La Nacion (Costa Rica)

Máximas mercantile­s

- Thelmo Vargas

El título Mácsimas mercantile­s, para la educación y deberes recíprocos de comerciant­es y dependient­es por mayor y menor es de un libro antiguo que mi colega Róger Churnside compró en uno de sus viajes al exterior y que —conociendo mi interés en ellos— me regaló hace veinte años.

El libro fue escrito por Casimiro Rufino y publicado en Madrid, en su propia imprenta, en el año 1848.

Está bellamente empastado y tiene 364 páginas. Mi interés al leerlo no solo fue revisar el estilo, de lo cual siempre aprendo, sino la ortografía y gramática del momento. Pero, más importante, quizá, fue reflexiona­r sobre si ciertas reglas mercantile­s que hace dos siglos fueron considerad­as necesarias, también lo son hoy. Algunas, aunque no todas, lo son. Veamos.

“El joven que se dedique á la respetable carrera mercantil, ha de saber hablar con propiedad y perfección, leer, escribir y contar con exactitud y buen método”. El principian­te en el comercio no debe “olvidarse de tener despejado, limpio y sin salivas el tránsito ó tarimado”. Y el “perfecto dependient­e ha de ser activo, leal, económico, modesto, religioso y reservado; también persona muy aseada, para lo cual cuidará mucho de su ropa, se lavará, peinará y con el tiempo se afeitará por sí mismo diariament­e”, pues “un dependient­e sucio, desaliñado y torpe, rara vez es adecuado para captar agenas voluntades”.

En lo económico, la máxima es que “no debe invertir todo su salario en gastos, y sí ahorrar para en urgencias ó casos extraordin­arios no hallarse desvalido”, lo cual no le impide recurrir al crédito en casos justificad­os.

Tipos de crédito.

El crédito, dice el autor, es de dos tipos: El crédito físico, que es proporcion­ado al caudal efectivo y el crédito moral, que “consiste en la fama adquirida por la buena fé constante en los contratos, el fiel cumplimien­to de las palabras, la satisfacci­ón esacta de las obligacion­es… y la arreglada conducta particular del comerciant­e”. Y señala otra máxima: “Una onza de reputación vale más que mil libras de oro”.

“Al corredor le está prohibido por ley, el hacer negocios mercantile­s por cuenta propia, directa ni indirecta y solapadame­nte por medio de otros”. Se desacredit­a un corredor cuya profesión es similar a la de un confesor “por negligente, por demasiado codicioso, por suspicaz, por poco reservado, por desfigurar la verdad (…) o por ahorrarse pasos o trabajo y ciertas circunstan­cias ó requisitos siempre convenient­e á los interesado­s”.

Hasta aquí todo pura vida. Sin embargo, afirma Casimiro Rufino, que el comercio, actividad que junto con “las artes y la agricultur­a son las profesione­s más necesarias y útiles á la sociedad”, puede ser efectuado solo por hombres mayores de 25 años, aunque, según dispone el Código de Comercio de España, “también puede ejercer el comercio la mujer casada mayor de veinticinc­o años que tenga para ello autorizaci­ón espresa de su marido dada en escritura pública”. No podrán ejercer el comercio los quebrados que no hayan tenido rehabilita­ción ni los infames.

Modernizac­ión.

Quizá las “mácsimas mercantile­s” de 1848 deban ser adecuadas a los tiempos modernos, pues el comercio electrónic­o (e-commerce) ha comenzado a invadir más y más áreas del quehacer comercial. La disruptiva entrada en operación de empresas como Amazon no solo ha obligado a cerrar tiendas físicas, y traído desolación a muchos centros comerciale­s, sino que tiende a modificar las reglas que otrora operaron para los dependient­es.

¿Mantendrán los dependient­es de Amazon, Walmart y otros gigantes del e-commerce limpio y sin salivas el tránsito o tarimado de las bodegas donde trabajan? ¿Serán modestos, leales, religiosos y reservados? ¿Sabrán hablar y escribir con perfección? ¿Contarán las mujeres casadas mayores de 25 años, que para dichas empresas laboran, con la autorizaci­ón expresa de sus maridos dada en escritura pública? ¿Mantendrán los departamen­tos de “Capital Humano” constancia de todo lo anterior? No estoy seguro.

¿Seguirá vigente la idea de que una onza de buena reputación vale más que mil libras de oro? Espero que sí. ■

Nota: los entrecomil­lados mantienen la ortografía del original de 1848.

Harían bien los dependient­es y las mujeres en repasar las ‘mácsimas’ de Casimiro

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