La Nacion (Costa Rica)

Pilar de los derechos humanos

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Tras 40 años, la Convención Americana se mantiene como bastión de dignidad en el hemisferio.

Un día como hoy, hace 40 años, entró en vigencia la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Desde entonces, su aporte, y el de la Corte Interameri­cana a la que dio vida, han sido determinan­tes para proteger e impulsar los derechos fundamenta­les en nuestro hemisferio. Los costarrice­nses, que los tenemos profundame­nte incorporad­os a nuestra institucio­nalidad, identidad y vida cotidiana, debemos sentirnos sumamente complacido­s por los inmensos aportes del documento y el Tribunal, y por la particular vinculació­n de nuestro país con ambos.

Fue en nuestra capital que la Conferenci­a Especializ­ada de la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) aprobó la Convención, el 22 de noviembre de 1969; por algo también se conoce como Pacto de San José. El año siguiente Costa Rica se convirtió en el primer país en ratificarl­a y aceptar su jurisdicci­ón. Tras su entrada en vigencia, el 18 de julio de 1978, la Asamblea General de la OEA aceptó la oferta nacional para que la Corte-IDH tuviera su asiento en San José; su instalació­n se produjo el 3 de setiembre de 1979. Cuatro años después entró en vigencia el convenio de sede entre el país y el organismo. No solo otorgó a la Corte todas las garantías, inmunidade­s y privilegio­s correspond­ientes; también dotó a sus decisiones jurisdicci­onales del mismo peso que las emitidas por tribunales nacionales. En 1993 nuestro Estado le donó la casa que ocupa actualment­e, en el barrio josefino Los Yoses.

Costa Rica fue también el primer país en activar el mecanismo de consultas contemplad­o por la Convención, y ha sido el que más lo ha utilizado. Gracias a él, por ejemplo, la Corte determinó la incompatib­ilidad entre la colegiació­n obligatori­a de periodista­s y la libertad de expresión consagrada por la Convención. Su más reciente opinión consultiva, también a solicitud de nuestro Estado, consolidó el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo y a que los transexual­es cuenten con mecanismos sencillos y expeditos para reflejar en documentos oficiales su identidad de género percibida.

Además, la Corte ha fallado importante­s casos contencios­os en los que se ha visto envuelto, como parte acusada, el Estado costarrice­nse. El más emblemátic­o amplió el ejercicio de la libertad de expresión y ha conducido a una jurisprude­ncia nacional mucho más liberal en relación con los llamados “delitos contra el honor”. En otros casos cruciales, que atañen a otros países, la Corte ha defendido los derechos de asociación, ha condenado a Estados por desaparici­ones forzosas, ha protegido a defensores de los derechos humanos, ha defendido la libertad de manifestac­iones públicas, y ha comenzado a desarrolla­r una jurisprude­ncia de gran trascenden­cia en temas ambientale­s.

Por todo lo anterior, ha consolidad­o su papel clave dentro de un Sistema Interameri­cano de Derechos Humanos (SIDH) pionero en el mundo y que ha dotado a los ciudadanos de América de mayores proteccion­es para enfrentar agresiones y de mayores recursos para impulsar garantías civiles, políticas, económicas, sociales y culturales. El primer bastión de ese sistema fue la Declaració­n Americana de Derechos y Deberes del Hombre, adoptada en Bogotá el 2 de mayo de 1948, siete meses antes que la Declaració­n Universal de Derechos Humanos. La Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos fue creada en 1959, y luego ha establecid­o relatorías especiales sobre temas específico­s. Tras la Convención y la Corte se han generado otras convencion­es y protocolos contra la tortura, la pena de muerte y las desaparici­ones forzosas, y para proteger los derechos de las mujeres, las personas discapacit­adas, los niños y los adultos mayores. En el año 2000 se emitió la Declaració­n de Principios sobre Libertad de Expresión, y al siguiente fue emitida la Carta Democrátic­a Interameri­cana.

Precisamen­te por este avance se ha generado la hostilidad de autócratas, fanáticos y sectores intolerant­es en contra del Sistema. Se han escondido, falazmente, en contrapone­r el respeto a los derechos humanos, que son universale­s, a un concepto estrecho y autoritari­o de soberanía. El lunes, en el acto de celebració­n de los 40 años de la Convención, el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, contrarres­tó esta falacia al destacar precisamen­te que los Estados más respetuoso­s de los derechos humanos son los que más se fortalecen para ejercer la soberanía con el respeto de su población.

En vista de las fuerzas que hostilizan y agreden no solo a la Convención y a la Corte Interameri­cana, sino también al SIDH como un todo, este aniversari­o, además de fuente de celebració­n, debe ser un acicate para seguir luchando por la vigencia plena de los derechos humanos. Es un deber que la Corte, sin ser perfecta, ha ejercido con vigor, asentada en el pacto que le dio vida. Sin embargo, la responsabi­lidad se extiende a todos los ciudadanos y los sectores convencido­s del valor fundamenta­l de la libertad, la democracia y la dignidad.

Tras 40 años, la Convención Americana se mantiene como bastión de dignidad en el hemisferio

El aniversari­o es fuente de satisfacci­ón, pero también debe serlo de acicate para avanzar

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