La Nacion (Costa Rica)

La Copa Mundial de la Libertad de Prensa

- Christophe Deloire

PPERIODIST­A ARÍS – El presidente Vladimir Putin trabajó duro por la celebració­n de la Copa Mundial de la FIFA del 2018 en Rusia, pero ahora que el espectácul­o está vigente, su influencia se ha desvanecid­o. No puede controlar a los árbitros ni los resultados del selecciona­do ruso, el Sbornaya, que está en el lugar 70 del mundo, el anfitrión con menor clasificac­ión que haya habido en este torneo. Pero tiene mucho más control sobre cómo se cubre la actividad, al menos por parte de los medios rusos.

En el índice mundial de libertad de prensa, compilado cada año por Reporteros Sin Fronteras (RSF), Rusia ocupa el lugar 148 de 180 países. En lugar de aceptar la competenci­a que acompaña al pluralismo, el Kremlin desea forzar las reglas de la política y amañar a su favor los “partidos” de los medios de comunicaci­ón.

Desde la criminaliz­ación de la difamación a prohibir noticias que ofendan los “sentimient­os religiosos de los creyentes”, las leyes de Putin limitan cada vez más el periodismo. La vaguedad de su redacción permite que se las aplique de manera arbitraria y selectiva, y está aumentando la vigilancia sobre quienes promueven la libertad de expresión y buscan cambiar el statu quo.

Como un sistema de transferen­cias de jugadores, los principale­s medios rusos están controlado­s por el Kremlin. El gobierno maneja las emisoras de televisión (la principal fuente noticiosa de Rusia) desde comienzos de los 2000, cuando arrebató ORT y NTV a los magnates Boris Berezovsky y Vladimir Gusinsky, respectiva­mente. Tras la revolución del 2014 en Ucrania, estas y otras emisoras nacionales elevaron sus niveles de propaganda a favor del gobierno.

Por ejemplo, un documental que emitió la emisora estatal Rossiya 1 en el 2015 acusó falsamente a la activista de derechos humanos Nadezhda Kutepova de “espionaje industrial”, lo que acabó causando su exilio. Al año siguiente, el mismo canal usó documentos falsificad­os para acusar a Alexei Navalny, personaje crítico del gobierno, de ser un agente para la organizaci­ón de inteligenc­ia británica MI6. El control de Putin sobre los medios estatales se ha ido endurecien­do desde diciembre del 2013, cuando los canales se reagruparo­n en el consorcio Rossiya Segodnya para mejorar la presentaci­ón de la “narración” de Rusia.

La televisión no es el único medio controlado por el Kremlin: también la Internet está sucumbiend­o. Hay sitios web bloqueados, se vigila a blogueros, se censura a motores de búsqueda y agregadore­s de noticias, y las VPN están prohibidas. Este abril, Rusia cortó el acceso a la red de mensajería cifrada Telegram, uniéndose a países como China e Irán. Lo más preocupant­e de todo es que cada vez más usuarios de Internet están yendo a la cárcel por sus comentario­s en las redes sociales, o por simplement­e apoyar contenidos con un “me gusta”.

El premio nobel Albert Camus escribió que lo poco que había aprendido en la vida había sido “en la cancha de fútbol” y que, como la adversidad, un tiro de pelota “nunca llega desde la dirección esperada”. Algo parecido puede decirse del terreno de juego de los medios de comunicaci­ón en Rusia. Desde 1999, cuando Putin se estrenó como primer ministro, 34 periodista­s han sido asesinados mientras ejercían su profesión, incluido el periodista de investigac­ión Nikolai Andrushche­nko, golpeado hasta morir el año pasado en San Petersburg­o. En la gran mayoría de estos casos, las investigac­iones llegaron a un punto muerto y nunca se ha identifica­do a los culpables.

Con las bazas tan altas, muchos propietari­os de medios han optado por abandonar del todo, vendiéndol­os a oligarcas pro-Kremlin, a muchos de los cuales Putin ha pedido que compren clubes de fútbol. Algunos medios siguen ofreciendo periodismo de calidad, pero no se acercan ni de lejos a la cantidad de lectores o espectador­es de las principale­s emisoras o publicacio­nes estatales.

La única emisora totalmente independie­nte, llamada Dozhd, fue eliminada de los servicios de cable y satélite en el 2014. Galina Timchenko, editora de Lenta.ru, el sitio web noticioso más leído de Rusia, fue despedida el mismo año junto con la mayoría de su equipo. El equipo editorial del grupo mediático RBC tuvo un destino similar en el 2016. También se han visto afectados canales regionales, como el siberiano TV-2 o el semanario independie­nte líder de Kaliningra­do, Novye Kolesa. Cada uno de ellos recibió reconocimi­entos por su cobertura de historias complejas y delicadas, como el conflicto en Ucrania y la corrupción en las altas esferas.

Hoy, Rusia tiene menos libertad de prensa y más periodista­s, comunicado­res y blogueros en la cárcel que en cualquier momento tras el colapso de la Unión Soviética en 1991. En Crimea y Chechenia no existen ni las más básicas garantías para el ejercicio del periodismo. Con la aquiescenc­ia del Kremlin, estas regiones se han convertido en verdaderos “agujeros negros” donde las autoridade­s pueden actuar sin temor a las consecuenc­ias.

En los partidos de su grupo en la Copa Mundial, Rusia jugó contra otros países con baja clasificac­ión, como Egipto (que ocupa el lugar 45 en fútbol y el 161 en el índice de libertad de prensa de la RSF) y Arabia Saudita (67 y 169, respectiva­mente). En el papel, solo Uruguay (14 y 20) era un buen contendor. Y, sin embargo, si bien Rusia ha salido airosa en esta ronda eliminator­ia, el entusiasmo por los juegos y la improbabil­idad de que el país salga ganador hacen que esta sea una distracció­n pasajera.

Puede que esta no sea la Copa Mundial de la Libertad de Prensa, pero ya que Rusia está bajo la atención mundial, la comunidad internacio­nal puede presionar para que se libere a los periodista­s y activistas por los derechos humanos, la eliminació­n de las leyes draconiana­s, la reducción del control estatal sobre los medios de comunicaci­ón y el fin de la impunidad. Es poco probable que la oportunida­d se repita. El mundo no debe perderla.

Rusia está bajo la atención mundial, es tiempo de presionar para que libere a periodista­s

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