La Nacion (Costa Rica)

Lionel Messi nunca será Maradona

- PERIODISTA Antonio Alfaro analfaro@nacion.com

El talento lo tiene. La gambeta, el desequilib­rio, el pique, la pelota atada al pie, la conducción, la velocidad, la definición. Quizás menos fuerte, pero más escurridiz­o, a Messi no lo alcanzan las patadas que Maradona soportaba. Messi incluso es capaz de calcar cualquier gol de Maradona. Capaz de tomar la pelota en el medio campo, desparrama­r en el camino a todos los oponentes, eludir la barrida, zafarse del agarronazo, correr unos 55 metros en 11 segundos, eludir al arquero y definir, duplicó el mejor tanto del exídolo.

Messi es igual o mejor, pero nunca será Maradona. Lo compruebo en primer plano, cabizbajo, escondido, callado. Su gesto, una vez que levantó la cabeza, no era mejor que la mirada clavada en el piso; propio de un pésame, capaz de igualar a la mejor María Magdalena, poco favor le hizo a Argentina. Pensará usted que describo el consumado 4 a 3 ante Francia, cuando se trata en realidad del ídolo nada inspirador justo después del 3 a 2, a falta de media hora para el final del juego. No imagino a Maradona con semejante pose derrotista. Me lo figuro gritando, puteando (perdone usted el castellano), metiéndole coraje al resto de compañeros, enfadado, pidiendo la pelota para mover de inmediato, con la confianza de un no pronunciad­o “esto yo lo empato”. Messi tenía cara de “estamos perdidos”.

“Que no jodan más con lo de líder, el pibe no lo es”, argumentó Maradona en defensa de Messi. Quizás tiene razón Maradona por una vez en la vida, en medio de su viciosa carrera, llena de frases y actuacione­s disparatad­as, esa colección de repugnante­s escenas que van de lo penoso a lo grotesco. Messi no tiene el coraje.

Se lo imaginan con la mitad del carácter del Cholo Simeone. Si a puro fútbol comanda increíbles jornadas, inimaginab­les remontadas (sobre todo en el Barcelona), con un poco de valiente liderazgo convertirí­a a sus equipos en invencible­s. Sampaoli tampoco le ayudó. Lo sembró por el centro, donde abundaban los franceses y escaseaban los pases con ventaja. Dejó en la videoteca el Messi azulgrana, desbordant­e por los costados, el de las diagonales y las vertiginos­as galopadas en el último tercio.

Maradona —al que repudio más de lo que admiro— se habría sacudido, habría bajado, la habría pedido. Messi, en ocasiones parado, quizás obediente, quizás anémico de liderazgo, quizás acostumbra­do a dejarle ese lío a Iniesta, comprobó una vez que no es Maradona. Jamás lo será (para bien y para mal). ■

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