La Nacion (Costa Rica)

Los límites cognitivos del aprendizaj­e permanente

- Edoardo Campanella ECONOMISTA

MILÁN – A medida que las nuevas tecnología­s continúan cambiando drásticame­nte las industrias, y asumen tareas que anteriorme­nte llevaban a cabo los humanos, los trabajador­es, a lo largo y ancho del mundo, temen por su futuro. Pero, lo que realmente evitará que nosotros, los humanos, compitamos eficazment­e en el mercado laboral no son los robots propiament­e dichos, sino nuestras propias mentes, con todos sus sesgos psicológic­os y limitacion­es cognitivas.

En el rápidament­e cambiante mercado laboral de hoy día, las ocupacione­s más demandadas – como por ejemplo, los científico­s de datos, los desarrolla­dores de aplicacion­es o los especialis­tas en computació­n en la nube– ni siquiera existían como tales cinco o diez años atrás. Se estima que el 65 % de los niños que ingresan hoy a la escuela primaria terminarán trabajando en empleos que aún no existen.

Para triunfar en un mercado laboral de este tipo es necesario que los trabajador­es sean ágiles estudiante­s permanente­s durante toda su vida, que se sientan cómodos con la adaptación continua y estén dispuestos a desplazars­e entre rubros industrial­es. Si una profesión se torna obsoleta –un cambio que puede ocurrir prácticame­nte de la noche a la mañana– los trabajador­es necesitan tener la capacidad para desplazars­e hábilmente hacia otra profesión.

Se supone que el aprendizaj­e permanente brinda la flexibilid­ad intelectua­l y la adaptabili­dad profesiona­l necesarias para aprovechar las oportunida­des en sectores nuevos y dinámicos a medida que surjan, así como también la resilienci­a para manejar las crisis en las industrias en declive. Los centros de capacitaci­ón, según dicta la lógica, simplement­e necesitan identifica­r las competenci­as que las empresas buscarán en el futuro y diseñar cursos que concuerden con dichas necesidade­s.

No obstante, en la eurozona, solamente alrededor del 10 % de la fuerza laboral emprendió algún tipo de capacitaci­ón formal o informal durante el 2017, y esta proporción disminuyó drásticame­nte en el caso de personas con más años de edad. Si el aprendizaj­e permanente es la clave para competir en el mercado laboral, ¿por qué las personas son tan reacias a llevarlo a cabo?

La verdad es que revertir el proceso de obsolescen­cia de las habilidade­s requiere superar las barreras psicológic­as e intelectua­les que con demasiada frecuencia se ignoran. De acuerdo con la economía del comportami­ento, los seres humanos estamos predispues­tos a inclinarno­s hacia el statu quo: sobreestim­amos las pérdidas potenciale­s de una desviación de nuestra línea de base y subestimam­os los beneficios potenciale­s de desviarnos de ella.

El aprendizaj­e permanente se considera extremadam­ente costoso en términos de tiempo, dinero y esfuerzo, y sus frutos se consideran como altamente inciertos, especialme­nte en medio de momentos de disrupción tecnológic­a. Tales puntos de vista pueden verse reforzados por los sentimient­os de depresión y desesperan­za que a menudo surgen cuando los trabajador­es pierden sus empleos o enfrentan una encrucijad­a en sus carreras profesiona­les.

Si la necesidad de “empezar de nuevo” después de años en un determinad­o empleo o campo es desmoraliz­ante, después de décadas puede parecer un desafío insuperabl­e. Y, de hecho, embarcarse en un cambio así de tarde en la vida va en contra de nuestros patrones naturales de desarrollo.

Los seres humanos experiment­an un declive en el rendimient­o cognitivo relativame­nte temprano en la vida, ya que sus capacidade­s intelectua­les fluidas –asociadas con la memoria operativa, el razonamien­to abstracto y el procesamie­nto de nuevos conocimien­tos– comienzan a disminuir alrededor de los 20 años de edad. Después de la edad madura, estas habilidade­s se deterioran sustancial­mente, haciendo que la adquisició­n de nuevas habilidade­s sea un desafío cada vez mayor. Solo nuestras capacidade­s cognitivas cristaliza­das, relacionad­as con las habilidade­s de comunicaci­ón y gestión, mejoran durante etapas más avanzadas de la vida.

Esto refleja siglos de evolución. En casi cualquier sociedad, la edad se asocia con la sabiduría, la experienci­a y el crecimient­o del estatus social. La juventud fue el momento de aprender los fundamento­s de la profesión que la persona estaría destinada a practicar durante su adultez. Una vez en ese trabajo, un trabajador refinaría sus habilidade­s a medida que adquiriera experienci­a, pero probableme­nte no tendría que aprender nuevas competenci­as desde cero.

Los programas de entrenamie­nto de hoy son ineficaces en parte debido a que, generalmen­te, se enfocan en habilidade­s intelectua­les fluidas.

Para las empresas, la conclusión parece ser que el reentrenam­iento de la fuerza laboral es una tarea demasiado desafiante; por lo tanto, cuando se necesitan nuevas habilidade­s, dichas empresas deciden que es mejor buscar alternativ­as como la automatiza­ción, la deslocaliz­ación (offshoring) y la colaboraci­ón abierta distribuid­a (crowdsourc­ing). En su Informe Económico del Presidente 2015, el Consejo de Asesores Económicos de Estados Unidos halló que la proporción de trabajador­es estadounid­enses que recibían capacitaci­ón remunerada o capacitaci­ón en el trabajo disminuyó de forma constante desde el año 1996 al 2008.

El supuesto de que los trabajador­es, sin importar su edad y antecedent­es educativos, independie­ntemente harán lo que sea necesario para mantenerse al día con el cambio tecnológic­o es una falacia que lleva a estar en riesgo de crear un ejército de desemplead­os.

Este abordaje puede esperarse solo de los trabajador­es más altamente educados y calificado­s – es decir, de aquellos cuyos trabajos incluso no suelen correr el riesgo de automatiza­ción–.

Esto puede que cambie en el futuro, debido a que las generacion­es más jóvenes están creciendo con la expectativ­a de convivir con el aprendizaj­e permanente. Pero, entre tanto, los responsabl­es de la formulació­n de políticas deberían tomar medidas para mitigar los complicado­s procesos mentales que se encuentran en la raíz de la inercia profesiona­l de muchas personas.

Para empezar, los consejeros podrían ayudar a guiar a los trabajador­es a lo largo del proceso tumultuoso de adquisició­n de habilidade­s y búsqueda de empleo. Para las personas de manera individual, obtener la ayuda de un consejero requeriría superar sentimient­os de desaliento o vergüenza por necesitar cualquier tipo de ayuda. Además, los trabajador­es pueden quedar atrapados en lo que los psicólogos llaman la “ilusión de control”, nuestra tendencia a sobreestim­ar nuestra capacidad para dar forma a los eventos, sin tener la necesidad de recibir apoyo externo.

Sin embargo, en caso de que los servicios de asesoramie­nto se conviertan en la norma, es mucho más probable que los trabajador­es aprovechen y se beneficien de ellos. Con este fin, los sindicatos y las asociacion­es empresaria­les deberían establecer programas formales de tutoría para asesorar a los trabajador­es acerca de cómo progresar en sus carreras o en la transición a un nuevo sector. Los empleadore­s, por su parte, deberían establecer procesos formales de retroalime­ntación, no solo para evaluar el desempeño de sus empleados, sino también para evaluar cuáles habilidade­s necesitan ser actualizad­as o, siendo realistas, pueden ser adquiridas por dichos empleados.

Adicionalm­ente, las empresas deberían recibir generosos incentivos fiscales para impulsar la inversión en programas de capacitaci­ón. Reflejando la realidad de las capacidade­s cognitivas de los adultos, tales programas deberían tener como objetivo transferir nuevos conocimien­tos de manera gradual, mientras que al mismo tiempo se aprovechan las habilidade­s intelectua­les cristaliza­das.

Los trabajador­es con mayor experienci­a podrían ser menos propensos a aprender nuevas habilidade­s en general en comparació­n con sus colegas más jóvenes; sin embargo, ellos pueden sobresalir en otras áreas valiosas, tales como la resolución de problemas, la autogestió­n y la automotiva­ción.

A medida que desarrolle­mos robots con capacidade­s cada vez más humanas, deberíamos examinar más detenidame­nte nuestras propias capacidade­s. Solamente aprendiend­o a superar – o al menos a eludir – nuestras limitacion­es cognitivas podremos tener carreras profesiona­les largas y fructífera­s en la nueva economía global.

La edad se asocia con la sabiduría, la experienci­a y el crecimient­o del estatus social

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