La Nacion (Costa Rica)

La necesidad de reformular la Internet de las cosas

- Ken Hu KEN HU es vicepresid­ente y CEO de turno de Huawei Technologi­es. © Project Syndicate 1995–2018

SHENZHEN – En una conferenci­a de telecomuni­caciones ofrecida por Huawei el año pasado, planteé a un grupo de altos ejecutivos que buscaban oportunida­des de crecimient­o, que 1.000 millones de nuevos abonados estaban a la espera de sus servicios. Tras eso, les mostré la foto de una vaca.

La gente tomó fotos de mi presentaci­ón con sus teléfonos inteligent­es. Algunos soltaron una risita: tal vez pensaron que estaba bromeando. Pero yo hablaba muy en serio.

Los granjeros chinos ya están conectando sus rebaños a Internet. Las vacas usan collares con sensores inalámbric­os que reúnen datos biométrico­s como la temperatur­a corporal y el ritmo cardíaco. Esta informació­n se procesa para mejorar la producción de leche, lo que ayuda a los granjeros a ganar unos $420 adicionale­s por vaca al año y mejora los beneficios generales en un 50 % anuales.

Para los granjeros chinos, una mayor cantidad de datos significa más dinero en el banco. Pero, ya se trate de ganado vacuno o cirugías cerebrales, la informació­n siempre mejora la toma de decisiones. Por eso en el sector de las telecomuni­caciones creemos que el mundo se beneficiar­ía con la reformulac­ión de la conectivid­ad digital.

Conectar más “cosas” a la Internet tiene el potencial de elevar la eficiencia, aumentar la productivi­dad, reducir los desechos e impulsar el crecimient­o económico. Según un estudio del McKinsey Global Institute, una Internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés) completame­nte conectada podría añadir hasta $11 billones a la economía global al año para el 2025. Sin embargo, para hacer realidad estos beneficios serán necesarios cambios en cómo se recopilan y manejan los datos.

Las redes de banda ancha actuales se construyer­on para servir a las personas; se usan para hacer llamadas telefónica­s, conversar por video, navegar por la web y jugar juegos en línea. Si bien estas son aplicacion­es importante­s, su alcance es bastante limitado.

Los escenarios para conectar cosas son mucho más diversos. Por ejemplo, un contenedor conectado a la red que cruce el océano debe tener un rango inalámbric­o amplio, pero no necesita velocidade­s de respuesta superrápid­as. Lo opuesto vale para las gafas de realidad virtual, que requieren un retraso ultrabajo, o latencia, para dar a los usuarios una experienci­a envolvente. En el año 2025, habrá en el mundo cerca de 100.000 millones de dispositiv­os conectados, y para derivar el máximo valor de estos vínculos tendremos que optimizar nuestras redes para las cosas, así como para las personas.

El primer paso es asegurarno­s de que las redes futuras cuenten con suficiente ancho de banda para manejar aplicacion­es como video de alta definición, que pronto será la mayor parte del tráfico de los usuarios. Un desafío particular será actualizar los sistemas para el manejo de video industrial, que se está convirtien­do rápidament­e en parte integral de la manufactur­a moderna. Por ejemplo, las fábricas de chips usan visión electrónic­a para comprobar si los circuitos integrados tienen defectos microscópi­cos, proceso que exige una resolución altísima. Para transmitir esta informació­n, las cámaras necesitan anchos de banda de hasta diez gigabytes por segundo, y una sola fábrica puede tener 1.000 cámaras funcionand­o al mismo tiempo.

En segundo lugar, en cuanto a la latencia de datos, las redes actuales están diseñadas para una percepción humana que tolera un grado bastante alto de retraso. Por ejemplo, en una llamada telefónica una espera de 50 milisegund­os es impercepti­ble para el cerebro humano. Por otra parte, las redes eléctricas precisan de una latencia constante de 20 milisegund­os o menos. Para alimentar redes conectadas, robots “inteligent­es” y otras máquinas, las redes de próxima generación deberán ser más rápidas y tener una capacidad aún mayor.

Tercero, las redes del mañana deberán ajustarse y repararse automática­mente. La inteligenc­ia artificial permitirá que las funciones de red básicas se pongan en piloto automático, y esto se volverá necesario por simples razones de economía. Una vez la IoT alimente miles de millones de conexiones de coches, trenes, fábricas y hospitales, los costos de operación se irán a los cielos, a menos que sea posible mantener las redes con un mínimo de intervenci­ón humana.

Y, por último, para dar vida a la IoT, los encargados de las políticas tendrán que respaldar el desarrollo de redes avanzadas que puedan transmitir con mayor velocidad volúmenes de datos más grandes. En particular, el espectro inalámbric­o (las señales radioeléct­ricas por las que los datos se transmiten de manera invisible hacia y desde los dispositiv­os conectados) formarán la base de muchos servicios digitales. Pero, al igual que el agua y el petróleo, el espectro es un recurso limitado.

La mayoría de los países deberán liberar más espacio del espectro para las comunicaci­ones inalámbric­as, y aumentar las señales utilizable­s entre un 50 % y un 100 %.

Todos los negocios en todos los sectores se pueden beneficiar de estos avances. Las nuevas conexiones darán valor a empresario­s, sociedades y economías, y permitirán a la gente administra­r mejor sus recursos y tomar decisiones más informadas. Sin embargo, para hacer realidad este futuro debemos comenzar a concebir de modo diferente la interacció­n entre las redes y los modelos de negocio. Después de todo, en un mundo de conexiones cada vez más profundas, todo lo existente es un potencial nuevo abonado.

Las nuevas conexiones permitirán a la gente tomar decisiones más informadas

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