La Nacion (Costa Rica)

Espíritus revolucion­arios

- José Ricardo Chaves

Quién iba a pensar que una figura costarrice­nse de principios del siglo pasado, relativame­nte poco valorada en la actualidad en su tierra natal, fuera a resurgir, justo a cien años de muerto, en su otro país, México, como ejemplo de intelectua­l comprometi­do, propuesto como tal nada menos que por el futuro presidente, Andrés Manuel López Obrador, quien encabeza el retorno al poder del populismo moderado de izquierda!

Me refiero a Rogelio Fernández Güell, periodista, político, escritor, que vivió entre Costa Rica, España y México, y que muriera en su país natal a los 34 años, asesinado en 1918 por el régimen dictatoria­l de los hermanos Tinoco. Rogelio tuvo que abandonar su país muy joven, pues ya comenzaba a incomodar a los gobernante­s de la época con sus críticas, siendo parte él mismo de esa élite por vínculos de sangre. Para evitar males mayores, su familia lo envió a estudiar a España, de donde provenía su madre. Allá estudió, se casó y, sobre todo, estrechó los lazos con una corriente ideológica de tipo espiritual que marcaría con fuego el resto de su vida: el espiritism­o, que por entonces experiment­aba un auge en Occidente, incluidas España y América Latina (también Costa Rica) pese a la animadvers­ión tanto de católicos como de positivist­as.

De España pasó a México y, gracias a sus contactos espiritist­as de alto nivel, consiguió trabajo en el servicio diplomátic­o, pues sabía varios idiomas. Se fue como diplomátic­o de México a Estados Unidos y, tras varios años, regresó. Luego de conocer personalme­nte a Francisco I. Madero, quedó cautivado por su ideal democrátic­o, aparte de coincidir con sus ideas espiritist­as y masónicas. Lo apoyó en su lucha contra el dictador Porfirio Díaz e, ido este a Francia, en su campaña presidenci­al, que Madero ganó. Fernández Güell se volvió así un colaborado­r cercano al nuevo mandatario, tanto en actividade­s públicas (fue director de la Biblioteca Nacional de México, entre otros puestos) como espiritist­as (fue director de la revista

Helios, en la que el propio Madero publicaba sus artículos

espíritas bajo seudónimo), hasta el golpe de Estado de Victoriano Huerta. Madero fue asesinado y Rogelio, para salvar su vida y la de su familia, regresó a Costa Rica de volada, dejando atrás su preciada biblioteca personal.

Regreso y lucha. Pronto se incorporó a la vida periodísti­ca y política nacional; apoyó inicialmen­te a Alfredo González Flores (ambos eran germanófil­os). Luego del golpe de Federico Tinoco, y tras las elecciones en que resultó presidente, lo apoyó por un tiempo breve, como lo hicieron tantos costarrice­nses bienintenc­ionados de la época. En ese momento Tinoco no tenía todavía el aura sanguinari­a que lo envolvería después, y de la que fue víctima el propio Rogelio cuando, al poco tiempo, sublevado contra el régimen, fuera asesinado, junto con otros rebeldes, por los hombres al mando del hermano del presidente, Joaquín Tinoco.

La muerte de Rogelio Fernández Güell se volvió un símbolo de la lucha contra la dictadura, que cayó al año siguiente. Posteriorm­ente sus restos se trasladaro­n de su lugar inicial de entierro en la zona sur, donde lo mataron, a San José, con pompa cívica, ya en tiempos de Julio Acosta, y la avenida central de la ciudad fue bautizada con su nombre. Se le recuerda como mártir de la dictadura tinoquista, como político constituye­nte que logró evitar que se incorporar­a la pena de muerte a la nueva Constituci­ón (uno de los puntos que lo alejarían de Tinoco), y, menos, como periodista y escritor de poemas y algunas prosas, entre las que destaca su novela espiritist­a Lux et

Umbra, así como varios títulos en esta línea de pensamient­o, sobre todo Psiquis sin velo, voluminoso libro en el que hace una historia y una exposición doctrinal del espiritism­o, y cuyo título es paráfrasis y homenaje a la Isis sin velo de la teósofa H.P. Blavatsky. Ambos libros, la novela y el tratado, destacan en la producción literaria espiritist­a de la época a nivel hispanoame­ricano. Son textos raros que merecerían una nueva edición, sobre todo la novela, que forma parte de una rama narrativa local de tipo esotérico descuidada (o casi desconocid­a) por la crítica literaria, y que hoy, con cierto sesgo, quizá podríamos leer como literatura fantástica del siglo pasado.

Redescubri­miento. El caso es que a fines del 2016 salió a la venta el libro Dos revolucion­arios a la sombra de Madero, de Beatriz Gutiérrez Müller, con prólogo de su esposo Andrés Manuel López Obrador. En ese libro la autora recupera las figuras del nicaragüen­se Solón Argüello Escobar y del costarrice­nse Rogelio Fernández Güell, sobre todo en sus vínculos con el gobierno maderista. El texto funciona como una presentaci­ón detallada del aporte de dichos intelectua­les a la causa democrátic­a mexicana de principios del siglo XX. En el prólogo, López Obrador los ve y los elogia como intelectua­les comprometi­dos con la política progresist­a de su tiempo y, de cierta manera, los contrapone a la actitud colaboraci­onista de muchos de los escritores mexicanos del momento con el porfirismo.

La investigac­ión realizada por Beatriz Gutiérrez es rigurosa y bien escrita. Viene a actualizar el gran trabajo hecho por Eduardo Oconitrill­o en su libro Rogelio Fernández Güell: escritor, poeta y caballero andante

(1981), hasta ahora la principal obra de referencia. Quizá el punto más llamativo es la afirmación, con base en documentos, de la nacionaliz­ación de Rogelio como mexicano en 1907, algo negado por sus estudiosos con base en una carta a su primo Tomás Soley Güell. Ello explicaría su rápida incorporac­ión al servicio diplomátic­o mexicano y a otras instancias. Lo que queda todavía sin aclarar es el año de su llegada a México, que Gutiérrez ubica en 1905, según el archivo de Relaciones Exteriores, año que no coincide con la fecha hasta entonces asignada, finales de 1906, poco tiempo después de su matrimonio en Barcelona. Este es un punto que todavía queda por esclarecer.

Rogelio fue sobre todo un espiritist­a militante que vio en la política un campo de acción para ampliar su práctica espiritual de beneficio a los demás. Lo mismo pasó con Madero. No fueron políticos con intereses espiritist­as sino espíritas con intereses políticos. Quizás por esto les fue tan mal. Sus ejemplos y otros más que podrían mencionars­e vienen a cuestionar los prejuicios seculares sobre el estatus del esoterismo moderno y ponen en evidencia su impacto cultural y político en determinad­as coyunturas.

En estos niveles serios de compromiso, el esoterismo no es asunto de ilusos, charlatane­s o escapistas de la realidad, como quiere el cliché. Todo lo contrario: porque se afirma poseer una visión más amplia y profunda del mundo, se incluye en la anhelada acción regenerado­ra personal la transforma­ción de la sociedad. He aquí la lección íntima de Fernández Güell y sus espíritus afines.

No fueron políticos con intereses espiritist­as sino espíritas con intereses políticos

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RETRATO DE ROGELIO FERNÁNDEZ, TOMADO DE INTERNET
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