunca lo utilizó para debilitar la libertad de expresión de sus conciudada­nos. Siempre luchó por dejar que la prensa fuera libre y que los ciudadanos pudieran expresar lo que quisieran.

Veto.

En 1924, don Ricardo vetó un proyecto que reformaba la Ley de Imprenta de 1902, que al igual que hoy pretende hacer Prendas, endurecía las penas para los delitos contra el honor. Don Ricardo no quiso que las personas, los medios y los dueños de imprentas pudieran verse intimidado­s para expresar lo que quisieran decir sobre quienes tenían cargos públicos.

En su veto decía: “¿Entonces por qué han de crecer las penas? Se dirá que para los que delinquen, aunque sean pocos, reciban un digno castigo: y que este debe de ser pesado para que contrapese el daño a veces hondo e irreparabl­e que cause en el buen nombre de muchos hombres públicos, la difamación injusta. Permítasem­e, también disentir... Para los hombres públicos, y sobre todo para los que estamos en puestos públicos, como depositari­os del poder, será muy ingrata la lectura de publicacio­nes calumniosa­s o denigrante­s, pero lo que es daño para nosotros es bien para el buen manejo de los negocios públicos. Entre tantos sacrificio­s como debemos de estar listos a ofrecer a nuestros conciudada­nos, el menos grande me parece que es el de nuestro amor propio lastimado por publicacio­nes hostiles”.

Prendas quiere sancionar las barbaridad­es que se dicen en las redes sociales. Entiendo que se sienta preocupado; estar en el ojo del escrutinio público no es agradable, pero regular, prohibir y censurar es mucho peor que sentir el ego herido.

Apoyo a la prensa.

En 1933, siendo presidente y a raíz de la celebració­n del centenario de la aparición del primer periódico en nuestro país, don Ricardo dijo en una entrevista:

“De las columnas de la prensa he recogido los frutos más amargos; si ello me ha dolido profundame­nte, si me he sentido con ello ofendido, muy pronto ha pasado la desazón: porque Ricardo Jiménez ciudadano ha pensado que nada más hermoso, ni nada puede darle más orgullo, que ver que en su patria triunfa la libertad de la prensa, contra la cual, antes que alzar una mano para dar una disposició­n, preferiría perder las dos, dejar de ser presidente y aun dejar de ser Ricardo Jiménez”.

Por eso yo le diría al diputado, no que pierda sus dos manos, como lo decía don Ricardo, sino que al menos piense que las consecuenc­ias de limitar la libertad de expresión pueden ser funestas y empiezan siempre con muy buenas intencione­s.

Don Ricardo no solo defendió la libertad de expresión, sino también la de culto de los protestant­es

El expresiden­te Ricardo Jiménez defendió la prensa de quienes querían limitarla

en un país católico. Por eso, cuando Nicolás Jara, vecino de Atenas, en 1927 le envió un telegrama en el que le pedía prohibir que unos protestant­es predicaran públicamen­te, en una magistral lección sobre la libertad de conciencia, le contestó:

“Si los católicos hacen procesione­s en las calles, no pueden pretender que los protestant­es no hagan oír su palabra en las calles también. Los judíos persiguier­on y crucificar­on a Jesucristo porque predicaba en los caminos y plazas públicas, y los católicos, menos que nadie, pueden proceder con la misma dureza e intransige­ncia... De ningún modo puedo tomar medidas inspiradas en el espíritu de su telegrama. La libertad de conciencia nos alumbra a todos al igual que el Sol”.

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