Casitas ‘escuchan’ a niños y jóvenes para evitar suicidios
→Personas en riesgo social van una vez a la semana para hacer distintas actividades →Cifras en dos años ya muestran disminución del fenómeno en la zona
Una vez por semana, una casa en cada distrito de Talamanca se colma de decenas de niños y jóvenes de diferentes edades.
Divididos en grupos, los menores efectúan varias faenas: algunos reciben apoyo para ponerse al día en sus estudios, otros dibujan o realizan otras manifestaciones artísticas, otros hacen algún tipo de actividad física y están los que reciben atención psicológica.
Al cabo de unos minutos, cambian de actividad.
Quienes asisten a este lugar son niños y jóvenes en riesgo social, quienes tienen posibilidades de expulsión del sistema educativo y exclusión social. Muchos también enfrentan problemas en su hogar o han tenido ideaciones o intentos suicidas.
El proyecto se llama Casitas de Escucha y nació en Pavas para darles apoyo a jóvenes en riesgo. Es un programa de la fundación Fundamentes, el Hospital Nacional Psiquiátrico, el Ministerio de Educación Pública, el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) y el Instituto Costarricense sobre Drogas.
Desde hace un par de años, la iniciativa se expandió por la zona del Caribe y ya hay Casitas de Escucha en Talamanca, Sixaola y el cantón de Limón.
“Buscamos que los chicos se hagan fuertes, que puedan construir su proyecto de vida. La casita se vuelve un lugar donde pueden descubrirse y hablar sin ser juzgados; esto les da más herramientas para continuar”, explicó la psicóloga Helga Arroyo, directora regional del programa.
En este momento, 414 niños y adolescentes de la zona del Caribe se benefician con seis Casitas de Escucha. “Lo que más me gusta es el amor que se ve. Son personas amistosas”, señaló Dashana Morales, de 15 años, quien asiste a la Casita de Escucha Se Ú (“nuestra casa”, en lengua bribri), en la comunidad de Sepecue, Talamanca.
A su lado, Ectel Reyes, de la misma edad, enfatizó: “He logrado, con el apoyo de Casita de Escucha, cosas que jamás habría creído conseguir”.
Zona compleja. El proyecto en esta zona comenzó con una señal de alarma: en el 2014, la Cruz Roja y trabajadores de salud de Talamanca detectaron gran cantidad de suicidios, especialmente entre jóvenes. Aquel año cerró con 47 intentos de suicidio y 11 suicidios consumados.
De las muertes, el 75% fueron personas que tenían menos de 35 años, mientras que 33% del total correspondían a personas que no llegaban a los 18 años.
“Tal vez puede sonar que 47 intentos y 11 suicidios es poco, pero Talamanca es un cantón pequeño y con muy pocos habitantes. Estamos diciendo que 4% de los suicidios se dan en una zona que concentra un 0,6% de la población”, resaltó Arroyo.
Esos números motivaron una declaratoria de emergencia en el cantón y la creación de una comisión de prevención del riesgo del suicidio. Con eso, la Universidad de Costa Rica (UCR) comenzó una investigación para determinar las características del fenómeno .
Según Arroyo, quien también fue investigadora en dicho estudio, en los resultados se vio que los jóvenes talamanqueños vivieron una “colonización digital” con gran rapidez.
Ellos enfrentaron una aculturación de sus raíces, al tiempo que no lograban adaptarse a un modo de vida como el visto en el Valle Central. Por un lado, los jóvenes se sentían “desconectados” de su país, y por otro, los adultos de su comunidad indígena los veían como una “generación perdida”, que no servía y que ni siquiera hablaba bribri.
El esfuerzo, aunque comenzó en el 2016, ya ha dado frutos. Solo en Talamanca, de esos 47 intentos y 11 suicidios consumados en el 2014, se pasó a 16 intentos y cinco muertes por esta causa en el 2017.
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“MUCHOS DE ELLOS VIENEN DE FAMILIAS DONDE HAY PRIVADOS DE LIBERTAD, ALCOHOLISMO, DROGADICCIÓN, VIOLENCIA FAMILIAR, AUTOLESIONES, IDEACIONES DE MUERTE Y CONDUCTAS AUTODESTRUCTIVAS. EL ACOMPAÑARLOS NOS HACE ESTAR CERCA DE ELLOS Y HACERLES VER QUE EL
’ ’ CONTEXTO NO LOS DEFINE. Jonathan Mora Coordinador general de Casitas de Escucha
La iniciativa Casitas de Escucha se basa en tres ejes llamados “los tres aros”, pues si se suelta uno se sueltan los tres.
Así lo describió la psicóloga Helga Arroyo, directora regional del programa.
El primer eje es el clínico, donde profesionales en psicología dan atención individualizada y grupal a los niños y jóvenes; se les escucha y se les brindan las herramientas para que enfrenten sus situaciones particulares.
Otro de los ejes es el educativo, el cual detecta cuáles son las áreas que más les cuestan a las menores en el estudio y, con la ayuda de docentes y otros profesionales, se les explica, se les evacúan dudas y se apoyan entre ellos para mejorar calificaciones y disminuir las posibilidades de deserción escolar.
“Hay dos materias en las que se concentra mucho el trabajo: Matemáticas y Español; ambas son vitales para la vida de los muchachos, para las actividades diarias y para resolver los problemas cotidianos que puedan tener”, aseveró Jonathan Mora, coordinador general de Casitas de Escucha.
El tercer eje es el creativo, donde los participantes tienen diferentes espacios para desarrollarse, ya sea con actividad física o recibiendo talleres de cualquier tipo de arte o de cocina. Este eje les ayuda a expresarse y a plantear lo que muchas veces las palabras no dicen.
“Venir a la casita es algo muy importante, muy lindo. A pesar de que vienes a aprender porque te enseñan cosas que tal vez no entiendas, como las Matemáticas, te dan otras cosas importantes, como la Psicología, donde te puedes desahogar”, manifestó a La Nación Emily Arguedas, de 14 años, vecina de La Palma y quien asiste a la Casita de Escucha de Sixaola.
Prevención. En el caso de los menores que ya hayan mostrado ideaciones o intentos suicidas, se trabaja de manera más intensiva. Llamadas telefónicas y apoyo para las familias son parte de las herramientas con las que se cuenta.
En el caso de que algún muchacho de la comunidad sí consumara un suicidio, a escala comunal hay líderes que acompañan durante los primeros días a los familiares y las personas más allegadas.
“Ha sido crear algo donde no había nada; eran lugares donde Surgimiento ni siquiera había mayores posibilidades de recreación para los muchachos, pero ya estamos confiados de todo lo que puede avanzarse, tenemos metas de crecer en todas las casas y poder impactar todavía a más niños y jóvenes”, mencionó Arroyo.
“A LOS QUE SIENTEN
QUE YA NO PUEDEN
MÁS, YO LES DIGO QUE NO ESTÁN SOLOS, QUE EN LA VIDA HAY COSAS DURAS, PERO DIOS MANDA PERSONAS QUE DE CIERTA MANERA NOS APOYAN, COMO LAS DE
’’ CASITAS DE ESCUCHA.
Jean Carlo Alemán
Beneficiario de
18 años en Sixaola
Violencia. En Sixaola y Limón, las Casitas de Escucha funcionan de la misma forma que en Talamanca, pero las características sociales de estas regiones son muy diferentes.
En este caso, de acuerdo con Arroyo y Mora, el suicidio no es tan frecuente, pero sí se ven problemas grandes de muertes violentas, como homicidios o accidentes de tránsito.
“En Cieneguita, por ejemplo, hubo una generación que no logró encontrar trabajo y que se metió en el narcotráfico solo por tener una opción de vida. Esto llevó a esta comunidad a ser más violenta. Es normal ver ahí chicos con papás en la cárcel”, indicó Arroyo.
“En Sixaola la situación puede ser peor. Es un sector fronterizo totalmente olvidado. Las posibilidades de salir adelante son 10 veces peores que en Talamanca y 40 veces peores que en el Valle Central. Por eso, las Casitas son importantes, para encontrarse con otros como ellos y que vean que pueden lograrlo”, aseguró Mora.
Esta situación hace que en todas las casitas del Caribe sean muchos los niños que quieran ingresar y pocos los espacios. En promedio, se atiende a 65 menores por espacio.
Por ello, se debe hacer un proceso riguroso con los centros educativos y los líderes comunales para llegarles realmente a quienes lo necesitan.
Estas circunstancias, lejos de desmotivar a quienes trabajan en el proyecto, los motivan a seguir adelante. “Nuestro 2017 fue mucho de comenzar a activar los grupos; este 2018 será más para mejorar el acompañamiento con un proceso formativo más fuerte”, contó Mora.
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