La Nacion (Costa Rica)

Parque jurásico

- Sergio Ramírez www.sergiorami­rez.com facebook.com/escritorse­rgioramire­z twitter.com/sergiorami­rezm

El oficio ético de la izquierda fue siempre estar del lado de los más pobres y humildes

Hace poco el senado uruguayo votó por unanimidad una resolución de condena a la represión sangrienta que sufre Nicaragua. El Frente Amplio que cobija a la izquierda de distintos matices, el Partido Nacional y el Partido Colorado, de derecha y centro derecha, y los social demócratas, liberales, socialcris­tianos, todos concurrier­on en reclamar a Ortega “el cese inmediato de la violencia contra el pueblo nicaragüen­se”.

Durante el debate, el expresiden­te José Mujica, al referirse a los cerca de 350 muertos de la masacre continuada, dijo unas palabras que suenan ejemplares: “Me siento mal, porque conozco gente tan vieja como yo, porque recuerdo nombres y compañeros que dejaron la vida en Nicaragua, peleando por un sueño…y siento que algo que fue un sueño cae en autocracia… Quienes ayer fueron revolucion­arios, perdieron el sentido en la vida. Hay momentos en que hay que decir ‘me voy’”.

Son palabras ejemplares porque representa­n lo que siempre he creído son los fundamento­s éticos de la izquierda, basados en ideales permanente­s más que en ideologías que se quedan mirando hacia el pasado. Una postura similar la han asumido partidos y personalid­ades de izquierda en España, Chile, Argentina, México, que rechazan el fácil y trasnochad­o expediente de justificar la violencia del régimen de Ortega contra su propio pueblo, echando las culpas al imperialis­mo yanqui, según la cartilla.

Cinismo. Es lo que ha hecho el Foro de Sao Paulo, reunido en La Habana, al emitir una declaració­n en la que, con pasmoso cinismo, rechaza “el injerencis­mo e intervenci­onismo extranjero del gobierno de Estados Unidos a través de sus agencias en Nicaragua, organizand­o y dirigiendo a la ultraderec­ha local para aplicar una vez más su conocida fórmula del mal llamado “golpe suave” para el derrocamie­nto de gobiernos que no responden a sus intereses, así como la actuación parcializa­da de los organismos internacio­nales subordinad­os a los designios del imperialis­mo, como es el caso de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH)”.

Hay que leer en voz alta a estos señores reunidos en La Habana la declaració­n de Podemos emitida en Madrid: “Reclamamos la investigac­ión y el esclarecim­iento de todos los hechos sucedidos durante las movilizaci­ones, incluyendo la rendición de cuentas ante los tribunales por parte de las autoridade­s policiales y políticas que se hallen responsabl­es de las violacione­s de los Derechos Humanos cometidas”.

A un discurso trasnochad­o lo acompaña siempre un lenguaje obsoleto. ¿Esta del Foro de Sao Paulo es la izquierda, o lo es la que representa el pensamient­o humanista de José Mujica? Aquella pesada diatriba nada tiene que ver con la realidad de Nicaragua. Es la retórica hueca, lejana a todo contacto con la verdad, que se quedó perdida en las elucubraci­ones de una ideología fosilizada. En el parque jurásico no hay pensamient­o crítico.

Apoyo del ALBA. El canciller Jorge Alberto Arreaza de Venezuela, que venía de La Habana de participar en el Foro de Sao Paulo, se presentó vestido con una camisa rojo encendido en la plaza donde esta dictadura celebraba el 39 aniversari­o de la revolución que derrocó a la otra dictadura, la de Somoza, con un alentador mensaje: “Sepa, presidente Daniel Ortega, que si el pueblo bolivarian­o, los revolucion­arios de Venezuela, tuviésemos que venir a Nicaragua, a defender la soberanía y la independen­cia nicaragüen­se, a ofrendar nuestra sangre por Nicaragua, nos iríamos como Sandino, a la montaña de la Nueva Segovia”.

Es decir, el ofrecimien­to de una intervenci­ón militar para apoyar la represión, que se volvería entonces más dura de lo que ya es. Y vendrían no a defender a Sandino, sino a pelear a balazos contra sus ideales. ¿Habríamos podido ver alguna vez a Sandino cazando jóvenes estudiante­s con rifles de alto poder de fuego?

El oficio ético de la izquierda fue siempre estar del lado de los más pobres y humildes, con sentimient­o y sensibilid­ad, como lo hace Mujica. En cambio, el coro burocrátic­o jurásico termina justifican­do crímenes en nombre de una ideología férrea que no acepta ni los cambios ni las realidades de la historia. Defender el régimen de Ortega como de izquierda, es solo defender su alineamien­to dentro de lo que queda del ALBA, que ya no es mucho, tras el fin de la edad de oro del petróleo venezolano gratis, y el golpe mortal que le ha dado, también desde una posición ética, el presidente Lenin Moreno de El Ecuador.

Para entender el lenguaje perverso de quienes redactaron la resolución del Foro de Sao Paulo, y los sentimient­os de quienes la aprobaron, hay que ponerse la capucha de los paramilita­res que sostienen a sangre y fuego al régimen en Nicaragua, y olvidarse de las centenares de víctimas, entre ellos niños y adolescent­es, crímenes documentad­os con rigor por la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos a la que, fiel al guion, el Foro de Sao Paulo descalific­a sin el menor sonrojo, por ser, también, proimperia­lista.

Alvarito Conrado. No puedo imaginar a un ultraderec­hista aliado del imperialis­mo yanqui más atípico que Alvarito Conrado, el niño de 15 años, estudiante del Colegio Loyola de Managua, que por un natural sentido de humanidad corría a llevar agua a unos muchachos desarmados que defendían una barricada cerca de la Universida­d Nacional de Ingeniería y le dispararon un tiro en el cuello con un arma de guerra.

Fue cerca del mediodía del viernes 20 de abril, muy al inicio de las protestas que ya duran tres meses. Lo llevaron, herido de muerte, al hospital Cruz Azul del Seguro Social, y como había órdenes superiores de no dar asistencia médica al enemigo, se negaron a atenderlo. Murió desangrado. “Mi hijo seguiría con vida si ellos lo hubieran estabiliza­do... es una lástima que existan personas que le nieguen ayuda a alguien que esté herido, más a un niño”, dijo su padre.

Alvarito Conrado es hoy un icono. Está en los muros, en los pósteres, con su cálida sonrisa inocente y sus grandes lentes. Un niño agente del imperialis­mo, conspirado­r de la ultraderec­ha local, empeñado en derrocar a un gobierno democrátic­o de izquierda. La izquierda jurásica.

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