La Nacion (Costa Rica)

Encontrars­e con Dios

- Víctor Ml. Mora Mesén

No es fácil decir cuándo precisamen­te ese encuentro tuvo lugar. No es suficiente aducir que era educado en una familia católica practicant­e, porque eso supondría negar orígenes remotos, pero tampoco sería totalmente cierto afirmar que eso fue alienante en mi vida, porque para nada tener fe fue una experienci­a traumática. Claro, reconozco que muchas personas, provenient­es de experienci­as religiosas intensas, han necesitado rebelarse ante las figuras de Dios impuestas por su educación básica. A mi favor, debo decir que mi experienci­a no fue así, porque ser cristiano católico tenía un gran sentido de humanidad para mis padres.

Responsabi­lidad, amor, compromiso por el otro, fidelidad y sentido común eran componente­s esenciales de la fe para mis progenitor­es. Dios no era un enemigo, sino un amigo con quien se hablaba en confianza: “¡Oh, niñito Jesús, quiero ser como tú! Protege a mi mamá, a mi papá, a mis hermanitos, a mis amigos y no te olvides de mí. ¡Quiero ser como tú! ¡Oh, niñito Jesús!”. Eso recitábamo­s cada noche con nuestra madre antes de dormir y ella, como una sacerdotis­a, nos bendecía tres veces. El mundo entero entraba en esa simple oración.

Mi madre, ahora de avanzada edad (sería impertinen­te para ella decir cuántos años tiene, por lo que me contengo), ha vuelto a hacer los mismos gestos que repetía cotidianam­ente cuando éramos niños. Todo un símbolo que nos remite a lo esencial, a la formación medular que nos ha hecho personas adultas. Parece mentira, pero eso me hecho reflexiona­r mucho como fraile y sacerdote: ¿Cuándo Dios ha entrado en mi vida? Podría decir que desde siempre, porque Dios era cordial y bello, pero al mismo tiempo esta afirmación es errónea.

Libros.

Con el pasar del tiempo, siempre educado en institucio­nes católicas, mi idea de Dios fue evoluciona­ndo. De la ternura de una madre pasó a ser conocimien­to, reto, inteligenc­ia y curiosidad. Sí, al principio Dios me resultó algo que tenía que aferrar como concepto. Mis primeros pasos en el tomismo me aferraron a esa idea: si Dios es amor, este tenía que ser lógico.

Me interesé en leer lo que podía sobre Dios. Desde las imágenes de santa Teresa hasta la bella poesía de san Juan de la Cruz, los autores espiritual­es de moda y las reflexione­s de personajes famosos como Buda o Gandhi, colmaron mi atención. Una experienci­a maravillos­a fue ese inquirir sobre Dios, porque llenaba el alma de inquietude­s. Entonces, cayó entre mis manos una biografía de san Francisco (que ahora considero muy mala).

Puerta abierta.

Terminado el libro, una simple pregunta inocente no me dejó dormir por tres días, no era una cosa mía: lo analicé desde todos los puntos de vista posibles. En ese entonces, estudiaba matemática pura en la UCR (que no era precisamen­te un espacio para fomentar la fe). Pero la fuerza que generó esa pregunta fue más fuerte que yo, parecía una voz insistente que atenazaba mi corazón hasta que, cansado, dije “los buscaré” y terminé tocando a la puerta de un convento franciscan­o. Lo cierto es que al decir “sí” esa noche pude dormir, así que cumplí mi promesa. No había nada de coacción, ni de pérdida de la libertad. Nunca me sentí cohibido para decir “basta”, pero lo que me trajo como resultado al tocar aquella puerta no puede ser medido.

En efecto, de Costa Rica me mandaron a una experienci­a fuerte en Honduras entre los pobres, de vuelta a la patria los retos intelectua­les me sucedían uno tras otro. Mis profesores se esforzaban para que pensáramos, para que asumiéramo­s la responsabi­lidad de animar al pueblo, para que no nos dejáramos sacudir por las tendencias de la moda simplista y superficia­l. No era solo la filosofía y la teología las materias que tejieron una racionalid­ad, también lo eran la sociología, la antropolog­ía y la psicología que nos empujaban a abrir la mente. ¡Y todo en nombre de Dios! Por su parte, los frailes nunca dejaron de mandarnos a experienci­as fuertes en medio de la gente simple, pero fervorosa, trabajador­es de la tierra marginados, pero esperanzad­os, que en los templos expresaban una fe en Dios que te hacía avergonzar.

Fue entre esa gente que, a pesar de mis temores iniciales, solicité especializ­arme en Biblia: sabía tan poco, que la sed que ellos tenían del análisis histórico crítico y literario del texto bíblico hizo darme cuenta de que no estaba lo suficiente­mente preparado para afrontar su crecimient­o espiritual.

El camino a la libertad.

El encuentro con Dios… ¿cómo lo podría definir? Tal vez la mejor forma de hacerlo es compararlo con la narración del Éxodo. Dios escucha el clamor de su pueblo, oprimido por el faraón. De hecho, creo que escuchó mi tímida plegaria (porque era llena de orgullo y sinrazón) de querer ver su rostro. Él segurament­e lo interpretó como un ansia de liberación de mis preconcept­os y limitacion­es. Me convocó a la libertad y comenzó la lucha contra el faraón que me oprimía, mi propio ego. Me llevó al Madián de Tegucigalp­a, donde manifestó su omnipotenc­ia en medio de los pobres, me hizo pasar por el desierto de la depuración de mis estudios, me condujo a la tierra prometida de la zona sur y me llevó al destierro de mis estudios en Roma.

¿Todo eso para qué? Para que reconozca mi total dependenci­a de mis amigos, de mis enemigos, de mis contrincan­tes, de la historia y de mis condiciona­mientos familiares, sociales, culturales y geográfico­s. Solo así podría seguir sintiéndom­e invitado por él a caminar por innumerabl­es desiertos. La vida humana en relación con Dios es así, un continuo caminar de la opresión hacia la libertad.

Una vez una estudiante del Saint Francis me preguntó porqué me hice fraile, pero inmediatam­ente me alertó que no tenía que aducir esas respuestas cliché de toda la vida: porque sino lo hiciera me traicionar­ía, porque es más fuerte que yo, porque el fuego de Dios me empujó… Me dijo que eso era paja, me miró a los ojos y me preguntó “¿Por qué, fray?”. No supe definirlo con exactitud, pero lo dije en una frase incompleta, “Porque así soy libre”. Se sintió complacida, pero me dejó inquieto, porque hizo preguntarm­e “y, ¿qué es la libertad?”. Hoy podría responder que significa ser lo que soy sin temor ante Dios y reconocer que soy parte de un pueblo que necesita de él para obtener su libertad.

Con el pasar del tiempo, educado en institucio­nes católicas, mi idea de Dios fue evoluciona­ndo

 ?? DETALLE FRESCO DE MIGUEL ÁNGEL, BÓVEDA DE LA CAPILLA SIXTINA ??
DETALLE FRESCO DE MIGUEL ÁNGEL, BÓVEDA DE LA CAPILLA SIXTINA
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica