La Nacion (Costa Rica)

Cuba ‘made’, Venezuela ‘copy’, Nicaragua ‘paste’

- Pablo Barahona Kruger

En ciertos países el reloj se quedó sin batería por algún tiempo. Mientras tanto, los autócratas montaron su fiesta aprovechan­do que sus conciudada­nos dormían para no ver, para no sufrir y posiblemen­te también para no luchar.

En estos casos, el escenario es lo único que cambia. Pero el resto: la utilería, las luces y fuegos artificial­es, se replican circularme­nte. Incluso los actores se parecen.

El libreto es siempre el mismo, aun cuando los directores se permitan leves adaptacion­es para salvar sus circunstan­cias. Pero siempre hacen su recorrido con el mismo guion bajo el brazo. Un recetario que supone ingredient­es harto conocidos que, a fuerza de ser muy evidentes, terminan envilecién­dose. O lo que es igual: se normalizan y hasta dejan de percibirse.

Y es ese envilecimi­ento, precisamen­te, el que aconseja evidenciar esos ingredient­es para no olvidarlos ni mucho menos obviarlos. Pero sobre todo para que no terminen siendo el preámbulo de esa omisión cómplice que termina por gestarse como el caldo de cultivo del caos.

Manual del buen dictador.

Viene bien ofrecer un resumen de ese recetario escurridiz­o, de ese guion convenient­e, de esa farsa teatral que empieza por construir un discurso elocuente pero simplón. Casi plano. Pero, por lo mismo, llegador a las masas y abono inequívoco del típico maniqueísm­o sobre el que la comunicaci­ón política más efectiva se asienta: la lógica amigo-enemigo (Julio Cesar, Maquiavelo, Smith, entre otros).

El enemigo en este caso será siempre un Coco de varias cabezas que viene a comerse al pueblo humilde. La oposición, la prensa libre, y claro, el manido imperio, son solo las molleras más útiles en este relato.

Y desde ahí, les toca instalar redes clientelis­tas sobre las bases siempre arenosas y movedizas de un populismo que juega por partida doble, tanto con el hambre como con el miedo. ¿O acaso no es la ignorancia la que lleva al hambre y luego al miedo?

Siguiendo el dictado para aquellos países afectos al copy and paste, con el derribo de la división de poderes como principio republican­o: los amigos a la legislatur­a y los obedientes a la judicatura, mientras las familias y los acólitos más incondicio­nales a los grandes negocios público-privados.

La función electoral también queda sometida al poder central. Y así, con toda la discrecion­alidad pública bajo control, solo resta cooptar, amenazar e incluso clausurar, a la prensa, los intelectua­les y el estudianta­do. Que a los empresario­s siempre es más fácil; unos negocios por acá, unas políticas cambiarias y fiscales consentido­ras de camino y otros negocios por allá.

Y si tal telaraña institucio­nal no alcanza, siempre queda el recurso al poder constituye­nte como aplanadora política.

Según esta receta, los opositores se reducen a terrorista­s o golpistas. En ningún caso son tenidos por demócratas convencido­s. Gente que hay que vencer para no tener que molestarse en convencer.

Claro que con los más valientes también cabe el verbo proscribir así como para los más cabezones el desaparece­r.

A esos manualista­s, la prensa siempre les estorba, salvo la oficialist­a y aquella privada, pero entreguist­a y acomodada, compuesta por salas de redacción compradas a punta de pauta oficial y negocios malsanos.

Entre las razas más incómodas para aquellos Estados “revolucion­arios”, están los intelectua­les. Quienes por su independen­cia para pensar, su capacidad para descubrir y su atrevimien­to para evidenciar, se convierten en una amenaza impotable.

Otra realidad.

A los regímenes de manual no les gustan los hechos. Son afectos a sus propias interpreta­ciones contrafáct­icas. Si el pueblo se está muriendo de hambre, toca acusar una guerra económica orquestada por la impudicia de los ricos. Siempre insolidari­os. Siempre culpables. De igual manera, si el gobierno perdió el monopolio de la fuerza (coerción) en el marco de su territorio, es culpa de la mafia opositora y el terrorismo imperialis­ta (Kolakowski).

Cabe anotar al pie elementos adicionale­s del manual bajo examen: prohibir la protesta como primer derecho humano (nacemos protestand­o). Los mandos medios también son para los amigos y partidario­s, con tal de obviar a los capaces e imparciale­s. Sin descontar que la contrataci­ón pública se convierte en un botín para comisionar y silenciar conciencia­s. Las elecciones mutan a simple rito disimulado­r. Un mero trámite embarazoso pero superable.

Otro supuesto es el que advierte de una comunidad internacio­nal irrespetuo­sa de la soberanía e incluso invasora potencial. Imperialis­ta en síntesis y vasalla como tal.

Para los del manual, no tiene nada de malo que el canciller sea el yerno del gran caudillo o la primera dama ejerza poderes paralelos al jefe de Estado y claramente desproporc­ionados. El que sea vicepresid­enta es solo un detalle orbital. Tampoco que los hijos se encarguen de la distribuci­ón nacional de hidrocarbu­ros o los medios de comunicaci­ón oficial. O que un superminis­tro sea narcotrafi­cante y los militares estén metidos en los grandes negocios e incursione­n en funciones reservadas al poder civil. Y también en cuanto tráfico ilícito les sea posible dominar.

En todo caso, el manual también prevé que si los sobrinos caen con un cargamento industrial de cocaína en un jet privado, no hay que dudar por un segundo que se trató de una trampa de la DEA para desestabil­izar al régimen.

Tampoco se reconocen los presos políticos. Solo los conspirado­res de derecha y la muchachada terrorista que otros inocenteme­nte pensamos como jóvenes valientes y patriotas.

Los privilegio­s oficialist­as nunca están de más ni deben reprochars­e. Es absolutame­nte normal –desde el recetario– que quienes no tenían donde caer muertos a su arribo al poder, hoy escondan millones de dólares en paraísos fiscales.

Las milicias disfrazada­s de consejos de barrio, para identifica­r y controlar a los vecinos insumisos, no pueden faltar. De ahí salen las listas negras y se gestan las huestes paramilita­res que le hacen el trabajo sucio a esos gobiernos de manual.

Identifica­r, intimidar, apresar, torturar y desaparece­r, pasan a ser parte del prontuario que, cuan licencia genérica, autoriza a la lumpen oficialist­a para conducirse al margen de la cultura de legalidad. A fin de cuentas, la base sobre la cual se asienta la civilidad –léase: la modernidad–.

A la larga, con semejante guion, el terrorismo de Estado se normaliza y la perpetuaci­ón en el poder se convierte en un fin en sí mismo, que no avergüenza sino que, por el contrario, envalenton­a.

¿Cuba? ¿Venezuela? ¿Nicaragua?

El libreto es siempre el mismo, aun cuando los directores se permitan leves adaptacion­es

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