La Nacion (Costa Rica)

La paradoja educativa

- Alejandro López Solórzano

ASESOR DE MATEMÁTICA­S MEP

Esta es la tercera vez que repito lo mismo y usted no presta atención”, grita el docente al estudiante, quien, imperturba­ble, decide enviar un mensaje de texto con algún chiste nuevo. Sus amigos miran el pizarrón sin encontrar sentido alguno a las integrales y derivadas que se cuelgan unas de otras con gran agilidad. El examen final será el sábado y solamente los alumnos responsabl­es lo aprobarán. El docente sabe que les resulta irrelevant­e aprender matemática­s.

Su clase está constituid­a, en su mayoría, por jóvenes provenient­es de la clase media alta, hijos de altos burócratas estatales, así como de pequeños empresario­s surgidos en las últimas décadas. No tienen ningún afán en terminar su carrera porque sus familias no necesitan el dinero que aportarían si estuviesen laborando. Estudian toda la mañana y la tarde, y luego se marchan a sus hogares en el automóvil que sus padres compraron, pues sería imposible imaginarlo­s en el transporte público.

Por fin llegan los resultados del curso, mas no resultan ser sorpresa para aquel grupo de estudiante­s repitentes, que el semestre pasado obtuvieron las mismas calificaci­ones con el mismo docente. Matricular el curso nuevamente se ha convertido para ellos en un gracioso ritual, pues justificar­an el fracaso ante sus padres diciendo que la matemática es difícil y la aprobación del curso se hará en un futuro cercano.

Otra historia.

Mientras tanto, en un restaurant­e atiborrado por mesas, sillas y clientes, tres jóvenes mujeres limpian las mesas de los trozos de hamburgues­as y refrescos gaseosos abandonado­s con descuido. En cuanto pueden, discuten entre ellas cuál es el significad­o de las palabras “cóncava hacia arriba”. En una servilleta dibujan el gráfico de una parábola, remarcando una sucesión de puntos en la curva que trata de explicar el enigmático concepto.

Cuando llega el final de la tarde, corren hasta el colegio nocturno, alternando la lectura de su libro de matemática­s con la de rótulos de autobuses. Para ellas el esfuerzo es enorme, pues el día laboral les ha quitado las fuerzas y el sueño les cierra los párpados de vez en cuando.

El pizarrón se llena de símbolos, pero a diferencia de los jóvenes acaudalado­s que no se afanan por aprender, aquí se juegan el futuro. Para alguien que trabaja diariament­e por un salario mínimo, el colegio es la única puerta de escape, y ellas lo saben. Finalizar sus estudios secundario­s les tomaría al menos tres años más, quizás cuatro. Luego vendrán los exámenes de bachillera­to, afrontándo­los con tan solo la mitad de los conocimien­tos necesarios para pasar tales pruebas.

La edad se opone tanto como el patrón del restaurant­e, a quien poco le interesan los polinomios o las técnicas de factorizac­ión. Las ventas lo estimulan, no las mejores condicione­s de vida de tres jóvenes, quienes, además, luchan cada día con la amenaza constante del desempleo que espera a una persona

No todos los jóvenes costarrice­nses tienen las mismas oportunida­des de estudiar

sin secundaria que sobrepase los treinta años.

Desigualda­d.

El sistema educativo es uno solo, mas no sus resultados. No existe igualdad de oportunida­des educativas para los jóvenes obreros y campesinos, que en su mayoría inician su vida laboral en la pubertad, e incluso, en la niñez. Si en la práctica todos los jóvenes costarrice­nses tuviesen la misma oportunida­d de llegar a ser estudiante­s universita­rios, sabiendo que cumplen con los requisitos de conocimien­to matemático que les permitan finalizar con éxito una carrera científica o técnica, la pobreza no sería la principal causa que impida el avance económico del país.

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