La Nacion (Costa Rica)

En Alemania encontró el trabajo que tanto buscó aquí

- Jairo Villegas S. jvillegas@nacion.com FOTOS: CORTESÍA

Cuando Jhinneska Araya Quirós se graduó de Ingeniería en Diseño Industrial en el Instituto Tecnológic­o de Costa Rica (ITCR), salió emocionada en procura de encontrar el trabajo que siempre soñó.

Con el título bajo el brazo, poco a poco se fue dando cuenta de que Costa Rica no le ofrecía el empleo anhelado, por lo que optó por asumir un riesgo grande: pedirle permiso al Gobierno de Alemania para intentar encontrar una plaza en ese país.

Jhinneska, quien ahora tiene 27 años, llegó a esa nación europea hace dos años. Vive en Augsburgo, a casi una hora de la hermosa ciudad de Múnich.

Su meta fue conseguir un lugar donde pudiera desarrolla­r el área que más le gusta de su profesión por la que se esforzó tanto en la universida­d.

“Antes de graduarme, ya estaba tratando de buscar trabajo. Sí hay empleos en el área de diseño en Costa Rica, pero no en lo que yo quería; hay mucho gráfico de user experience; sin embargo, yo quería diseño de producto; es decir, más industria, más real”, dijo esta joven, quien creció en Cartago aunque su cédula empieza con el número 1.

Etapa. El nombre de Alemania no apareció de la nada. Mientras estudiaba en el ITCR se fue un semestre de intercambi­o a una universida­d de esa próspera nación del Viejo Continente.

“Alemania es uno de los países con mejor calidad en su producción y la gran historia en el área de diseño, por lo que decidí que valía la pena intentarlo aquí. Se me hizo más fácil escoger, ya que mi novio es de acá”, admite Jhinneska.

“Encontré una visa de seis meses que me permitía buscar trabajo, pero tuve que convalidar mis papeles de la universida­d como si fueran de una universida­d de Alemania; es decir, el mismo nivel de educación. Por dicha, el TEC es reconocido. Duré casi un año en hacer todo el proceso”, contó.

Para cada papeleo que hacía, debía pagar. Además, Alemania le exigía una cuenta bancaria con dinero suficiente para subsistir durante seis meses allá y un seguro médico ante cualquier eventualid­ad.

Cuando las autoridade­s de ese país le concediero­n la visa que tanto esperó, Jhinneska no pudo evitar las lágrimas.

Pero no era necesario decir mucho. Sus familiares tenían claro que era su ansiada oportunida­d y, aunque los embargaba la tristeza por verla partir, la apoyaron en todo momento.

Con el paso de los días, la alegría se fue condimenta­ndo con angustia. Una vez que llegó a Europa, esta joven tenía seis meses para encontrar trabajo, pero el tiempo pasó y nada aparecía.

“Pasé cinco meses y medio enviando currículos; tampoco es fácil encontrar trabaja acá, menos como extranjera sin saber alemán. Al final, hice varias entrevista­s en alemán, y no sé ni cómo logré que me llamaran de vuelta”.

Le quedaba solo una semana de la visa cuando una compañía le permitió hacer una prueba. ¡El ánimo volvió a surgir!

Esa opción no la iba a desperdici­ar. Ahí salieron a relucir todos los conocimien­tos que adquirió durante su formación académica, con la fe puesta en dar a conocer sus habilidade­s.

“Logré solucionar un problema que tenían relacionad­o con un diseño de un adaptador. Al día siguiente me llamaron diciendo que tenía el trabajo. La felicidad fue total; sin embargo, me quedaban tres días para hacer todo el papeleo del permiso laboral”.

“Fui corriendo a la Oficina de Extranjerí­a diciendo que tenía el trabajo y durante dos días pasé corriendo para sacar los papeles que pedían. El último día antes de que se me venciera la visa, tenía todo. Al fin, tenía un trabajo en Alemania; el empleo que yo quería”, aseveró esta joven, quien todavía está feliz por aquel imborrable día.

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