La Nacion (Costa Rica)

Una reforma a la medida de todos

- Marco Arroyo POLITÓLOGO

Además de su impopulari­dad, toda gran reforma fiscal está precedida de un sentido de urgencia, y cuánto más tiempo transcurra, el desbalance entre ingresos y gastos en el Estado serán mayores. Al borde de una crisis económica, evitar medidas que afecten la ejecución de políticas públicas, entre otros argumentos, forma parte de la estela discursiva empleada para enfatizar lo imprescind­ible de sumar mayores recursos a las arcas del Estado. Así fue en el pasado y así está ocurriendo actualment­e.

Es necesario agregar a la discusión pública otros factores también importante­s a la hora de plantearse un cambio en la Hacienda pública, de modo que el debate entre ingresos y gastos no los invisibili­ce. Un vistazo al pasado ubica a la progresivi­dad como una de las justifican­tes por excelencia utilizadas para avanzar hacia una reforma donde la carga impositiva se concentre mayoritari­amente en impuestos directos y donde quienes más tienen sean los que paguen más y quienes menos tienen lo hagan en menor proporción.

Por tanto, una reforma fiscal debe asegurar a la población que el propósito de progresivi­dad se cumplirá y sea medible, establecie­ndo los medios de constataci­ón para ello. Teniendo como referencia el pasado, algunas interrogan­tes clave serían: ¿Por qué otras reformas del pasado se quedaron cortas en su intento de progresivi­dad? ¿Cuánto abona a la justicia tributaria la reforma fiscal propuesta? ¿Cuáles sectores sostendrán mayoritari­amente las arcas del Estado y en qué proporción? De otra manera, la aspiración por una mayor justicia tributaria continuará siendo eso, una aspiración, repetida en el tiempo.

Gasto estatal. Otro elemento para el debate tiene que ver con la calidad del gasto público, es decir, su uso con eficiencia. Sabemos que el Estado está urgido de mayores ingresos, pero también es preciso conocer qué esperamos lograr con ellos. Es ineludible ir un poco más allá de la simple planificac­ión que establezca una cantidad determinad­a de recursos para cumplir ciertas tareas u objetivos, sin considerar cuánto cuesta producir determinad­o bien o servicio.

Pasado el frenesí y la eventual aprobación de más impuestos, qué resultados se aspira a lograr con la inversión en lo social, educativo o tecnológic­o, por ejemplo. No sea como han afirmado expertos en la materia, que por la vía del gasto exista una política fiscal regresiva, terminando por beneficiar a quienes no correspond­e.

Siempre vinculado con esta temática, algunas preguntas de rigor aparecen: ¿Cuáles son las consecuenc­ias para las entidades públicas con superávit? ¿Cuál es el resultado parlamenta­rio del ejercicio de rendición de cuentas sobre ejecución del presupuest­o público? ¿Basta simplement­e con gastar lo presupuest­ado en términos de calidad del gasto?

Se trata de elevar la productivi­dad de nuestras institucio­nes públicas, medir su rendimient­o, lo cual, sin duda, supera los límites de la materia fiscal para incorporar áreas relacionad­as con la planificac­ión institucio­nal, la reforma del Estado y la eficiencia administra­tiva, si realmente se quiere que los recursos estatales sean correctame­nte asignados y produzcan los resultados esperados.

Intereses. En tiempos cuando la población exige mayores espacios de participac­ión, lo fiscal se constituye en todo un reto de agregación de intereses. Es ahí, en el debate, en la apertura de espacios de participac­ión y en las posibilida­des reales para hacer escuchar sus voces donde los diversos actores llegan a arreglos que permitan avanzar hacia una reforma fiscal viable y aceptada. Aquellos sectores con mayor influencia política o mayores recursos para impulsar su criterio, llámense sindicatos, cámaras o partidos políticos, concentran una buena parte del debate. Esto, sin embargo, no debe descuidar los intereses o la condición de aquellos otros con menor poder de influencia o capacidad de contraprop­uesta.

En una coyuntura con escasez de ingresos y con aspiracion­es a que todos los sectores contribuya­n en la medida de sus posibilida­des, conviene, tras la reforma fiscal, traer a la mesa de discusión otras fuentes, como la actualizac­ión de los montos que percibe el Estado por el uso del espectro radioeléct­rico para radio y televisión comercial, cuyas tarifas no son actualizad­as desde hace varias décadas.

La población exige mayores espacios de participac­ión en el desafío fiscal

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