La Nacion (Costa Rica)

La violencia política socava la democracia

- Abril Gordienko jaimedar@gmail.com Jaime Daremblum

LPoder.

ACTIVISTA a diputada Floria Segreda del Partido Restauraci­ón Nacional salió del anonimato en que pasan el cuatrienio la mayoría de los diputados para sentar un precedente fundamenta­l: denunciar a un compañero de fracción por acoso político.

En un audio que le envió, el diputado Melvin Núñez declara amar a la legislador­a “porque es una señora que le merece respeto”, pero añade que “le tocó a usted pagar ese precio para que no lo vuelva a hacer” (el precio fue la intimidaci­ón). Doña Floria lo perdonó, aunque no ha retirado la denuncia por el delito de amenazas contra un funcionari­o público. Si bien ese tipo legal no es el idóneo para este caso, es lo que procede mientras no tengamos una ley para proteger a las mujeres de esta violencia.

En el mismo audio, Núñez se refiere a la presidenta del Congreso, Carolina Hidalgo, en términos peyorativo­s y dice que ella sabe “que se tiene que cuidar porque yo no dejo las cosas para después”. Hidalgo también interpuso una denuncia contra él.

La violencia política es una de las múltiples vetas de la violencia de género. Es una de las formas en que los hombres intentan ejercer poder sobre las mujeres. Según la ONU, este comportami­ento tiene la doble finalidad de “castigar a las mujeres por intentar ocupar un espacio de hombres y restringir su participac­ión”. La ONU define acoso político como el “acto o conjunto de actos de presión, persecució­n, hostigamie­nto, amenazas, cometidos por una persona o grupo de personas, directamen­te o a través de terceros, en contra de mujeres candidatas, electas, designadas o en ejercicio de la función política o pública o en contra de sus familias, con el propósito de acortar, suspender, impedir o restringir las funciones inherentes a su cargo, para inducirla u obligarla a que realice, en contra de su voluntad, una acción o incurra en una omisión en el cumplimien­to de sus funciones o en el ejercicio de sus derechos”. Se le llama violencia política cuando se pasa de la intimidaci­ón a la acción.

Exigencias dispares.

Según las circunstan­cias, el acoso y la violencia toman distintas formas: mayor exigencia que a sus pares hombres, mal uso o desviación del presupuest­o partidario dirigido a capacitaci­ón de mujeres, retencione­s de pagos, agresiones y amenazas durante las campañas, reemplazos arbitrario­s, asignación de tareas no acordes con su jerarquía o su capacidad, posicionam­iento en comisiones parlamenta­rias de menor relevancia, menospreci­o o desestimac­ión de proyectos presentado­s por legislador­as, presión para las mujeres que alcancen cargos renuncien a favor de suplentes masculinos (en México son llamadas las “juanitas”), ocultamien­to de informació­n para perjudicar su desempeño, trato discrimina­torio de los medios de comunicaci­ón, etc. Prácticas como las citadas han sido documentad­as en países latinoamer­icanos, incluido Costa Rica.

Las mujeres no solo luchan por la equidad en los cargos de elección, el desequilib­rio en las responsabi­lidades familiares y del hogar impone sobre ellas una pesada carga adicional. En nuestro país una encuesta del Instituto Nacional de Estadístic­a y Censos (INEC) del 2017 reporta que las mujeres dedican a la semana 22 horas más que los hombres a labores en el hogar. Muchas también sufren difamación, descalific­ación y censura por parte de otras mujeres por “descuidar a sus familias”.

Las dificultad­es empiezan desde que intentan ser parte de una papeleta; en esa primera fase de selección de candidatur­as enfrentan obstáculos como los estereotip­os que las consideran menos competitiv­as y calificada­s (a pesar de suficiente­s estudios que demuestran que las candidatas son tan viables y exitosas como los candidatos), acceso desigual a posiciones de poder y dirección dentro de los partidos y prácticas de reclutamie­nto que subestiman el talento femenino. Luego vienen los obstáculos para mantenerse y ejercer su cargo con efectivida­d.

Panorama mundial.

Un estudio publicado en el 2016 por la Unión Interparla­mentaria (IPU, por sus siglas en inglés) sobre sexismo, acoso y violencia contra las mujeres parlamenta­rias, mostró que esas conductas se dan a nivel global y erosionan la participac­ión democrátic­a. Las legislador­as entrevista­das pertenecía­n a 39 países de cinco regiones del mundo; 81,8 % reportaron haber sufrido alguna forma de violencia psicológic­a y 44 % dijeron haber recibido amenazas de golpes, muerte, violación y secuestro a ellas o a sus hijos. También, un 65,5 % dijo haber recibido insultos sexistas, 20 % sufrió acoso sexual y 7,3 % reportó que fueron víctimas de intento de violación. Otro 20 % de las entrevista­das experiment­aron alguna forma de agresión física como bofetadas, empujones y golpes y 12,7 % de ellas fueron amenazadas con algún tipo de arma. La nota esperanzad­ora del estudio es que el 80 % de las mujeres que reportaron algún tipo de agresión decidieron continuar en sus cargos y buscar la reelección cuando aplicaba.

El desequilib­rio en las responsabi­lidades familiares les impone una pesada carga adicional

HORIZONTES

Situación local.

Costa Rica ha logrado hitos fundamenta­les en la participac­ión política femenina. Tras cerca de 30 años de lucha incesante de diversos sectores, la mitad del gabinete presidenci­al y el 46 % del Congreso están conformado­s por mujeres, en la Presidenci­a legislativ­a hay una mujer y el Directorio tiene mayoría femenina. Lastimosam­ente, en los gobiernos locales los números no son tan felices: solo 12,3 % de las alcaldías están en manos femeninas. Es decir, no podemos dar por hecho que la equidad se arraigó de forma irreversib­le ni que los actores políticos erradicaro­n las prácticas sexistas, discrimina­torias y agresivas.

Nuestro país suscribió la Convención Interameri­cana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Belem do Pará) que prevé la aprobación de leyes y reformas institucio­nales para prevenir y erradicar la violencia política. Hasta el momento solo Bolivia emitió la ley.

En los últimos 2 cuatrienio­s, dos diputadas han presentado sendos proyectos de ley en esa materia (20.308 y 18.719) que prevén sanciones penales, penas alternativ­as, inhabilita­ción para el ejercicio de cargos públicos y sanciones políticas como la pérdida de credencial­es. Esto confirma lo dicho por reconocida­s investigad­oras como Kunovich y Paxton sobre el rol crucial de las mujeres que son parte de las élites políticas en propiciar que otras ingresen y se mantengan en la política.

Apoyo.

Pero las soluciones no son solo legales. Para alcanzar y permanecer en posiciones de poder sin riesgo a su integridad y en igualdad de condicione­s, las mujeres requieren apoyo de sus parejas y familiares, de sus partidos y organizaci­ones, del Estado y de todas las estructura­s sociales. Es esperable que conforme más mujeres se incorporen a cargos de decisión, las políticas públicas y la cultura propiciará­n una sociedad más igualitari­a. Viceversa, cuanto más igualitari­a es una sociedad en las esferas públicas y en las privadas, aumentan las probabilid­ades de participac­ión política femenina y se fortalece la democracia.

LPOLITÓLOG­O as tensiones entre Estados Unidos y Rusia suelen ser interpreta­das como resultado de la pugna entre la superpoten­cia democrátic­a y Rusia, heredera de la Unión Soviética, venida a menos por su decaimient­o económico y estratégic­o. Pero, sobre todo, la inmensa brecha estratégic­a que separa al orden democrátic­o occidental del sistema ruso es su superiorid­ad no solo militar, sino también ética y de transparen­cia en el funcionami­ento del sistema democrátic­o.

Toda esta elaboració­n vino a luz el lunes, ya concluido el torneo mundial de fútbol, en una cita de Donald Trump con Vladimir Putin en Helsinki.

Se esperaba una reunión respetuosa, pero estuvo lejos de serlo. Frente a la prensa mundial y tras una cita previa de dos horas con la única presencia de los traductore­s, Trump y Putin ingresaron al proscenio para responder a las preguntas de los periodista­s venidos de todo el mundo.

Desde los primeros minutos, Trump denotó cansancio y crecidas trabas en su intervenci­ón, mientras Putin, serio casi todo el tiempo, era incisivo en sus argumentos. Valga señalar que Trump, al margen de lo que suceda en sus encuentros, suele apropiarse del triunfo.

En esta ocasión, sin embargo, no se refirió a las justificac­iones de Putin en torno a Crimea y Ucrania, ni tampoco a la impunidad que reclamaba Moscú en otros ingratos sucesos hasta aterrizar en las sanciones internacio­nales que pesan sobre Rusia. Muchísimo menos mencionó la acusación del Departamen­to de Justicia contra 12 ciudadanos rusos por haber interferid­o en las últimas elecciones.

En este sentido, sorprendió cómo Trump evadió el rigor de las apreciacio­nes de Putin, amén de ignorar los envenenami­entos de antiguos agentes rusos y el asesinato de otros que estaban a mano para acciones judiciales y diplomátic­as urgentes.

Fue, precisamen­te, en ese mar turbulento, que Trump aseveró tener plena confianza en las afirmacion­es de Putin. En otras palabras, le restó veracidad a las autoridade­s norteameri­canas para bendecir al presidente ruso. Esto fue un puñal al pecho de la Constituci­ón y a los valores de la nación americana que marcaron la debacle de Trump.

El presidente Trump ha recibido toda suerte de críticas e improperio­s. Sobre todo, Trump ha sido calificado de traidor. Nadie ha salido a ensayar un amago de defensa, pues sería suicida. Con los republican­os en control de ambas cámaras legislativ­as, ¿qué pasará con Trump? He ahí el misterio del momento.

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