La Nacion (Costa Rica)

Todos en la cama o todos en el suelo

- Dennis Meléndez Howell

El presidente, Carlos Alvarado, dijo que quienes se oponen a la reforma fiscal no aman a Costa Rica. Me parece desafortun­ada esa expresión, por cuanto cada uno puede tener su propia percepción de la forma ideal de resolver el problema fiscal. Es cierto que, dada la magnitud del déficit heredado a esta administra­ción, la forma menos complicada de resolver es la imposición de nuevos tributos.

De hecho, por muchos años consideré que ese era el primer paso para empezar una verdadera reforma fiscal, pues daría aire a las autoridade­s para empezar un programa de profundas reformas que atacaran las verdaderas causas del enorme desequilib­rio que vivimos. Algunos amigos me trataron de ingenuo por presumir que, una vez obtenidos los recursos para parchar muy parcialmen­te el enorme hueco, se seguiría con la verdadera reforma. Si bien tenía mis dudas, mantuve confianza en que el nuevo gobierno tendría la intención y valentía de entrar a una solución más permanente con una profunda reforma institucio­nal.

Cambio de posición. Sin embargo, en el transcurso de estos meses se han venido suscitando acontecimi­entos que están dando razón al escepticis­mo de esos amigos. Después de una serie de anuncios sobre ajustes apenas cosméticos, para dar señales de que se iría hacia una reducción significat­iva del gasto público, las cosas se han estado enfilando por un rumbo distinto.

En primer lugar, seguimos empecinado­s en hacer una reforma tributaria que vive la ilusión de que en este país los impuestos discrimina­torios son una forma apropiada para redistribu­ir ingresos. Seguimos confundien­do bienes meritorios con bienes que consumen solo los pobres y se cree, ingenuamen­te, que eximiéndol­os de impuestos vamos a lograr beneficios para esos grupos. No dudo de que la educación, la salud, la canasta básica, ciertos tipos de organizaci­ones sociales, etc., son bienes meritorios, pero la mayoría de ellos están fuera del alcance de las clases más populares. A la larga, eximiéndol­os de impuestos, más bien se profundiza la mala distribuci­ón del ingreso y la riqueza y, sobre todo, crean odiosas discrimina­ciones.

Lo lógico es una reforma tributaria pareja, que trate a todo mundo por igual y sea la política de gasto la que vaya al rescate de los grupos más desfavorec­idos.

Impuestos para otros. Pero, lo más decepciona­nte es que, cuando se pide sacrificio a todos, volvemos a la muy trillada práctica de estar de acuerdo con cualquier reforma siempre y cuando no me afecte a mí ni a mis amigos.

Los primeros en saltar al cuadriláte­ro son los sindicatos del sector público, a quienes pareciera no caerles la peseta de que, en buena medida, la reestructu­ración del gasto público debe empezar por una reorganiza­ción completa de las institucio­nes estatales, incluyendo movimiento­s de personal en todas direccione­s y una racionaliz­ación radical de los sistemas de incentivos salariales, así como la derogación de privilegio­s absurdos incluidos en convencion­es colectivas.

Parecen no darse cuenta de que la alternativ­a para mantener los esquemas actuales es un masivo esquema de despidos. Mejor que todos tengan trabajo, con remuneraci­ones racionales, a que queden solo unos cuantos con privilegio­s absurdos. Eso sí, que los empleados sean reubicados en actividade­s e institucio­nes en donde su aporte neto a la producción del país sea positivo.

La mayoría de los empleados públicos cumplen a cabalidad sus funciones, pero se vuelven una carga si los tienen haciendo cosas que nada aportan al país. Antes bien, muchas de esas actividade­s, interfiere­n con el sector privado y reducen su productivi­dad. El desperdici­o de recursos en muchas áreas del gobierno contrasta con su falta en lugares más urgentes.

Pensiones de lujo. Cuando se pide comprensió­n a los pensionado­s de lujo para que, por razones más morales que legales acepten una racionaliz­ación de sus privilegio­s, la respuesta, al menos por lo que vemos en la Corte Suprema de Justicia, es un violento portazo. Los exmagistra­dos, haciendo gala de su poca disposició­n a colaborar, recurren a las vías legales para tratar de impedir que se haga un poco de justicia en sus desproporc­ionadas gratificac­iones. Mientras tanto, las pensiones para los grupos de más bajo nivel siguen congeladas en cotas de hambre.

Hay actividade­s productiva­s y grupos que no tienen justificac­ión válida para estar exentos de impuestos y, mucho menos, para recibir subvencion­es estatales o subsidios cruzados. En este campo existe una interminab­le orgía de privilegio­s a la cual se debe poner coto.

Lo lógico es una reforma tributaria pareja, que trate a todo mundo por igual

Universida­des públicas.

Bien es sabido que las universida­des públicas son una burda fuente de distribuci­ón negativa de ingresos, es decir, toman dineros de las clases más pobres para dárselo a los grupos menos pobres. Una proporción significat­iva de los estudiante­s universita­rios no son pobres y podrían pagar esquemas de matrícula mucho más acordes con los ingresos familiares de cada uno.

Además, las universida­des públicas tienen un parasistem­a de generación de ingresos por ventas de servicios que, en la actualidad, son para los docentes e investigad­ores que trabajan en ellas, con una participac­ión apenas simbólica para esas institucio­nes educativas. Esto tiene un agravante: al inflar tanto los ingresos de los funcionari­os terminan abombando las pensiones que reciben al final de sus carreras, como hemos visto en la práctica. Es hora de que las universida­des entren en razón y acepten que el esfuerzo debe ser de todos y no son un satélite de un mundo aparte.

Dudoso privilegio. Pero la medalla de oro de las injusticia­s se la lleva el ministro de Educación, Édgar Mora. En un acto oprobioso, en la negociació­n con los rectores para definir el financiami­ento de las universida­des, se sacó de la manga un supuesto excedente de recursos del MEP por ¢15.000 millones que de forma generosa cedió al Fondo Especial para la Educación Superior (FEES), porque él no los necesitaba. Es injusto.

En primer término, es sospechoso que el MEP tenga recursos ociosos que no le sirven para nada, a pesar del enorme déficit y carencias en la infraestru­ctura educativa. Y, en segundo lugar, si el gobierno dice que hay semejante crisis fiscal, ¿cómo se da el lujo este ministro de desviar fondos asignados a una población probada de estudiante­s de medianos y bajos recursos para satisfacer las extravagan­cias de las universida­des? En todo caso, bastaría devolverlo­s a Hacienda.

Desde luego, puede tener razón el presidente Alvarado cuando nos dice que la no aprobación de nuevos impuestos nos lleva al precipicio. Pero es injusto que sean otros los que se metan la mano al bolsillo para resolver este problema, mientras algunos siguen mondos y lirondos sin intentar el menor esfuerzo. El pueblo tiene un dicho en materia de justicia: o todos en el suelo, o todos en la cama. Es probable que sin la reforma fiscal todos estaremos en el suelo, pero pareciera que, en este país, esa es la única salida.

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