La Nacion (Costa Rica)

La fuerza disruptiva de Trump

- Velia Govaere

Con todo y esporádico­s socollones, la estabilida­d del mundo moderno descansa sobre pilares culturales compartido­s. Es el entretejid­o que conforma la lógica interna de la relación entre las naciones. De la solidez de esos fundamento­s deriva el sentido de seguridad que norma nuestras vidas y la relativa tranquilid­ad que necesitamo­s para descubrir nuevas rutas de esperanza.

Esa narrativa política, comercial y diplomátic­a es un paradigma que fue sabiamente construido sobre los escombros de 60 millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial. Incluso el desparpajo costarrice­nse de privarse, tan tranquila y campante, de instrument­os militares de defensa de su soberanía reposa sobre la confianza en un universo de valores colectivam­ente aceptado y de institucio­nes que le dan soporte.

Ojos abiertos.

Tal vez son prematuros y probableme­nte pasajeros los temblores que conmociona­n los cimientos de las hipótesis políticas comúnmente aceptadas. No llamemos, pues, aún, a las armas. Por líquida que parezca, la realidad que vivimos tiene todavía la fuerza, por lo menos, de la inercia y la ausencia de alternativ­as robustas y coherentes. Pero sería un error pasar por alto las nubes que oscurecen el horizonte. ¡Cuidado! De tuit en tuit se está minando el subsuelo de nuestra armonía habitual. Nada más peligroso que dormir tranquilos en tiempos de zozobra.

A un año de la administra­ción Trump se puede delinear su paradigma doctrinari­o. Es una visión contrapues­ta a los fundamento­s del orden mundial de posguerra y socava la aceptación occidental del lugar hegemónico de los Estados Unidos. Pero eso no explica enterament­e el impacto disruptivo de sus políticas.

Doctrina Trump.

Los países rivales de Estados Unidos envidian su sistema internacio­nal de alianzas, andamiaje dificultos­amente construido, en más de 70 años. Pero la doctrina Trump desprecia la fuerza que deriva su país de sus alianzas y piensa que solo es más fuerte que acompañado. Pareciera que las alianzas solo sirven para explotar el peso del poderío norteameri­cano, sin pagar el peaje.

La estabilida­d internacio­nal se funda en plataforma­s de relaciones sistémicas entre naciones, con organizaci­ones y tratados que sustentan un tratamient­o equitativo, basado en principios y reglas, no en la fuerza. Según la doctrina Trump, en cambio, el multilater­alismo solo favorece a los más débiles. De acuerdo con su brújula confrontac­ional, es mejor actuar de forma bilateral, para aprovechar su superiorid­ad. Por eso, desprecia todo lo que huele a holístico y multilater­al, sea en tratados, como el de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés), o en organismos multilater­ales, como la Organizaci­ón Mundial de Comercio (OMC).

El comercio mundial se basa en un sistema de normas de conducta, reguladas y supervisad­as por la OMC.

Pero la doctrina Trump siente que las regulacion­es ponen en pie de igualdad a Estados Unidos frente a países económicam­ente más débiles y busca que en cada relación comercial se exprese la ventaja que le debería dar su predominio hegemónico.

Juego de suma cero.

El progreso internacio­nal se funda en criterios de avance colectivo, ojalá uniforme, donde cada condición de progreso permita que todos ganen. La visión Trump es de suma cero. Toda ganancia es a expensas de la pérdida de alguien. De ahí se derivan relaciones necesariam­ente de fuerza, aunque el resultado más probable sea la pérdida colectiva. La experienci­a demuestra que la confrontac­ión da una suma menor que cero. Eso no importa si Estados Unidos gana.

La comunidad de naciones busca funcionar con perspectiv­a estratégic­a de largo plazo. En Trump, en cambio, todo es táctica inmediata que persigue ganancia instantáne­a, donde no hay margen para la previsibil­idad estratégic­a de larga data. Es el hoy desarticul­ado del mañana. Siempre se parte de cero, en instantes inconexos y sin historia. Es la política cada vez más improvisad­a y sin memoria.

Esos cinco ejes conforman el viejo paradigma político del siglo XIX, echando al traste las premisas del orden internacio­nal de la posguerra. Cabe preguntars­e, sin embargo, cómo una sola persona es capaz de fracturar tan peligrosam­ente los valores que han dado soporte a las relaciones internacio­nales. Semejante impacto disruptivo solo puede encontrar explicació­n en fragilidad­es estructura­les que necesitamo­s entender para superar.

Cuando un solo país tiene hegemonía absoluta, basta un cambio en políticas y prioridade­s y todo el sistema de alianzas se tambalea. Desde 1648, con la Paz de Westfalia y el fin del dominio de los Habsburgo, se buscó la paz por medio del equilibrio de fuerzas, donde las alianzas buscaban que ningún país alcanzara hegemonía. En la misma Guerra Fría, con el contrapeso de la Unión Soviética, había equilibrio y balance.

El mundo unipolar muestra ahora su cara más alarmante con sistemátic­as intervenci­ones unilateral­es, desestabil­izadoras en todos los escenarios conflictiv­os.

Sinrazones.

Los impactos que está teniendo la administra­ción Trump dejan también en evidencia situacione­s pospuestas e inatendida­s que ahora dan pie a acciones bajo esos pretextos. Son las “razones” de la sinrazón. En materia comercial, salen a la luz problemas de vieja data: subsidios canadiense­s a productos lácteos, tratamient­o de China como economía de mercado, haciéndose de la vista gorda ante sus políticas de precios manipulado­s, con subsidios y otras prácticas depredator­ias que han derivado en superávits comerciale­s permanente­s; estancamie­nto de las negociacio­nes de la Ronda de Doha como flanco abierto del comercio internacio­nal y la lentitud de respuesta de los paneles de la OMC que también empujan al uso de medidas correctiva­s unilateral­es.

Más allá de la fragilidad de las institucio­nes multilater­ales, queda también en evidencia la vulnerabil­idad de las mismas institucio­nes norteameri­canas, incapaces, aún, de detener políticas contrarias a aquella línea histórica que había posicionad­o a Estados Unidos como liderazgo positivo. Ese es el aspecto más peligroso de la fuerza disruptiva de un Trump, insolente con Europa y amigable con Putin.

Si un solo país tiene hegemonía absoluta, basta un cambio y todo el sistema se tambalea

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