La Nacion (Costa Rica)

Enfrentar el troleo misógino en el periodismo

- Hannah Storm HANNAH STORM es directora del Internatio­nal News Safety Institute. © Project Syndicate 1995–2018

LONDRES – Antes de que la Internet revolucion­ara la manera como se reúnen y comparten las noticias, los periodista­s raramente se tenían que preocupar por la amenaza de la violencia virtual. Sus principale­s riesgos estaban en el terreno: la seguridad física y sicológica al informar desde zonas de desastres y conflictos. Los campos de batalla de los medios de comunicaci­ón se sitúan hoy cada vez más en la red y las mujeres, más que nunca, son quienes reciben los ataques.

Según Demos, un centro de estudios británico, las periodista­s tienen tres veces más probabilid­ades que sus contrapart­es masculinos de ser blanco de comentario­s abusivos en Twitter, donde los perpetrado­res suelen usar lenguaje de contenido sexual (como “puta” y “zorra”) contra ellas. Un estudio publicado en el 2016 por la Organizaci­ón para la Seguridad y la Cooperació­n Europeas mostró que las mujeres que trabajan en los medios de comunicaci­ón eran blancos de amenazas de género de manera desproporc­ionada e internacio­nal, y observaron que los abusos tenían “un efecto directo sobre su seguridad y actividade­s futuras en la red”.

A menudo, las amenazas de violencia contra las mujeres que trabajan en los medios se expandían a miembros de sus familias y su impacto se elevaba por el carácter íntimo de los ataques en dispositiv­os personales fuera de los parámetros profesiona­les de la sala de noticias. Vemos aquí el difuminado de las líneas de la seguridad virtual, física y psicológic­a.

Si bien este veneno digital no es nuevo, está claro que su tono misógino se está intensific­ando. A menos que los ejecutivos de los medios de comunicaci­ón comiencen a tomarse en serio esta tendencia, las voces de las periodista­s mujeres podrían acabar silenciánd­ose.

Otra manera en la que se suele atacar a las periodista­s en la red es socavando su trabajo o reputación. Ya existe evidencia de que las mujeres se autocensur­an y se abstienen de escribir acerca de determinad­os asuntos, como los que tocan derechos y los que afectan comunidade­s marginadas. Pero, al hacerlo, también se silencian las voces de los vulnerable­s.

Sin duda, algunas mujeres están luchando contra la violencia y negándose a que los troles canten victoria. Alexandra Pascalidou, una periodista greco-sueca que ha vivido amenazas en la red y en la vida real por su cobertura de problemas de derechos humanos, ha hablado abiertamen­te acerca de sus experienci­as e incluso perdonado públicamen­te a uno de los neonazis que llevaron a cabo una campaña de abuso contra ella. En declaracio­nes en la conferenci­a de medios News Xchange a fines del año pasado, Pascalidou describió como su “deber” llamar la atención sobre el abuso que ella y otras colegas periodista­s sufren con regularida­d. “Necesitamo­s más gente como nosotras”, señaló. “Mientras seamos pocas, les será más fácil amedrentar­nos”.

Maria Ressa, excorrespo­nsal de guerra de la CNN, es igualmente franca. Fundadora y directora ejecutiva de Rappler.com, una organizaci­ón noticiosa en línea de Filipinas, también ha sido objeto de una campaña de acoso de carácter sexual desde el 2016. Ressa ha

perdido la cuenta de las amenazas de muerte que ha recibido y dice que ninguna de sus experienci­as previas cubriendo conflictos en el mundo físico la podría haber preparado para la escala de la violencia dirigida hacia ella y sus colegas de Rappler.

Está reaccionan­do con una estrategia que bien podría servir como mapa para los líderes de medios de comunicaci­ón que reconozcan la gravedad del acoso en la red. Entre las tácticas que ha usado están el periodismo de investigac­ión para identifica­r a los responsabl­es de los abusos, además de llamar públicamen­te a las plataforma­s de redes sociales a hacer más para contrarres­tar los abusos y reconocer el impacto sicológico que estos tienen sobre las víctimas.

Por desgracia, la mayoría de las periodista­s que han sufrido acoso en la red están menos dispuestas a denunciar a sus acusadores. Para muchas, el temor a un daño a sus reputacion­es o incluso físico ha creado una cultura culposa que desalienta una respuesta sólida y digna.

Es una reticencia comprensib­le: después de todo, hay una cierta verdad en el argumento de que responder a los troles solo atiza las llamas del odio en la red. Pero al permanecer en silencio, las periodista­s y sus defensores en esencia quedan doblemente victimizad­os, primero por las acciones y palabras de los atacantes y, segundo, por la falta de poder de respuesta. Es una vieja forma de dinámica de poder de género, solo que actualizad­a a la era digital.

La mayoría de las periodista­s que conozco admiten que se autocensur­an en sus actividade­s en línea. Muchas más han abandonado del todo plataforma­s de redes sociales como Twitter, Facebook o Instagram, a pesar de la presión de sus jefes de mantenerse “conectadas” a sus públicos. Para las periodista­s ya establecid­as, es posible que esta distancia digital no signifique mucho, pero para aquellas que recién comienzan sus carreras, la decisión de renunciar a las redes sociales conlleva riesgos profesiona­les y para su reputación. En pocas palabras, los responsabl­es de los abusos en línea obligan a las periodista­s mujeres a escoger entre opciones imposibles.

A pesar de que algunos ejecutivos de medios de comunicaci­ón están dando pasos hacia una mayor igualdad de género, muchos no dan al acoso en la red la atención que merece. Cuando traté este tema con varios altos ejecutivos de este sector, predominan­temente hombres, la mayoría parecían impactados de saber que sus colegas mujeres se sintieran tan amenazadas en el espacio digital. Peor aún, carecían de respuestas adecuadas para enfrentar el problema.

Esta falta de conciencia se debe, en parte, a cómo las mujeres restan importanci­a a sus experienci­as en línea; a muchas les preocupa que hablar con franqueza afecte negativame­nte sus carreras. Por ejemplo, una colega me dijo que no quería hacer un lío acerca de una publicació­n en la red que había recibido, porque era “solo” una amenaza de violación, no una de muerte como la que había recibido una amiga. Otra colega no pensaba que su experienci­a de violencia digital se iba a tomar en serio, porque no había ocurrido en el “mundo real”.

No podemos culpar a las mujeres por sentirse así, pero podemos exigir más de los ejecutivos responsabl­es de la seguridad de sus periodista­s. Por ahora, la mayoría de las organizaci­ones noticiosas no enfrentan el problema, y si eso hace que más mujeres abandonen el sector, el periodismo se volverá más sesgado hacia las perspectiv­as masculinas de lo que ya está.

Por razones obvias, los ambientes de noticias tradiciona­lmente hostiles (como las zonas en guerra) han atraído la mayor parte de las simpatías del público y los ejecutivos de los medios de comunicaci­ón, y elevar las alarmas sobre el acoso en la red no tiene como intención descalific­ar los peligros que enfrentan los periodista­s en esas circunstan­cias.

Y, sin embargo y como cualquier periodista mujer sabe, el combate en la red también deja cicatrices.

Si las mujeres han de navegar las líneas virtuales de avanzada de este sector, no se tendría que esperar que vayan a la batalla solas.

Los abusos en línea obligan a las periodista­s mujeres a escoger entre opciones imposibles

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