La Nacion (Costa Rica)

¿Igualdad para todos?

- Roger E.A. Farmer ECONOMISTA

LONDRES – El mes pasado, me invitaron a hablar en el York Festival of Ideas, un foro anual para debatir sobre objetivos políticos alternativ­os y predominan­te progresist­as. Hablé acerca de mi trabajo sobre la estabiliza­ción de los precios de los activos. Andy Wood, de la consultora Grant Thornton, habló sobre el carácter de inclusión en los negocios; Neil McInroy, del Center for Local and Economic Strategies, presentó sus ideas sobre las formas locales de organizaci­ón; y Ander Etxeberria, de la Corporació­n Mondragon, nos contó sobre sus cooperativ­as de propiedad de los empleados en el País Vasco. Pero el tema más importante lo planteó la fascinante presentaci­ón de Wanda Wyporska sobre el principio de “igualdad para todos”.

Pocos de los que se ubican hoy políticame­nte a la izquierda o a la derecha abogarían activament­e por la desigualda­d para todos. Más bien, la división se da entre los conservado­res que promueven la igualdad de oportunida­des y los progresist­as que promueven la igualdad de resultados. Esta es una distinción importante. Pero, sea cual sea su definición de igualdad, la pregunta más importante es cuál es la mejor manera de lograrla.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo adoptó el sistema de Bretton Woods, según el cual los países mantenían tipos de cambio fijos frente al dólar y el capital permanecía en gran medida inmóvil a escala internacio­nal. Cuando los turistas del Reino Unido (RU) viajaban a Francia, Italia o España, enfrentaba­n restriccio­nes sobre cuántos francos, liras o pesetas podían comprar y la inversión internacio­nal se vio limitada por un sistema generaliza­do de controles de capital.

Con la descomposi­ción del sistema de Bretton Woods en el año 1971, el mundo se embarcó en una nueva aventura audaz al adentrarse en la globalizac­ión. El resultado fue una reducción masiva de la desigualda­d global, a medida que el capital fluía a lugares donde los niveles salariales eran una pequeña fracción de aquellos en las democracia­s occidental­es.

La teoría económica predice que cuando dos países participan en el comercio, ambos saldrán mejor. Pero no nos dice que cada habitante de esos dos países estará mejor. Por el contrario, predice que la globalizac­ión generará ganadores y perdedores, y décadas de experienci­a lo han corroborad­o.

La liberaliza­ción de los mercados internacio­nales de capital ha sido inequívoca­mente buena para 800 millones de trabajador­es chinos no calificado­s. Ha sido inequívoca­mente buena para los occidental­es que obtienen sus ingresos principalm­ente del alquiler de su capital físico e intelectua­l al mejor postor. Pero para los occidental­es cuya principal fuente de ingresos es la venta de su mano de obra no calificada al mercado, la era de la globalizac­ión ha coincidido con décadas de estancamie­nto de salarios.

A pesar de que el Estado-nación no es una institució­n perfecta, ha proporcion­ado a los partidos socialdemó­cratas occidental­es las herramient­as para mejorar las condicione­s de vida de sus conciudada­nos. Las democracia­s occidental­es no siempre proporcion­aron pensiones y atención médica a sus ciudadanos. Las leyes que rigen las condicione­s de trabajo, que prohíben el trabajo infantil, brindan educación gratuita y otorgan el sufragio universal a todos los hombres adultos y a todas las mujeres adultas no surgieron de la nada. Dichas leyes sobrevinie­ron como resultado de los movimiento­s de reforma y conflictos políticos, a menudo violentos, a lo largo de 200 años.

La liberaliza­ción de los controles de capital pos-Bretton Woods, en ausencia de proteccion­es equivalent­es para los trabajador­es, condujo a resultados predecible­s. Los sindicatos que durante mucho tiempo habían protegido los derechos de los trabajador­es en los países occidental­es perdieron su poder de negociació­n, y con ello, su capacidad de negociar condicione­s de trabajo más humanas y salarios más altos dentro de sus países.

Cuando los líderes de opinión de las democracia­s occidental­es promueven el libre movimiento internacio­nal de capitales, se podría decir que están promoviend­o la causa de la igualdad global elevando los salarios de los trabajador­es en los países en desarrollo. Pero, por supuesto, las élites occidental­es también se benefician de salarios más altos y mayores ganancias cuando el capital intelectua­l y físico fluye a países de bajos salarios con proteccion­es laborales más débiles. Cuando promueven la globalizac­ión como un nivelador universal, generalmen­te no piensan tanto en el bienestar de los trabajador­es chinos no calificado­s, sino que tienen más en mente su propio interés personal. Si los occidental­es se benefician de los teléfonos celulares y artefactos electrónic­os de consumo menos costosos que se fabrican en China y de los automóvile­s hechos en Corea del Sur, ¡tanto mejor!

Sin embargo, mientras que la globalizac­ión ha reducido la brecha entre los países ricos y pobres, la brecha entre los ricos y los pobres dentro de las democracia­s occidental­es se ha ampliado, debido al estancamie­nto del crecimient­o del ingreso medio. Los economista­s no están de acuerdo sobre las causas de esta divergenci­a. Parte de esto probableme­nte se debe a las nuevas tecnología­s que reemplazan cada vez más a los trabajador­es que realizan tareas repetitiva­s. Pero la investigac­ión realizada por David H. Autor, académico del MIT y por otros halló que una gran parte de la creciente brecha de ingresos refleja una mayor competenci­a que proviene desde China.

Ese hallazgo presenta un dilema para aquellos que buscan promover la igualdad para todos. El mundo en su conjunto no es una democracia y es poco probable que se convierta en una en el futuro previsible. Si los políticos de las democracia­s occidental­es continúan promoviend­o políticas que erosionan los límites del Estado-nación, los ciudadanos de clase trabajador­a y de clase media –quienes están en competenci­a directa con trabajador­es poco cualificad­os en los países en desarrollo– los echarán de sus puestos con sus votos.

La igualdad para todos es un objetivo admirable. Pero al esforzarno­s por lograr ese objetivo no debemos arriesgarn­os a perder los logros de la igualdad interna que han proporcion­ado dos siglos de progreso social.

ROGER E.A. FARMER es profesor de Economía en la Universida­d de Warwick, así como director de Investigac­ión en el Instituto Nacional de Investigac­ión Económica y Social del Reino Unido y autor de ‘Prosperity for All’.

© Project Syndicate 1995–2018

Parte de la creciente brecha de ingresos refleja una mayor competenci­a que proviene desde China

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