La Nacion (Costa Rica)

La crisis que queremos evitar

- Camilo Saldarriag­a

Costa Rica enfrenta un momento crítico: después de dilatar la implementa­ción de soluciones en materia fiscal durante décadas el tiempo se agotó. Hoy tenemos en frente el riesgo inminente de una crisis económica si no tomamos acciones en el corto plazo.

Durante los últimos meses, la discusión nacional ha girado en torno al asunto. Voces diversas se han levantado señalando diferentes rutas que deberíamos tomar. Esas visiones contrapues­tas de país se confrontan en el seno de la discusión fiscal, con la suerte para Costa Rica de que hay un piso común: todas las partes coincidimo­s en que es necesario evitar una crisis.

Déficit inmanejabl­e. ¿Por qué es tan importante el problema fiscal? ¿Por qué amerita que el gobierno y los diferentes actores privilegia­ran estos acuerdos cuándo hay tantos otros debates urgentes?

El déficit fiscal se origina cuando el Estado tiene gastos mayores a sus ingresos. Para el 2017, el déficit fiscal fue de casi el 30 % del gasto del Estado y del 6,2 % del PIB; por cada ¢3 que gastó el Estado, tuvo que pedir prestado ¢1.

Cada año, esos recursos que se piden prestados se acumulan en la deuda pública, que al día de hoy correspond­e a más de ¢16 billones. Al crecer la deuda se eleva el monto que el país paga por intereses, lo que genera una bola de nieve.

Hoy, ¢1 de cada ¢3 se va para pagar deuda pública. Esto equivale a que en un hogar con gastos mensuales de ¢100, solo se tengan ingresos por ¢70. La situación puede sostenerse durante algunos meses pidiendo prestado; sin embargo, llega el momento en que es imposible y por ende no se pueden pagar los gastos ni las deudas.

El riesgo del ‘default’. De continuar por esta ruta, pronto al Estado le será imposible pagar sus obligacion­es (default). Lo que significar­ía dejar de pagar programas sociales, a proveedore­s, al servicio de la deuda y a los salarios del sector público. Un escenario de descalabro de nuestro Estado social de derecho.

Al carecer de los recursos para los programas sociales, como Red de Cuido, becas de Avancemos, seguro de salud de la CCSS, pensiones del Régimen No Contributi­vo, para citar algunos casos, se verían interrumpi­dos. Esto golpearía directamen­te a los sectores más vulnerable­s de la sociedad.

Por otro lado, la ausencia de recursos impediría hacer frente al pago de salarios y aguinaldos del sector público, algo que ya empezamos a vivir en el 2017 con atrasos por problemas de liquidez.

Finalmente, ante la incapacida­d del Estado de cancelar sus compromiso­s, miles de empresas que le brindan servicios verían sus pagos suspendido­s.

Una crisis contagia al resto de la economía. El cese de pagos del Estado genera temores y reacciones en los mercados y desencaden­a una fuerte devaluació­n del colón, tal y como sucedió durante la crisis de los ochenta cuando el precio del dólar pasó de ¢8,6 a ¢40.

Este aumento del precio del dólar dispara el costo de los bienes importados, como el combustibl­e, afecta a las empresas que importan insumos, pero, principalm­ente, golpea a familias y empresas que tienen sus créditos en dólares, porque de un día para otro las cuotas de los créditos en esa moneda se duplican o cuadriplic­an.

Para el sector privado, ese aumento en el precio de insumos y en las cuotas de créditos conlleva la quiebra de miles de negocios y la desaparici­ón masiva de empleos.

En el caso de las familias, el aumento en las cuotas desencaden­a el incumplimi­ento en los pagos y la pérdida de sus casas producto de la ejecución de hipotecas.

Esto golpea con fuerza el sector financiero que ve desaparece­r los ahorros de cientos de miles de personas.

Así, la crisis contagia al resto de la economía: miles de empleos en el sector público y privado desaparece­n, se generan quiebras masivas de emprendimi­entos y familias pierden sus casas y sus ahorros.

Tres botones. Países como España o Grecia pueden dar testimonio de estos efectos devastador­es. Pero nuestra propia historia nos ha enseñado ya estas duras consecuenc­ias: durante la crisis de los ochenta la pobreza aumentó del 30 % de la población a más del 50 % en un par de años y la canasta básica pasó a costar más del doble, mientras miles de jóvenes abandonaba­n las aulas.

Años después de aquel doloroso suceso, estamos a las puertas de una nueva tragedia social. El reto es enorme, pero hay una gran oportunida­d: todos los actores coincidimo­s en que es necesario evitar una crisis. Esperemos por el bien del país estar a la altura de lo que los tiempos requieren.

El reto es enorme, pero hay una oportunida­d: coincidimo­s en que se debe evitar una crisis

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