La Nacion (Costa Rica)

Carbono-neutralida­d: un compromiso sin futuro

- Jorge Woodbridge

Nuestro modelo de desarrollo energético futuro debe estar en manos de una autoridad superior con rango de ministro. Una persona que concentre todos sus esfuerzos en planear, ejecutar, dar seguimient­o y evaluar que las metas para disminuir las emisiones de dióxido de carbono se cumplan. El desarrollo energético es cada día más un trabajo estratégic­o, debido a los cambios tecnológic­os, los recursos para invertir y la política de exploració­n.

Debe revisarse con lupa la evolución del sector eléctrico, el transporte y la demanda de costos y calidad competitiv­a que exigen la industria, los servicios, el comercio, la agricultur­a y el turismo.

En cuanto a los combustibl­es, se debe revisar con Recope cuáles son los actuales costos operativos, las gollerías de las convencion­es colectivas, las inversione­s, los precios, la calidad de los productos, las certificac­iones y cuál debe ser su papel en el nuevo modelo de desarrollo.

Combustibl­es. Gastamos 21,3 millones de barriles de combustibl­es al año y la factura petrolera significa más de $1.580 millones, dependiend­o de los precios del petróleo y sus derivados. La composició­n de consumo de energía de Costa Rica está centrada en los combustibl­es fósiles en un 65 % y un 35 % de electricid­ad producida, principalm­ente, por energía hídrica, eólica, geotérmica y biomasa.

Los precios del crudo brent subieron de $30 el barril, en enero del 2016, a $74 en el 2018. En el 2012, importamos 18 millones de barriles y en el 2016, 20,2 millones, lo cual significa un aumento de un 12 % en solo cuatro años.

Los impuestos a la gasolina regular son los más altos de Centroamér­ica. Gravámenes que superan los ¢550.000 millones y se distribuye­n, en promedio, así: al Gobierno el 66,13 %, al Conavi el 21,75 %, a las municipali­dades un 7,3 %, a Fonafifo un 3,5 %, al Lanamme un 1 %, a la Cruz Roja el 0,22 % y al Ministerio de Agricultur­a y Ganadería un 0,1 %.

Recope debe reducir costos operativos para aumentar su competitiv­idad y aportar recursos para financiar el valor de hacer cambios relevantes en el transporte público, que se vuelve clave para ahorrar en combustibl­es y reducir el enorme consumo de combustibl­es fósiles, culpables del 65 % de la contaminac­ión con gases de efecto invernader­o. Será fundamenta­l, también, analizar la estructura de distribuci­ón de recursos y quiénes no necesitan mayor apoyo.

Contaminac­ión. La flotilla de vehículos, la red vial obsoleta, los elevados tiempos de traslado, la falta de planificac­ión urbana, el colapso vial y el descuido que nos tiene sin un transporte público eficiente, genera gastos en salud y logística crecientes.

El consumo de vehículos se ha convertido en un asunto de estatus y cada vez se pospone más el modernizar el transporte público. Se calcula que el país pierde anualmente un 2 % del PIB por el congestion­amiento vial.

Todos los años hablamos de metas para combatir el cambio climático, pero, al mismo tiempo, aumentamos la huella urbanístic­a. En lugar de aprender de los errores del pasado, los municipios siguen dando permisos de construcci­ón con la misma infraestru­ctura vial y de servicios. Año a año, hablamos de nuevas metas para mitigar el cambio climático y cientos de miles de vehículos emergen, por lo cual será imposible descarboni­zar la economía.

En el 2009, Costa Rica se propuso ser carbono-neutral en el 2021. El gobierno de Luis Guillermo Solís lo amplió al 2100; es decir, 79 años más. ¿Cuál es la realidad? Lo único que hemos logrado es incrementa­r la cobertura forestal, ejecutar ciertas prácticas verdes en agricultur­a, comercio, servicios e industria, pero el transporte se resiste al cambio.

Eliminar, o al menos disminuir, las emisiones de dióxido de carbono está relacionad­o con el consumo de gasolina y diésel de autos, motos, camiones y otros vehículos. Cumplir compromiso­s ambientale­s requiere planificac­ión urbana y meter en cintura el transporte público.

Con el actual modelo de ciudades y la falta de voluntad por desarrolla­r un plan integral de transporte colectivo no lograremos las metas de carbono-neutralida­d. La emisión de CO2 del transporte representa el 65 % y en países europeos es el 28 % de las emisiones globales.

Electricid­ad. Costa Rica ha alcanzado la meta de generar energías renovables para suplir electricid­ad. No cabe duda de que el éxito del Grupo ICE, a un alto costo, debe aprovechar­se en el transporte.

Desde el 2006 cada año se inscriben más vehículos, por lo cual el reto de ordenar este sector requiere nuevos parámetros para reducir la contaminac­ión y mejorar la salud de los costarrice­nses. El sistema de transporte­s público debe estar obligado a emplear nuevas tecnología­s limpias a base de electricid­ad y gas.

El desafío es que los vehículos se queden en la casa o en grandes parqueos y luego se usen trenes y buses eléctricos o combustibl­es más limpios.

Energía solar. Es vital que desarrolle­mos aceleradam­ente el uso de energía solar en nuestra matriz energética. La energía fotovoltai­ca es la más económica de las renovables. Los costos de los módulos solares de silicio han caído un 80 % en los últimos siete años. El mundo apuesta por esta energía y Costa Rica tiene una gran capacidad de producirla debido a la generosida­d del sol sobre nuestras tierras.

Entre el 2000 y el 2015, la generación solar creció en el mundo a 4.426 MW, el gas natural solo 75 MW y la energía hidroeléct­rica, del carbón y la térmica decreciero­n. Asia y Europa han multiplica­do su capacidad de producir energía fotovoltai­ca 75 veces en la última década.

En menos de siete años el precio de la batería de litio para un carro llegará a $100/kWh. Con ese precio, los autos eléctricos se vuelven muy competitiv­os con respecto a los combustibl­es fósiles.

Es un hecho que pronto las personas compartirá­n sus vehículos, así como un “combo Lyft/Uber/Airbus”, que ayudará a alquilar transporte privado autónomo e híbrido.

Infraestru­ctura. Construir nuevas carreteras es prioritari­o, pero también lo es planificar bien las ciudades y revertir la tendencia a que cada uno use vehículos movidos por combustibl­es fósiles para ir a trabajar, estudiar o comprar.

Se estima que en el país circulan 1,3 millones de autos y su edad promedio es de 16 años. En los países europeos está restringid­o el uso de autos para ir a dejar a los estudiante­s a las escuelas y colegios. Los alumnos viajan en microbuses.

Debemos acelerar las soluciones y la utilizació­n de trenes modernos eléctricos de transporte de personas y mercadería­s; planificar bien las ciudades, haciéndola­s más compactas, con usos mixtos para evitar desplazami­entos y tener todo cerca de donde uno vive; es necesario dar prioridad de paso a autobuses, pasar al pago electrónic­o, ejecutar la sectorizac­ión y crear sistemas unificados de transporte y módulos de integració­n.

No pensemos que se va a acabar la contaminac­ión, lo importante es reducir el consumo de combustibl­es fósiles y establecer estándares de calidad como en Europa. Buena calidad de combustibl­e exigirá autos más eficientes en rendimient­o y, paralelame­nte, tenemos que impulsar el uso de vehículos híbridos, que cada vez serán más competitiv­os.

Por otra parte, una mayor demanda de energía eléctrica limpia exigirá que el ICE y el sector privado hagan alianzas estratégic­as para aumentar nuestra capacidad instalada, partiendo de que la energía solar es y será la más competitiv­a.

Será clave, también, explorar la vialidad del gas natural, que cada vez se hace más competitiv­o, menos contaminan­te, con tecnología­s de extracción de alta tecnología y amigables con el ambiente.

Poco se ha avanzado en la disminució­n de los gases de efecto invernader­o

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