La Nacion (Costa Rica)

Nuestra siguiente gran erupción

- Gerardo J. Soto

Se cumple medio siglo sin que Costa Rica tenga una erupción volcánica de gran magnitud o de caracterís­ticas catastrófi­cas por sus daños y muertes (aunque no sea una erupción enorme). No es que las grandes erupciones sean tan frecuentes, empero, la creciente ocupación del territorio y las vulnerabil­idades que hemos construido, pueden pasarnos una factura indeseada hasta con una erupción moderada.

No estábamos acostumbra­dos a las tragedias volcánicas, excepto a la ceniza del Irazú, o bien cuando la ceniza se mezcló con lluvias torrencial­es y originó lahares letales en los suburbios de Cartago a fines de 1963, hasta que el Arenal explotó la mañana del 29 de julio de 1968, y nos mantuvo muchos días en vilo y temerosos de otra tragedia mayor, que por dicha no se dio.

Aprendizaj­e con fuego.

En las cinco décadas que nos separan de aquel terrible evento, el Arenal nos enseñó mucho sobre cómo funcionan los volcanes, qué esperar de ellos, cómo mapearlos, cómo estudiar su historia eruptiva e intentar comprender su comportami­ento. Construimo­s mapas de peligros para varios volcanes y los usamos para tratar de ordenar el territorio, así como aprendimos a auscultar los volcanes en sus tiempos de quietud o inquietud, y poco a poco hemos enseñado a las autoridade­s políticas y a la población que convivir con los volcanes en un territorio geológicam­ente activo implica constancia, paciencia, estudio, inversión y educación.

En gran parte por ese aprendizaj­e, los otros volcanes que han erupcionad­o en la última década, como el Turrialba (2010hoy), Rincón de la Vieja (2011hoy) y Poás (2017) no han sorprendid­o ni molestado mucho.

Cierto es que no han provocado grandes erupciones como el Arenal, posiblemen­te porque, por su colosal tamaño, la mayor parte del magma encuentra diversos caminos entre fracturas dentro de la pila volcánica y acaba dentro del “edificio”, haciéndolo crecer desde dentro; solo aparece y erupciona una parte del magma.

Previsione­s.

No nos cabe duda de que tendremos volcanes en erupción en el futuro. Hasta lo harán los que no lo hacen hace siglos o milenios. Algunos han tratado de responder si estamos preparados para afrontar una nueva emergencia como la del Arenal en 1968 o la reciente del volcán Fuego en Guatemala. Hay seis aspectos fundamenta­les que deben tener una atención prioritari­a.

Primero, sabemos que se han desarrolla­do sistemas de monitoreo eficientes en los principale­s volcanes activos, pero incompleto­s e insuficien­tes en volcanes que podrían causarnos muchos problemas, como el Barva o el Platanar.

Segundo, si bien se ha avanzado en el mapeo geológico de varios volcanes y la cartografí­a de sus amenazas (como Arenal, Turrialba, Irazú, Poás, y Rincón de la Vieja), estos deben actualizar­se y uniformars­e con los nuevos conocimien­tos, tecnología­s, modelos computacio­nales, software y mapas topográfic­os.

Tercero, falta trabajar en mapas geológicos y de amenazas en detalle para otros volcanes (como Platanar y Barva) por un solo ente rector que debería ser el Servicio Geológico Nacional, el cual se ha planteado fundar desde hace más de medio siglo.

Cuarto, el territorio debe ser reordenado con base en las conclusion­es de esos nuevos mapeos geológicos y de amenazas (como se hizo con el Arenal y parcialmen­te con el Turrialba), pues no se debe confiar en que, al ser los derredores de los cráteres principale­s parques nacionales, eso nos salvaguard­a.

Quinto: incluso los parques nacionales deben evoluciona­r en el manejo de sus propios territorio­s. A principios de los noventa habíamos solicitado la construcci­ón de albergues de protección temporal ante explosione­s en el Poás y es hasta ahora que se logran empezar a construir. ¿Qué medidas preventiva­s hemos tomado y cuáles deberíamos contemplar en áreas de visitación turística? Deberían existir planes de manejo y acción más avanzados para los volcanes activos e inactivos, a partir de mapas y simulacion­es actualizad­os respecto a las que ya existen. En el Poás están trabajando en ello, pero faltan otros parques con volcanes en seguir el ejemplo.

Sexto, deben reforzarse los programas de estudio en ciencias para que todos los niños y jóvenes sepan aspectos básicos de cómo se comportan los volcanes y en general el planeta Tierra. Y ese conocimien­to debe proyectars­e a las comunidade­s periférica­s de los volcanes, las cuales deben ser capacitada­s una y otra vez con simulacros en que los gobiernos locales y los ciudadanos estén involucrad­os junto con los entes nacionales.

Estos seis puntos primordial­es implican trabajo, tiempo y dinero y, en particular, una coordinaci­ón casi faraónica a cargo de un capital humano y equipo muy especializ­ados. Cabe concatenar esto con investigac­iones similares y paralelas respecto a fallas activas y otros aspectos geológicos que aún desconocem­os, pero que nos hará mucho bien social y económico conocerlos bien y pronto.

El territorio debe ser reordenado con base en nuevos mapeos geológicos y de amenazas

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