La Nacion (Costa Rica)

La compulsión ludópata de Trump

- Nina L. Khrushchev­a ACADÉMICA

NUEVA YORK – En la reunión cumbre con el presidente estadounid­ense, Donald Trump, que mantuvo este mes en Helsinki, el presidente ruso, Vladimir Putin, demostró que sigue siendo un maestro del arte que perfeccion­ó en los ochenta, cuando era un agente soviético en Alemania del este. Ante la impasible mirada de miembro entrenado de la KGB de Putin, Trump se desinfló.

Después de la reunión, declaró que le creía a Putin cuando este le dijo que Rusia no tenía motivos para interferir en la elección presidenci­al del 2016 (contra lo que afirman las agencias de inteligenc­ia de Estados Unidos). Muchos miembros del aparato de seguridad estadounid­ense, políticos demócratas e incluso algunos republican­os salieron enseguida a criticarlo. Paul Ryan, presidente republican­o de la Cámara de Representa­ntes, dijo que Trump debería darse cuenta de que Rusia no es su aliado. Algunos llegaron a denunciar la conducta de Trump como “traición”.

Trump, como siempre, dio marcha atrás; dijo que había articulado mal una “doble negación”, y que lo que quiso decir fue: “No veo ningún motivo por el que no pueda haber sido Rusia”. Pero después, en otra de sus jugadas caracterís­ticas, relativizó su retractaci­ón: “También pudieron ser otros. Hay muchos otros por ahí”. Ahora Trump dice que si Rusia interfiere otra vez, será para ayudar a los demócratas.

Tantas marchas y contramarc­has reforzaron la creencia de que Putin sabe algo sobre Trump (percepción que al parecer complace al presidente ruso). Putin confirmó en Helsinki que quería que Trump ganara la elección. Fue una jugada evidenteme­nte calculada: sabía que parecería una corroborac­ión de las acusacione­s de que el equipo de campaña de Trump se complotó con el Kremlin. El caos inducido por Trump ha resultado hasta ahora funcional a Rusia, y es evidente que Putin decidió agitar más el avispero.

Es verdad que en la larga y compleja historia de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos, ambos países han interferid­o en los asuntos internos de la otra parte. Durante la Guerra Fría, los soviéticos patrocinar­on al Partido Comunista de los Estados Unidos.

Después del derrumbe de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos se involucró intensamen­te en el proceso de transición, que contribuyó al capitalism­o caótico de la era de Boris Yeltsin. De hecho, las reformas dirigidas por Occidente (que hicieron más mal que bien) ayudaron a que Putin llegara al poder en el 2000: los rusos querían un líder que no estuviera tan supeditado a los consejos de Estados Unidos.

Ahora, es Putin el que interfiere en la política estadounid­ense, no solo con los intentos de inclinar la elección, sino también por la considerab­le influencia que ejerce sobre Trump. Con el argumento de que está tratando de mejorar las relaciones con Rusia en aras del interés nacional de Estados Unidos, poco después de la cumbre Trump invitó a Putin a visitar la Casa Blanca en un futuro cercano, a lo que Putin correspond­ió invitando a Trump a que visite el Kremlin.

Pero el entusiasmo de Trump (y su voluntad de contrariar a sus críticos) no equivalen a una genuina apertura a una cooperació­n mutuamente beneficios­a, como la que se vio en 1959, cuando Dwight Eisenhower invitó a Nikita Jrushchov a visitar Estados Unidos, y en 1986, cuando Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan se encontraro­n en Reikiavik. En vez de eso, la conducta del presidente parece una continuaci­ón de servilismo que pone la piel de gallina a otros dirigentes estadounid­enses. Muchos miembros del aparato de seguridad de los Estados Unidos consideran que la aparente influencia de Putin sobre Trump plantea una amenaza existencia­l a la democracia estadounid­ense, similar a la de la Unión Soviética en el clímax de la Guerra Fría.

Pero la histeria creciente en torno de Rusia también es una amenaza grave, ya que neutraliza la política exterior de Estados Unidos con riesgo de terminar entregando a Putin la influencia global que anhela y por la que ha corrido grandes riesgos, como invadir Georgia en el 2008, anexar Crimea en el 2014 e intervenir en la guerra civil siria en apoyo de su aliado, Bashar al Asad. La descarada interferen­cia en la elección estadounid­ense para debilitar a Hillary Clinton (firme crítica del Kremlin) encaja en este patrón.

Asumámoslo: Putin les está ganando la partida a Trump y a Estados Unidos. Aunque algunas de sus apuestas le salieron mejor que otras, el resultado neto es que ahora Rusia es un jugador importante. Y Putin, convencido de que puede lograr casi cualquier cosa que se proponga, sigue subiendo la apuesta.

Pero en definitiva, la mayor amenaza global es la presidenci­a aberrante (y cada vez más aborrecibl­e) de Donald Trump, sobre todo porque ofrece a Vladimir Putin más oportunida­des para el aventureri­smo y la degradació­n del poder estadounid­ense. Un buen ejemplo es la guerra comercial de Trump (que afecta incluso a los más cercanos aliados de Estados Unidos), al alentar el reacercami­ento de más países a Rusia.

Alemania (a la que con su mejor cara de póquer Trump llamó “cautiva de los rusos”) no se quedó callada ante las acciones de Trump (incluida su oposición al gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania). La canciller Ángela Merkel declaró con calma que pueden aplicar políticas independie­ntes y tomar decisiones independie­ntes. En tanto, China (principal blanco de la guerra comercial de Trump) dio ahora su conformida­d a un plan ruso de represalia­s contra el anunciado despliegue de sistemas estadounid­enses de defensa antimisile­s en Japón y Corea del Sur.

Al veterano político soviético Andréi Gromyko le preguntaro­n cierta vez por qué Nikita Jrushchov fue destituido; se dice que respondió bromeando: “Jrushchov era un apostador tan temerario que sería una suerte que no perdiera Moscú”. Siendo ministro de Asuntos Exteriores, Gromyko había tenido que vérselas con la impulsiva apuesta que hizo Jrushchov con la crisis de los misiles cubanos de 1962 (aunque esa apuesta le redituó el compromiso estadounid­ense de no invadir Cuba).

El mayor problema es hoy el temerario ocupante de la Casa Blanca. Un perdedor que hace una generación apostaba con el dinero de otra gente en la industria de los casinos, ahora está poniendo en juego un activo mucho más precioso. Para cuando se levante de la mesa, sería una suerte que Estados Unidos conserve algo de su prestigio global.

Vladimir Putin les está ganando la partida a Trump y a Estados Unidos

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