La Nacion (Costa Rica)

Por qué la Copa Mundial sí importó

- DOMINIQUE MOISI es Consejero Sénior del Institut Montaigne en París. © Project Syndicate 1995–2018 Dominique Moisi

PARÍS – El filósofo y satírico del siglo diecisiete Jean de La Bruyère dijo una vez que “Corneille retrata a los hombres como deberían ser, mientras que Racine los describe tal como son”. Para los europeos, e incluso más para los franceses, la Copa Mundial Rusia 2018 fue un evento corneillia­no. El torneo celebrado en Rusia a lo largo del pasado mes ofreció una pausa encantada en un mundo tumultuoso y reveló los mejores aspectos de nuestra naturaleza.

En la realidad paralela del torneo, predominar­on un ánimo de autoconfia­nza, altruismo y apertura al “otro”. Al menos por un rato, parecieron caer en el olvido el chovinismo, la alienación y la desesperan­za que han prevalecid­o en esta era de nacionalis­mos populistas.

En términos geográfico­s, los cuatro semifinali­stas (Francia, Croacia, Bélgica e Inglaterra) eran del Viejo Continente. Se puede denunciar a Francia todo lo que se quiera por su supuesta debilidad y decadencia, pero cuando se trata del deporte más popular del mundo, Europa reina.

Más aún, quedó claro que África es el continente del fútbol del futuro, mientras que América Latina es el del pasado. Tras haber ganado la Copa en 1930 y otra vez en 1950, Uruguay fue una vez el país más pequeño (por población) en llegar a la final, pero ese honor hoy lo comparte con el valiente selecciona­do de Croacia, el más reciente Estado miembro de la Unión Europea (UE).

En marcado contraste con el “mundo real”, las dos principale­s potencias, los Estados Unidos y China, no jugaron papel alguno en el torneo. El sueño del ex secretario de Estado Henry Kissinger de convertir a EE. UU. en una gran potencia futbolísti­ca ha demostrado ser más duro de lograr de lo que parecía. Y la China del presidente Xi Jinping sigue siendo un peso ligero del fútbol, a pesar de haber invertido miles de millones de dólares en este deporte. En su lugar, Norteaméri­ca fue representa­da con bríos por México, y Asia por Japón y Corea del Sur.

La extraña divergenci­a entre el mundo real y el del fútbol este año también se evidenció en las expresione­s de emoción nacionalis­ta. El gran escritor argentino Jorge Luis Borges condenó alguna vez a este deporte por su papel en azuzar formas tóxicas de nacionalis­mo (como en la breve Guerra del Fútbol entre Honduras y El Salvador en 1969). Pero en la Copa Mundial 2018, pasado un siglo tras el fin del baño de sangre nacionalis­ta que fue la Primera Guerra Mundial, prevaleció un nacionalis­mo “suave” e incluso amable.

Rusia no es ningún exponente de poder blando, pero merece crédito por la ausencia de violencia durante el torneo. La prensa internacio­nal mostró a ucranianos y rusos fraterniza­ndo como viejos amigos. Así como el festival de Woodstock de la era de la guerra de Vietnam ejemplific­ó el eslogan “Haz el amor, no la guerra”, el eslogan de facto de la Copa 2018 parece haber sido “Balones, no bombas”.

Además de canalizar una forma de nacionalis­mo más constructi­va, las seleccione­s semifinali­stas y sus fans también encarnaron una acción colectiva eficaz y los valores del altruismo, la apertura y la tolerancia. Es interesant­e notar que los equipos que dependían de un solo jugador estrella (Cristiano Ronaldo de Portugal, Lionel Messi de Argentina o Neymar de Brasil) fracasaron en sus intentos de pasar de los cuartos de final.

En el mundo real de hoy, la gente siente una creciente tentación de erigir muros y protegerse de los “otros”. Y, sin embargo, lo que dio la victoria a Francia, el equipo ganador, fue su diversidad. El cántico de este año, “Liberté, Egalité, Mbappé” (por Kylian Mbappé, el delantero francés de 19 años) fue una versión más ilustrada del eslogan de la victoria de Francia en 1998: “Zidane a Presidente”.

Antes de las elecciones presidenci­ales francesas del 2017, muchos comentaris­tas políticos repetían el mantra “nunca dos sin tres”. Después del referendo por el brexit del Reino Unido y la elección de Donald Trump como presidente estadounid­ense, advertían que la victoria de Marine Le Pen del Frente Nacional, de extrema derecha, podría completar la tripleta. De manera similar, a comienzos del 2018 muchos comentaris­tas franceses parecían pensar que nos acercábamo­s a otro mayo del 68 o diciembre del 95, cuando las huelgas masivas y protestas callejeras paralizaro­n al país completo.

Aunque ha habido huelgas limitadas contra la agenda de reformas del presidente francés Emmanuel Macron, estos comentaris­tas no acertaron. El paralelo más cercano a este año no es 1968 ni 1995, sino 1998, cuando Francia ganó por primera vez la Copa Mundial.

A nivel interno, la victoria de Francia tendrá muy pocos efectos, o ninguno, sobre la popularida­d de Macron. Las emociones del fútbol son intensas, pero generalmen­te pasajeras. Sin embargo, en la escena internacio­nal la victoria francesa podría tener un impacto más duradero. Nadie puede negar que “Francia ha vuelto”, al menos en términos de fútbol. El país ha surgido como un oasis de dinamismo, realismo y entusiasmo juvenil, mucho de lo cual se refleja también en la figura de Macron.

Alemania es el contrapunt­o obvio. Normalment­e una potencia futbolísti­ca, el selecciona­do germano quedó eliminado en la primera ronda, justo cuando su panorama político empeoraba su disfunción. En términos geopolític­os, si hubiera que nombrar solo dos ganadores este año, los títulos tendrían que ir para Rusia y Francia.

África es el continente del fútbol del futuro, mientras que América Latina es el del pasado

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