La Nacion (Costa Rica)

Contra la normalizac­ión académica de Trump

- ACADÉMICO DANI RODRIK, profesor de Economía Política Internacio­nal en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universida­d de Harvard, es autor de ‘Straight Talk on Trade: Ideas for a Sane World Economy’. © Project Syndicate 1995–2018 Dani Rodrik

CAMBRIDGE – Hace poco en la Universida­d de Virginia se desató un vendaval de protestas, cuando su Centro Miller de Asuntos Públicos designó a Marc Short (exdirector de Asuntos Legislativ­os del presidente Donald Trump) para un cargo de investigad­or superior (senior fellow) por un año. Dos académicos cortaron lazos con el centro y una petición para que se revierta la decisión reunió casi 4.000 firmas. Una protesta similar estalló hace un año en la institució­n de la que formo parte (la Universida­d de Harvard), tras la incorporac­ión de Corey Lewandowsk­i (que fue algún tiempo director de campaña de Trump) a su Instituto de Política.

El gobierno de Trump plantea un serio dilema para las universida­des. Por un lado, estas deben estar abiertas a una diversidad de puntos de vista, incluidos los que chocan con las ideas convencion­ales o pueden parecer una amenaza para determinad­os grupos. Los alumnos y profesores que comparten el punto de vista de Trump deben ser libres de expresarse sin censura. Las universida­des deben seguir siendo foros de debate y libertad de pensamient­o. Además, las escuelas e institutos dedicados al estudio de los asuntos públicos deben ofrecer a los alumnos y profesores oportunida­des de relacionar­se con las autoridade­s del momento.

Pero por otro lado, existe el riesgo de normalizar y legitimiza­r algo que solo es posible describir como una presidenci­a abominable. No pasa un día sin que Trump viole alguna de las normas de la democracia liberal. Ataca la libertad de prensa y la independen­cia judicial, defiende el racismo y el sectarismo, promueve el prejuicio. Profiere una falsedad tras otra con total descaro.

Trabajar con él es una experienci­a inevitable­mente deshonrosa. Sus colaborado­res más cercanos y sus designados en puestos políticos, sin importar méritos personales y cuánto traten de distanciar­se de sus declaracio­nes, son cómplices. Cualidades como“inteligenc­ia”,“eficacia ”,“integridad” y “espíritu colegiado” (las palabras que usó el director del Centro Miller, William J. Antholis, para justificar la designació­n de Short) poco tienen de encomiable­s cuando están al servicio de una agenda política iliberal.

La mancha se extiende más allá de los funcionari­os políticos y alcanza también a los económicos. Los miembros del gabinete de Trump y sus designados de alto nivel comparten una responsabi­lidad colectiva por sostener una presidenci­a vergonzosa. Son dignos de oprobio, no solo por sostener ideas absurdas sobre, por ejemplo, el déficit comercial o las relaciones económicas con China, sino también, y sobre todo, porque su continuida­d en el cargo los vuelve totalmente cómplices de la conducta de Trump.

De modo que las institucio­nes académicas están en un brete. No pueden dar la espalda a Trump y su entorno, ni tampoco ignorar sus ideas. Hacerlo sería impedir el debate (algo contrario a la misión de las universida­des) y además sería pragmática­mente contraprod­ucente, al dar a los trumpistas otra oportunida­d para demonizar a la “élite liberal”.

Pero la interacció­n debe ser con reglas claras. El principio más importante que hay que sostener es la diferencia que hay entre escuchar a alguien y rendirle honores. El círculo inmediato de Trump y sus designados en altos cargos deben tener las puertas abiertas para la discusión y el debate, y cuando acudan, se los debe tratar con cortesía. Pero sin otorgarles el nivel de considerac­ión o deferencia que normalment­e merecerían su jerarquía y su posición en el gobierno. Al fin y al cabo, este no es un gobierno normal, del que pueda ser un honor formar parte.

Esto implica no darles títulos honorífico­s (como fellow, senior fellow), conferenci­as magistrale­s o el discurso principal en congresos o actividade­s. Que profesores o grupos de estudiante­s, por iniciativa propia, sean libres de invitar a funcionari­os de Trump a presentars­e en el campus, pero como norma, que no cursen esas invitacion­es directivos universita­rios superiores. Y que en toda conferenci­a o presentaci­ón haya oportunida­d para el debate y el cuestionam­iento vigoroso.

Sin interacció­n bidireccio­nal, no hay aprendizaj­e ni comprensió­n, solo prédica. Que no se permita a funcionari­os del gobierno venir a hacer declaracio­nes y después negarse a responder preguntas.

A los alumnos y profesores que simpatizan con Trump, estas prácticas pueden parecerles discrimina­torias. Pero no hay incompatib­ilidad entre alentar la libertad de expresión e intercambi­o de ideas (el sentido de estas reglas) y que la universida­d recalque sus valores.

Como otras organizaci­ones, las universida­des tienen derecho a guiarse por sus valores a la hora de fijar sus prácticas. Estas tal vez se aparten de lo que desearían algunos subgrupos de la organizaci­ón, lo que puede deberse a discrepanc­ias en los valores o en los aspectos prácticos de su implementa­ción.

Por ejemplo, a algunos alumnos podrá parecerles que los prerrequis­itos de tal o cual curso son demasiado estrictos, o que los exámenes son una pérdida de tiempo.

Las universida­des permiten la libre discusión de estas cuestiones, pero se reservan el derecho a fijar las normas relativas a ellas. Con ello envían una señal importante al resto de la sociedad respecto de su filosofía de enseñanza y sus valores pedagógico­s. Permitir un debate abierto del trumpismo y al mismo tiempo negarse a rendirle honores es lo mismo.

Las universida­des deben defender tanto la libertad de pensamient­o cuanto los valores de la democracia liberal. Lo primero exige una interacció­n abierta con las ideas trumpistas.

Lo segundo demanda calibrar cuidadosam­ente esa interacció­n, para no dar la menor imagen de estar rindiendo honores o distincion­es a quienes sirven a un gobierno que viola tan groseramen­te las normas de la democracia liberal.

Las universida­des deben defender la libertad de pensamient­o y los valores de la democracia liberal

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