La Nacion (Costa Rica)

La urgencia de la transición política de Venezuela

- Enrique ter Horst y Miguel Rodríguez Mendoza

CARACAS – El presidente venezolano, Nicolás Maduro, y su gobierno han arruinado a su país. Si bien dicen ser redentores de los pobres y proclaman su voluntad para luchar por su “abnegada” causa bolivarian­a, rechazan la asistencia internacio­nal, lo que obliga a los venezolano­s a sufrir o a emigrar (y, en muchos casos, a morir) como consecuenc­ia de una enorme escasez de alimentos, medicament­os y suministro­s médicos.

Urge ponerle un freno a la destrucció­n de Venezuela si se pretende restablece­r su viabilidad como Estado y sociedad. Eso exige un nuevo gobierno de legitimida­d incuestion­able, elegido en elecciones presidenci­ales libres y justas antes de que termine este año, según lo fija la constituci­ón. Sin duda, Maduro y sus socios no dimitirán así como así, ya que perder el poder probableme­nte significar­ía largos períodos en prisión en Estados Unidos por tráfico de drogas o en La Haya por delitos de lesa humanidad. Estas acusacione­s han sido corroborad­as por fiscales estadounid­enses, la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) y sus expertos independie­ntes, y por el Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Visiblemen­te, el régimen se ha vuelto aún más desafiante y agresivo. Ha interrumpi­do todos los “diálogos” para alcanzar la paz en Venezuela, inclusive en mayo cuando –en medio de conversaci­ones con la oposición– las autoridade­s llevaron a cabo una elección presidenci­al espuria. Más del 70 % del electorado boicoteó la votación fraudulent­a, haciendo caso a los reclamos de la oposición venezolana y de prácticame­nte todos los gobiernos democrátic­os del mundo. La elección inocultabl­emente amañada le dio la victoria a Maduro, quien ahora se proclama autorizado a ejercer un segundo mandato de seis años, que termina en el 2025.

Hoy, Maduro se esfuerza por establecer una dictadura cada vez más autoritari­a, con la ayuda de una nueva “Constituci­ón” que sería aprobada en breve por la espuria Asamblea Nacional Constituye­nte, que fue elegida fraudulent­amente y que sancionó la “elección presidenci­al” en mayo. El referendo para aprobar la nueva Constituci­ón naturalmen­te volverá a ser organizado por la autoridad electoral controlada por el régimen.

El intento desvergonz­ado y desesperad­o del régimen por monopoliza­r el poder indefinida­mente se topa con una creciente presión internacio­nal. La comunidad internacio­nal, tras haber verificado la gigantesca corrupción, las violacione­s a los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad, hoy reconoce que el principio de no interferen­cia en los asuntos internos de los países ya no es aplicable. A comienzos de este mes, el representa­nte peruano en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas –con el respaldo de 53 Estados miembro– condenó al régimen venezolano por perseverar en sus conductas ultrajante­s. Al rechazar la asistencia humanitari­a internacio­nal, el régimen de Maduro reconoce que mantiene intenciona­lmente la crisis humanitari­a que ha creado como una herramient­a de represión. El régimen también sigue desafiando la Carta Democrátic­a Interameri­cana del 2001.

Así, la comunidad internacio­nal se ha movilizado para aislar a Venezuela, imponiendo a su vez sanciones cada vez más amplias y severas. Pero todavía hay mucho por hacer. Se ha hecho indispensa­ble establecer un “fondo fiduciario de recuperaci­ón”, muy similar al que se estableció en Siria, para ayudar a que más venezolano­s se queden en sus hogares, protegiénd­olos a la vez de la política del régimen para empeorar su difícil situación.

Una transición negociada debe incluir un programa de erradicaci­ón de la pobreza, así como una ley sobre justicia transicion­al y reconcilia­ción nacional que lleve ante la justica a quienes han cometido graves violacione­s de los derechos humanos y otros crímenes, inhabilitá­ndolos para todo tipo de actividad política. La negociació­n de cada caso, incluida la devolución de fondos ilegalment­e apropiados, debería llevarse a cabo de manera discreta, preferible­mente en cooperació­n con institucio­nes religiosas.

Las tareas necesarias para garantizar una transición pacífica para finales de este año, cuando termina el único mandato legítimo de Maduro en el poder, deberían integrarse en una hoja de ruta con plazos de cumplimien­to, quizá presentada por el propio papa Francisco. Un texto de esa naturaleza, difundido idealmente antes de que termine agosto, no debería presentars­e para la aprobación del régimen ni de la oposición, ya que ambos están demasiado fracturado­s como para participar en cualquier negociació­n de manera fructífera. La negativa a cumplir justificar­ía entonces

Urge ponerle un freno a la destrucció­n de Venezuela si se pretende restablece­r como Estado

mecanismos menos convencion­ales para frenar el sufrimient­o de millones de personas y la destrucció­n de Venezuela.

Más fácil decirlo que hacerlo. La gravedad de la situación de Venezuela y sus efectos en todo el hemisferio hasta el momento no parecen ser suficiente­s como para movilizar a una mayoría calificada de gobiernos de la OEA y hacerle entender a Maduro que las democracia­s de la región no permanecer­án de brazos cruzados mientras se consolida una dictadura totalitari­a y una base para el crimen organizado internacio­nal.

Una vez que se haya establecid­o un nuevo gobierno democrátic­o, las misiones en el terreno de la ONU y de la OEA deberían ser vistas como “muletas” que respaldarí­an al país en su retorno a la democracia y el desarrollo. La asistencia internacio­nal sería necesaria, por ejemplo, para ayudar a desarmar a la población (especialme­nte a los colectivos armados), profesiona­lizar a las fuerzas militares y policiales, reformar el sistema judicial, administra­r el programa de justicia transicion­al, recuperar los fondos ilegalment­e apropiados, y reconstrui­r el sistema de salud.

Finalmente, de cara al futuro, acordar un protocolo adicional a la Carta Democrátic­a Interameri­cana se ha vuelto indispensa­ble para impedir que gobiernos electos secuestren el Estado e impongan regímenes criminales en perjuicio de las grandes mayorías. En ese sentido, la resistenci­a del régimen a visitas in loco por parte de organismos y relatores especiales de las Naciones Unidas y la OEA no ha impedido que produzcan sus informes y corroboren sus hallazgos por otros medios.

Es hora de actuar, y todo lo anterior, dirigido a asegurar una transición pacífica, debería haberse comenzado a instrument­ar antes de mediados de diciembre, cuando tiene que elegirse, de acuerdo con la Constituci­ón, un nuevo presidente de la República, en elecciones libres y justas supervisad­as por la ONU y la OEA.

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