La Selva ofrece una base de datos viviente sobre el cambio climático
→Este lugar es un laboratorio natural, ubicado en el bosque tropical húmedo →La Estación recibe, cada año, a unos 300 investigadores de todo el mundo
En medio del bosque tropical húmedo de Costa Rica se encuentra una de las colecciones más valiosas del mundo, que ayudan a comprender el impacto del cambio climático en nuestra naturaleza.
Se trata de un invaluable cúmulo de conocimiento que es alimentado desde hace 50 años en uno de los laboratorios naturales más llamativos que existen: la Estación Biológica La Selva, en Sarapiquí de Heredia, reserva privada ubicada 83 kilómetros al norte de la capital.
Esta singular base de datos va más allá de números, gráficos o sofisticados equipos tecnológicos. Es información viviente, resguardada en 1.600 hectáreas de bosque primario y secundario, humedales y otros pequeños ecosistemas.
Aquí, aprender trasciende las paredes de un aula y se hace cuando se recorren 62 kilómetros de senderos o se camina bajo la sombra de los árboles, en compañía del canto de las aves y el aullido de los monos.
Muchos de los proyectos en La Selva se han extendido por 30 o hasta 40 años, y dan evidencia de los efectos del cambio climático en esa estación biológica. Sus registros demuestran cómo se ha elevado la temperatura en la zona, y dan fe de la desaparición de ciertas especies y el proceso de reemplazo de estas por otras.
Cambio en proceso. El ecólogo acuático y apasionado conservacionista Carlos de la Rosa dirige la Estación desde el 2002 y no necesita más pruebas de la existencia del cambio climático; para él, está claro que ocurre y que La Selva ha logrado llevarle el pulso a través de décadas de estudios.
Uno de los proyectos de largo plazo que se originaron en la reserva fue desarrollado por David y Deborah Clarke, esposos que dirigieron la Estación Biológica y quienes, por más de 35 años, midieron el crecimiento de los árboles. Con el tiempo, notaron ciertos patrones, del mismo modo que la relación de ese proceso con factores atmosféricos y meteorológicos.
“El dato que causó más interés fue la temperatura del suelo; cuanto más caliente estaba el suelo, menos crecían los árboles; te das cuenta de que la temperatura va a llegar a un punto en el que esas especies no van a crecer, y cuando dejan de crecer se van a morir”, señaló De la Rosa, al advertir de que ya estamos “llegando a los límites del nicho ideal de muchas especies, tanto de animales como de plantas”.
Los efectos del cambio climático también son palpables cada año que pasa en la crecida de los ríos, que inundan la reserva y convierten las lanchas en el único medio de movilización posible en la Estación.
Un nuevo fenómeno ocurrió en mayo, cuando fuertes vientos derribaron violentamente varios árboles cerca de la finca.
“Esto nos hace preguntarnos: ¿qué va a pasar? ¿Eso se va a intensificar?”, dijo De la Rosa. Biblioteca del futuro. El director de La Selva estima que en el mundo hay unos 8 millones de especies, entre plantas, animales, bacterias y hongos; de estas, apenas sabemos del 25%.
En Costa Rica, ese porcentaje se reduce al 18% de la biodiversidad que se halla en el territorio. Eso quiere decir que, si cada especie es un libro original, el 82% de ejemplares en esta biblioteca de Costa Rica son inéditos; nunca se han leído ni se han catalogado, por lo que desconocemos lo que tienen en su interior.
“Cada semana agarramos un estante de esa biblioteca inédita de libros originales y lo molemos para hacer papel de baño”, afirmó el científico, al lamentar- se porque “estamos perdiendo la biblioteca del futuro, de donde saldrían los próximos alimentos o medicinas”, afirmó.
Por eso, De la Rosa insiste en la importancia de proteger y revalorar el bosque, más allá de la ganancia que puedan producir sus suelos o de la madera que allí se pueda encontrar.
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Costa Rica se ha planteado la meta de ser carbono neutral para el 2021; es decir, compensar la contaminación que se emita. Sin embargo, en la Estación Biológica La Selva quieren ir más allá.
“Vamos a bajar nuestra huella ecológica tanto que no vamos a ser carbono neutrales (...), yo quiero ser carbono negativo; eso quiere decir que yo no estoy produciendo carbono para el ambiente, sino que estoy capturándolo con el bosque”, explicó el venezolano Carlos de la Rosa, director de la Estación Biológica, ubicada en Puerto Viejo de Sarapiquí.
Gracias a la estabilidad política y social de Costa Rica, este centro ha desarrollado estudios durante medio siglo sin mayores sobresaltos, pero esas mismas investigaciones han demostrado que el impacto del cambio climático nos afectará a todos por igual.
Por eso, para De la Rosa es imperativa una transformación radical de las sociedades, especialmente de las grandes potencias que no quieren aceptar que el cambio está ocurriendo.
“Es un problema global y, por ejemplo, será un golpe muy fuerte para comunidades costeras. Pero ese es el beneficio de estos estudios a largo plazo, que a veces empiezas con una pregunta, respondes algo y te salen 10 preguntas nuevas. A veces, los datos te dan una habilidad de predecir qué es lo que pueda pasar”, señaló.
Paso firme. Este científico y conservacionista de corazón apuesta a la colocación de paneles solares en los edificios que existen dentro de La Selva para mostrar que el centro puede funcionar solo con energías limpias.
Esta iniciativa se justifica tanto por un tema de conciencia ambiental, como de beneficio económico para la Estación, ya que el consumo de energía representa el 25% de los costos operativos de La Selva, sin contar salarios, lo que significa unos $100.000 anuales (más de ¢56.000.000).
Actualmente están en la se- gunda etapa, que consiste en la instalación de 126 paneles solares que se sumarán a otros 183 que ya estaban en operación.
La meta es contar con 930 de estas placas fotovoltaicas, explicó Charles Acuña, administrador de la reserva. De alcanzar ese objetivo, La Selva se convertiría en la primera estación biológica latinoamericana en operar 100% con energía solar, resaltó De la Rosa.
Según las mediciones que han realizado, el 60% del consumo energético se da en horas del día, mientras que el 40% es por las noches.
Por eso, estiman que deberían ser capaces de cubrir también esa demanda nocturna.
Para Acuña, esta es una inversión que fácilmente recuperarán con el tiempo, sobre todo al considerar que los paneles tienen garantía de 30 años, pero cuya vida útil se puede extender por 40 años.
La colocación de los paneles forma parte de un proceso integral que ha desarrollado laEstación en los últimos años para disminuir el impacto que tienen las actividades humanas en el ecosistema.
“Como no hemos tenido suficientes recursos para hacer un plan más inmediato, hemos venido haciendo otras cosas, como por ejemplo, cambiar los bombillos incandescentes por otros más eficientes y remodelaciones en edificios. Es un proceso que ha tomado muchos años”, describió Acuña.
Parte de este esfuerzo incluyó, en el 2011, la intervención de uno de los edificios más antiguos de La Selva. Al ser de madera, tuvo que ser forrado para que no se perdiera energía con el aire acondicionado. De acuerdo con Acuña, muchas de las edificaciones datan de hace 50 años, desde que comenzó a operar la Estación bajo la tutela de la Organización de Estudios Tropicales (OET), así como algunos de los equipos, por lo que la renovación ha sido un factor clave. La concientización de los 65 funcionarios de La Selva ha sido otra de las apuestas medulares del proyecto. Con ellos se enfatiza en la necesidad de apagar las luces, abanicos y aires acondicionados.